Viernes, 27 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El mal llamado voto católico


No me parece que el catolicismo que profeso deba ser un motivo de ridículo político tan clamoroso. No lo admito y me rebelo frente a este error que al menos consideraré bienintencionado.

por Alejandro Campoy

Tras la resaca electoral, es buen momento para considerar el sentido y la razón de ser de esas opciones políticas que reclaman para sí casi en exclusividad el llamado «voto católico». Y para exponer estas reflexiones, nada mejor que dejar bien sentadas las premisas sobre las que se fundan, a saber: 1.- El «voto católico» es una entelequia. 2.- Los partidos que lo reclaman son formaciones inexistentes en el actual mapa político, a los que, desde luego, no votan los millones de católicos españoles. La extrema ridiculez en cuanto el número de votos recibidos por estas formaciones, que sumadas entre todas apenas alcanzan la tercera parte de los votos obtenidos por los proetarras de Iniciativa Internacionalista, ya es una primera evidencia de lo disparatado de tales planteamientos. Incluímos a Libertas en el cómputo, simplemente por evitar un ridículo aún mayor a nuestros grupos mesiánicos particulares: 1.- Libertas: 22.805 2.- Alternativa Española: 19.678 3.- Familia y Vida: 9.802 4.- Solidaridad y Autogestión Internacionalista: 5.987 TOTAL: 58.272 votos Esta suma arroja un resultado apenas superior al obtenido por el Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal. Como en las anteriores elecciones europeas, el número total de «votos católicos» fue bastante inferior al de otra formación tan cataléptica como era el Partido del Cannabis. No me parece que el catolicismo que profeso deba ser un motivo de ridículo político tan clamoroso. No lo admito y me rebelo frente a este error que al menos consideraré bienintencionado. En primer lugar, por el hecho más que manifiesto de que «ser católico» jamás puede convertirse en una «marca de parte», en una bandera bajo la que cobijar la confrontación política a través de un «partido» (parte = partido) que sólo es un instrumento para defender unos intereses de «parte» frente a los intereses de «los otros». «Ser católico» es absolutamente otra cosa, opuesta incluso a esa parcialización de un fragmento de la sociedad para defenderse de los otros fragmentos. Ser católico es, por el contrario, una experiencia de vida que tiende a ofrecerse y a comunicarse, a desplegarse en medio de la sociedad en la que se vive, sin crear muros de separación frente a otros grupos, sino derribando esos muros allá donde se encuentren. Ser católico es, por lo tanto, lo contrario de «ser un partido»; implica una presencia contínua y total en todos los ámbitos en los que se depliega la vida de una sociedad, sean profesionales, vecinales, marginales o del tipo que sean. Pero en segundo lugar hay una ocultación deliberada por parte de algunos de esos «partidos» de su verdadera naturaleza y fines o, cuando menos, de sus carencias más clamorosas. Así, Libertas no es más que una manufactura de última hora que en realidad tiene su centro de gravedad en el euroescepticismo, postura muy respetable dado el desastroso proceso de construcción de la Unión Europea. Alternativa Española son las familias que desde hace cuarenta años vienen encontrándose regularmente en la Plaza de Oriente y el Valle de los Caídos, mientras que Familia y Vida no es más que una quimera bienintencionada articulada en torno a dos principios y ajena por completo a lo que es un proyecto global de sociedad y de país. Queda, finalmente, la curiosa pregunta que muchos buenos ciudadanos se formulan cada vez que llegan unas elecciones: ¿y qué voy a votar, si ningún partido defiende las cosas en las que yo creo? Hay que bajar de las nubes y del limbo de una vez por todas. La realidad es que ningún partido defiende las cosas en las que pueda creer ninguno de los 36 millones de ciudadanos que formamos el censo electoral, pues cada uno a título personal siempre tiene motivos para verse defraudado por cualquier formación política, por más afín que sea a su cosmovisión particular, punto que se confirma hablando con cualquier persona, sea comunista, socialista, liberal, anarcosindicalista, nacionalista o cualquier otra etiqueta que traigamos al caso. Por lo tanto, el ciudadano más crítico, consciente y participativo tiene que trabajar por una regeneración constante de la vida pública, no a través de partidos políticos, sino precisamente frente a los partidos políticos, herramientas teóricas de participación en la vida pública pero en la práctica auténticos grupos de interés que secuestran y pervierten la verdadera representatividad. Un católico en cuanto que tal no puede engañarse pensando que la solución pasa por la sustitución de unos partidos por otros, pues esto no cambia en nada el fondo del problema, sino que, precisamente como católico, debe situarse en la vanguardia de los movimientos sociales que hacen frente a los partidos políticos para reclamar contínuamente el verdadero respeto a los derechos y libertades fundamentales. Y hoy en España estos movimientos sociales florecen por todas partes y en todos los ámbitos de la vida pública.
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