No es la política, hombre, no es la política
Los peceros entendieron mejor que nadie a Gramsci. Eso de que la política era consecuencia de la cultura lo pillaron a la primera y se lanzaron a conquistarla. Y lo consiguieron.
por Álex Rosal
Los comunistas siempre lo han tenido muy claro. Muerto Franco eran cuatro pelagatos en 1974, como luego se demostró en las urnas, pero, eso sí, muy bien organizados. Hacían mucho ruido con el rollo ese del paraíso de la Unión Soviética y otros pestiños por el estilo. La propiedad de los medios de comunicación de entonces era del Movimiento o afines, pero quien escribía las noticias eran los seguidores de Lenin y Stalin. En el cine y teatro se apoyaban como si fueran miembros de una misma comuna. Luego, no, claro. Ana Belén y Víctor Manuel se fueron a vivir a una de esas urbanizaciones de lujo y ahí se quebró la utopía de los camaradas. Pero, entretanto, pusieron patas arriba a la opinión pública. Ellos zarandearon el árbol del pensamiento y los jornaleros del PSOE fueron los que recogieron las nueces de los votos. Pero a cada uno lo suyo. Los peceros entendieron mejor que nadie a Gramsci. Eso de que la política era consecuencia de la cultura lo pillaron a la primera y se lanzaron a conquistarla. Y lo consiguieron. Hoy se puede ser políticamente de derechas en España, sí, pero no culturalmente. Lo progre sigue dominando nuestro universo más inmediato y nos envuelve desde todos los ámbitos. Es la nueva tiranía. O desalojamos esa cultura progre que asfixia nuestras vidas, o lo progre se impondrá por varias generaciones. No hay posibilidad de componendas ni pactos. Es como una contaminación mental que se va infiltrando poco a poco, con suavidad, pero firmemente, hasta trastocar nuestros valores y romper con nuestras creencias y tradiciones. Para mí ese es uno de los retos más importante que tenemos en España hoy: hacer cultura; ganar a la opinión pública. Incluso la transmisión de la fe o la educación se ve impedida de lleno si seguimos instalados en esa dictadura del pensamiento único, ya que cambia el paradigma cultural, y dentro de poco será difícil mantener un diálogo religioso con muchos jóvenes. ¿Es la solución? La política de partido es muy, pero que muy loable, pero secundaria. Es importante, pero ahora mismo no es lo más prioritario, me parece a mí. Podemos invertir muchas ilusiones, tiempo y dinero en impulsar un nuevo partido; involucrar a cientos de personas; hacer propaganda y… ¿verdaderamente es lo que necesitamos en este momento? Creo que era Ortega el que decía en plena República que «lo que nos pasa es que no sabemos que nos pasa». Sabemos que estamos mal, qué la sociedad se desmorona, qué la crisis es fruto de esa codicia desbocada, qué los que creemos en un determinado modelo de sociedad y hombre estamos cada vez más desplazados… ¿pero sabemos cómo dar respuesta a todo ello? ¿Es la política de partido la solución? Creo que no. Políticos de Gobierno y oposición funcionan a golpe de encuesta, pendientes siempre de los muestreos. «¿Qué dice la gente?». Es la eterna pregunta. Y legislan y hacen declaraciones, tanto unos como otros, en función de la «opinión pública». La izquierda piensa las 24 horas en cómo «modelar» a esa opinión pública según su hoja de ruta. La derecha, en su más amplia concepción, no. Política, política y política. Que no, hombre, que no. Hay no hay futuro. Revolución conservadora Cuando Lee Edwards Goldwater, candidato republicano a la Presidencia de los EE UU, perdió en 1964 las elecciones de una forma estrepitosa y con un programa electoral que cualquier católico convencido –Bono no, claro– lo suscribiría al 95 por ciento, el movimiento conservador americano –esa amalgama bien diversa de evangélicos, católicos, liberales, anarcocapitalistas y conservadores–, entraron en una catarsis total. «¿Qué podemos hacer?», se preguntaron. «Si queremos ganar una elecciones debemos cambiar nuestro discurso, pero si nos mantenemos firmes en nuestros principios, habrá que cambiar a la opinión pública». Y se pusieron manos a la obra. Dejaron de lado la política de partido, y trabajaron con ahínco para ganar la batalla cultural. Crearon fundaciones, editoriales, radios y televisiones locales, diarios, revistas, lobbys de opinión, productoras de televisión, plataformas de participación ciudadana… se organizaron para conformar un proyecto cultural sólido y duradero. Décadas después, América alumbró la llamada «Revolución conservadora» que sigue hoy muy presente en el país, aunque puntualmente no esté ahora en el poder, por un desgaste lógico de dos mandatos un tanto caóticos de Bush junior en el Gobierno. En España sólo nos queda seguir la hoja de ruta marcada por el movimiento conservador americano si queremos alumbrar una sociedad más sana y menos progre a medio plazo. Lo dicho: no es la política, hombre, no es la política.
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