La educación católica en EEUU
La historia de la educación católica en EEUU y su relación con la educación pública (es decir, estatal), es tan antigua como la nación y casi tan complicada como la base legal del sistema federal.
por Marta Alejandro
Recientemente la prensa católica estadounidense se ha hecho eco de una propuesta presupuestaria presentada el 6 de mayo por el Presidente Obama. Esta permitirá a 1.700 estudiantes de familias de ingresos bajos en el Distrito de Columbia mantener sus becas federales, las cuales les permiten escolarizarse en colegios privados, la mayoría escuelas católicas. Esto parece algo bueno, ¿Cuál es el problema? Las becas continúan para los estudiantes que ya las reciben, pero el dinero no puede utilizarse para admitir nuevos estudiantes en el programa. Patricia Weitzel-O’Neill, directora general de las escuelas católicas de la Archidiócesis de Washington, dijo: «Esta propuesta ayudará a los niños que participan ahora en el programa, pero ¿qué pasará con todos los niños de la ciudad que nunca contarán con esta oportunidad?». La historia de la educación católica en EE.UU. y su relación con la educación pública (es decir, estatal), es tan antigua como la nación y casi tan complicada como la base legal del sistema federal. La realidad del sistema educativo católico estadounidense, con todos los defectos y problemas que se le pueda encontrar, es que desde el primer día y sin descanso ha sido la opción educativa de última instancia para los inmigrantes y las familias más necesitadas cuando se les cierran las puertas de la educación, el recurso más importante para prosperar en una sociedad tan móvil como la de EEUU, en el sistema escolar público. La escuela católica, pionera en EEUU Las primeras escuelas católicas fueron establecidas en lo que es hoy EE.UU, al principio del siglo XVII por franciscanos y jesuitas. Hacia final de siglo, los colonialistas británicos abrieron las primeras escuelas que sentaron las bases de la escuela pública en el país. En el siglo XVIII, franciscanos, ursulinas, jesuitas, etc. operaban colegios en las colonias francesas y españolas de lo que es hoy EEUU. Con el paso del tiempo, y con la llegada de nuevas olas de inmigrantes católicos de Europa, el número de colegios siguió creciendo, paralelo al desarrollo del conocido prejuicio anticatólico en las áreas mayoritariamente protestantes de la nueva nación. En 1900, del modelo inicial de colegios de órdenes religiosas, se había pasado a una mayoría de escuelas parroquiales regidas por las diócesis, que por entonces contaba con 3.500 centros en todo el país. Para entonces, la escuela católica parroquial estadounidense tenía las ideas muy claras: ofrecer un modelo muy bien definido con instrucción clásica en lengua, matemáticas, ciencias, geografía e historia, bellas artes y valores cristianos (nótese, no solamente «religión», pero valores cristianos) a un coste razonable. La literatura pedagógica de la escuela católica está llena de referencias a Santo Tomás de Aquino, la Pedagogía Ignaciana, San Juan Bosco y otros educadores católicos, con una línea y una coherencia educativa constante, inmune a las guerras entre la alianza de los progresivistas de John Dewey y los constructivistas de Jean Piaget contra los partidarios de la «escuela tradicional» (es decir, un sistema más parecido a la escuela postcolonial) que desde el comienzo del siglo XX plagan a la educación pública estadounidense. Escuelas parroquiales: valor seguro en educación Desde el principio del sistema de escuelas parroquiales, las familias más modestas, primero mayoritariamente católicas, pero luego de todo credo, muestran una predilección por estas frente a otros colegios, públicos y privados, a pesar del esfuerzo económico que tienen que hacer para mandar a sus hijos allí. Saben que mientras los padres trabajan duramente, sus hijos reciben una educación decente sin convertirse en la moneda de cambio entre las partes interesadas del experimento pedagógico de turno. El mito es que cuando el gobierno federal da becas para colegios privados, las usan los ricos a fin de reducir el coste de unos treinta mil dólares al año que cuesta un colegio privado no parroquial en Nueva York o Washington D.C. Pero no son precisamente las élites que mandan allí a sus hijos las que defienden las becas. Al contrario, éstas justifican su eliminación para proteger la preciada separación entre iglesia y estado que reina en EE.UU. ¿Quiénes piden al gobierno federal que mantenga las becas? Cuando mis hijas iban a un colegio parroquial en Manhattan, eran las familias mayoritariamente dominicanas y negras de Harlem las que las utilizaban para pagar los tres mil dólares que costaba ese colegio (tres mil frente a treinta mil dólares, calculen lo que subvenciona la archidiócesis a cada estudiante en un colegio parroquial, sin contar el programa de comida gratis que ofrecían). Estas son las familias que se quejan del fin de programa de becas. ¿Quién defiende a los ricos y quién defiende a los pobres?
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