Esta Europa no interesa
También han dicho algunos plumillas que ha sido una campaña sucia y barriobajera por parte de todos. ¡Ay, la gente de mi gremio, cuánto bobo, tuerto o lubricado anda suelto por ahí! Siempre ha sido así, siempre. La democracia no ha erradicado los torpes o interesados hábitos.
El bajo índice de participación en las recientes elecciones al Parlamento europeo (España, 46 %, Unión Europea, 43’55 %) indican el escaso interés que despiertan estos comicios. A mí me parece aún milagroso que se alcance ese porcentaje, teniendo en cuenta que la mayoría de los electores españoles seguramente no saben siquiera donde puñetas está la ciudad de Estrasburgo, sede de tan oneroso parlamento, ni qué hacen los eurodiputados con sueldos de semi estrellas de la pelotita, qué debaten, qué deciden, si realmente deciden algo, y, en último término, de qué sirve o a qué se dedica una asamblea más inflada que un globo aerostático y tan inútil o más que el Senado español. Sospecho que a ratificar los reglamentos, normas, directivas, etc., que produce esa incontinente fábrica ordenancista que es la Comisión Europea, o las que se les ocurra a los propios parlamentarios para entretenerse en algo. La Unión Europea empezó siendo, terminada la II Guerra mundial, la CECA, Comunidad Europea del Carbón y el Acero, cuyas materias primas y elaboradas habían provocado las tres últimas guerras europeas. Guerras que luego exportaban a todo país que se ponía por delante. Este instrumento de cooperación sumamente pacificador y utilísimo, fue obra de tres excepcionales gobernantes católicos (democristianos en lo político): Adenauer en Alemania, Schuman en Francia y De Gasperi en Italia, contra la oposición inicial de los partidos socialistas, y la permanente y enconada de los comunistas y ahora de los grupos ecologistas o antisistema, que, como las sandías, son verdes por fuera y rojos –rojísimos- por dentro. A estos últimos, que actualmente tanto incordian, podríamos definirlos, si fueran a misa -¡Dios nos libre, santo cielo!, pensarán ellos- como el liberalote don Pío Baroja definía a los carlistas: «Animales de cresta colorada que se cría en las montañas del Norte y que, confesados y comulgados, ataca al hombre». Pues bien, los ecologetas, con toda seguridad, ni confiesan ni comulgan ni han plantado en su vida un árbol, pero atacar al hombre, vaya si lo atacan, por tierra, mar y aire. Fundamentalistas del medio ambiente, el cambio climático, el calentamiento de la atmósfera por San Lorenzo y demás chorradas «progres» de semejante especie, pero silentes como estatuas de mármol frente al genocidio criminal del aborto. La Unión Europea fue un gran invento, propio de grandes hombres como los ya citados, que reportó indudables beneficios mientras se mantuvo en los términos limitados de la unidad de mercado –Mercado Común se llamó- y libertad de circulación dentro de su perímetro de bienes, capitales y personas. También fue beneficiosa la moneda única, que exigía, no obstante, rigor presupuestario y disciplina en el gasto público, pero estos indocumentados que ahora gobiernan España, amenazan con destrozarlo todo. Aquella era la Europa que Julio Anguita llamaba como anatema la Europa de los mercaderes; sin embargo era la única que interesaba al personal de a pie, porque era la que nos proporcionaba beneficios. Ahora, en cambio, Europa se ha convertido en una maraña ingente de reglamentos, burócratas, organismos y comisarios con sueldos de fábula que nadie elige –salvo el más inoperante de los engranajes del inmenso aparato eurócrata, es decir, el gigantesco parlamento-. Nadie elige, pero pretenden gobernarnos a todos desde su falta absoluta de representatividad. Con este panorama no puede extrañar que los candidatos, al menos los principales, apenas se hayan referido a Europa en sus peroratas. ¿Pero podían hablar de una Europa en la que los eurodiputados prácticamente no tocan bola? De ahí que unos y otros se hayan limitado a medir sus fuerzas con argumentos domésticos, principalmente la crisis y el paro, que tienen hundido y desmoralizado al país. También han dicho algunos plumillas que ha sido una campaña sucia y barriobajera por parte de todos. ¡Ay, la gente de mi gremio, cuánto bobo, tuerto o lubricado anda suelto por ahí! Siempre ha sido así, siempre. La democracia no ha erradicado los torpes o interesados hábitos. Porque las campañas de los distintos candidatos no han sido todas iguales. Ha habido algunas mucho más iguales que otras. Por ejemplo, la del inefable José Blanco, la nueva astróloga sociata, Leire Pajín, y el mismo Zapatero o los «peseces» catalanes, se han llevado la palma de la igualdad al estilo de «Rebelión en la granja». Sus «argumentos» zafios, bastos y ad hominem, han resultado muchísimo más iguales que el señorío, seriedad, experiencia europea, saber estar y decir y principios sólidos de Jaime Mayor Oreja. Lo sorprendente es que haya todavía tanto elector que vote a estos socialistas que nos llevan de cabeza a la ruina moral, social y material. Por incompetencia y por intenciones aviesas.
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