Elogio de la locura
La locura no se puede medir, excepto para reconocer que es, quizá, la cualidad humana más entrañable y creativa. Y, en el largo plazo, puede llegar a ser mucho más productiva que la prudente diplomacia.
por John Berwick
El portavoz del Vaticano Federico Lombardi tiene motivos para estar nervioso. El próximo 8 de mayo el Papa Benedicto XVI comienza una visita de ocho días a Oriente Medio. El Papa no entiende de «dorar la píldora» a nadie. Pero cuando provoca marejadas, es su director de comunicación el que ha de remangarse para achicar el agua fuera de la barca. El Papa ya ha provocado al padre Lombardi un buen número de dolores de cabeza. En la rueda de prensa durante el vuelo papal hacia Brasil en mayo de 2008, Benedicto XVI pareció sugerir que los legisladores que apoyan leyes favorables al aborto deben ser excomulgados. Esto hizo estallar un tórrido debate a lo largo y ancho del mundo católico. El furor ensombreció el resto del viaje. De manera poco sorprendente, cuando el Papa voló a África en marzo, el padre Lombardi anunció con firmeza: «No habrá rueda de prensa a bordo». Pero camino a Camerún, el Papa declaró a los periodistas que la distribución de preservativos está contribuyendo a extender la pandemia del sida. Las organizaciones sanitarias internacionales pusieron el grito en el cielo. Benedicto XVI provocó su mayor «bomba informativa» en septiembre de 2006, un día antes del quinto aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York. El antiguo profesor de teología especuló sobre la probable relación entre la subordinación de la razón en el Islam y la violencia cometida en su nombre. Sus comentarios estaban destinados a ser una invitación al diálogo interreligioso, no basado en el enfoque bienintencionado de su predecesor Juan Pablo II, sino en una franca discusión sobre las diferencias entre el Islam y el cristianismo. A pesar de todo, nadie quedó más sorprendido e impactado que él cuando los musulmanes radicales respondieron con la quema de iglesias católicas. Pero este no fue el final de la historia. Un grupo de 138 expertos islámicos escribieron al Vaticano pidiendo una oportunidad para expresar sus tesis. El Papa respondió pidiendo disculpas por haber herido la sensibilidad de los musulmanes. Dos años después, un encuentro sin precedentes entre católicos y musulmanes tuvo lugar en el Vaticano. Su resultado, la creación de un foro interreligioso permanente. El trabajo de este grupo, que incluye eruditos y líderes que representan a cada nación musulmana y a cada gran escuela de la obediencia islámica, ha sido seguido de forma intensa por los medios. Probablemente sea una buena cosa. Las discusiones son delicadas y cualquier progreso que haya se irá incrementando. Pero su mera existencia es todo un hito. Es la primera vez en sus dos mil años de coexistencia que las dos creencias monoteístas más extendidas, representadas por estudiosos altamente cualificados, están debatiendo sus diferencias con un espíritu de mutuo respeto y auténtico interés. Sin el «disparate» de Benedicto XVI en Ratisbona, fuera de toda corrección política y diplomática, probablemente nunca hubiera sucedido. La segunda «locura» monumental del Papa fue levantar la excomunión en enero a cuatro obispos católicos ultra conservadores, incluido Richard Williamson, que había negado el holocausto. Los lobbys judíos reaccionaron con furia; muchos católicos, con incredulidad. En un gesto sin precedentes, la Canciller alemana Angela Merkel exigió públicamente al Papa una «clarificación» de los hechos. Una vez más, el padre Lombardi se remangó para achicar toda el agua que fue capaz. El portavoz vaticano explicó que los obispos no habían sido «plenamente reinstaurados», y que el levantamiento de la excomunión fue sólo «un gesto de compasión», una invitación al diálogo. El arzobispo Robert Zollitsch, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, añadió que la «pesadilla» de Benedicto XVI era que los ultra conservadores pudieran al fin dar el paso final de la ruptura con la Iglesia católica durante su pontificado. No hay motivos para suponer que este Papa tiene vinculación alguna con el antisemitismo. Ha promovido activamente las relaciones judeo católicas durante décadas y ha proclamado que no hay sitio para el antisemitismo en la Iglesia católica. Sin embargo, su deseo obsesivo de preservar la unidad de la Iglesia en este caso ha sido un absurdo. Un absurdo, de hecho, como el del pastor en la parábola de la oveja descarriada, que abandona a 99 para buscar a la que está perdida. Por cierto, como señaló Erasmo de Rótterdam en el siglo XVI, los evangelios están llenos de multitud de absurdos. A día de hoy parece como que el «gesto compasivo» del Papa no obtendrá el fruto deseado. Pero, paradójicamente, ha llevado la atención hacia Nostra Aetate, un decreto del Concilio Vaticano II, que marcó un nuevo comienzo en las relaciones judeo católicas a mediados del siglo XX. El decreto enseña que el judaísmo no ha sido sustituido por el cristianismo. Que la alianza de Dios con el pueblo judío es eterna. Y por lo tanto, el judaísmo tiene un lugar especial junto al cristianismo. Algunas voces conservadoras en la Iglesia han discutido que Nostra Aetate sea vinculante al ser «meramente» un decreto y no una constitución o una declaración conciliar. Este sofisma ha quedado al descubierto. Y sin el absurdo gesto de buena voluntad de Benedicto XVI hacia el obispo Williamson, quizá nunca hubiera sucedido. Tal vez debiéramos estar menos preocupados por las «locuras papales» que los árbitros de lo políticamente correcto nos han querido señalar. En su clásico «Elogio de la locura», Erasmo de Rótterdam concluye: «Todos los hombres están locos, incluso los piadosos. El propio Cristo, aunque poseía la sabiduría del Padre, asumió la locura de la humanidad para redimir los pecados. No eligió para redimirlos ningún otro camino que el de la locura de la cruz y a través de discípulos ignorantes y embrutecidos». La locura no se puede medir, excepto para reconocer que es, quizá, la cualidad humana más entrañable y creativa. Y, a largo plazo, puede llegar a ser mucho más productiva que la prudente diplomacia. John Berwick es corresponsal religioso de la alemana DW-TV
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