Lectura sinfónica de la Escritura
Entre los conjuntos escultóricos más importantes de Madrid, se encuentran Los portadores de la antorcha, obra de Anna Hyatt Huntington, que podemos admirar en el campus de Moncloa. Es probable que la intención original de la autora fuera representar el robo del fuego a los dioses por parte de Prometeo, pero puso mucho más interés en el hecho de la entrega de ese fuego a los hombres. Por esa razón la obra ha ido adquiriendo posteriormente otra significación: la transmisión del saber de unas generaciones a otras. Anna Hyatt , famosa por sus representaciones animalísticas, ha conseguido una obra excelente en la que destaca de modo particular la figura del caballo; con los músculos en plena tensión, preparado para salir corriendo, símbolo del paso del tiempo. El jinete consigue recoger la antorcha que le ofrece con su último impulso un hombre extenuado. Sirve el caballo de enlace entre ambos.
La historia humana es un largo, lento, doloroso y muchas veces ensangrentado proceso en el que la humanidad va apropiándose del conocimiento del mundo. Pero esta apropiación no es destructiva, sino que esa adquisición que hace el hombre del saber del mundo y de sí mismo intenta conservarla y transmitirla a las generaciones siguientes. Es este un rasgo que define de modo fundamental el modo humano de ser. Porque no hay humanidad sin la entrega y recepción del saber acumulado durante milenios. En el Paleolítico los grupos humanos ya son conscientes del enorme valor de ese proceso de transmisión del saber. Al principio, naturalmente, la acumulación de saber es muy débil. Probablemente consistiría en el mejor modo de afilar las puntas de flecha, encender el fuego o recolectar frutos del bosque. Pero es el mismo mecanismo que se sigue utilizando hoy a lo largo y ancho del planeta. Es decir, somos deudores de nuestros antepasados.
En nuestros tiempos una oleada de indiferencia, incluso de hostilidad hacia el pasado recorre el mundo. De espaldas al pasado cada vez con más intención, el ser humano en la actualidad va perdiendo también el sentido del futuro. Si no sabemos de dónde venimos, tampoco sabemos si vamos hacia alguna parte. El título de la película de Fernando Fernán Gómez El viaje a ninguna parte resume bien el rumbo de la cultura en la actualidad. El pasado, y sobre todo la tradición, como rémora, como un lastre que hay que evitar o cancelar se ha constituido en una característica de nuestra época.
Una de las consecuencias de este naufragio es que tendemos a aproximarnos a los libros ignorando dónde, cómo y por qué surgieron. Esto es especialmente peligroso si se trata de obras de Filosofía, pero es verdaderamente penoso en el caso de las Sagradas Escrituras. La tendencia a leer y sobre todo a interpretar los libros sagrados exclusivamente desde nuestra visión, sin tener en cuenta la opinión de aquellos y aquellas que profundizaron en ellos con verdadero amor y sabiduría, nos induce a extraer muchas veces consecuencias descabelladas. Por eso, creo yo, conviene leer de vez en cuando las obras de estos hombres y mujeres de Dios que hicieron vida la Palabra.
Pero, podemos pensar, ¿por qué he de leer los Comentarios a la Escritura de Orígenes de Alejandría? Porque Orígenes, a pesar de ciertos excesos, era un hombre cultísimo y amante de la Iglesia de Jesucristo. ¿Por qué he de leer a San Basilio o San Gregorio de Nisa o San Gregorio Nacianceno? Porque estos Santos Padres tuvieron la mejor formación en filosofía y cultura griega que se podía tener en su tiempo y , además, porque tenían extraordinaria santidad. ¿Por qué he de leer a San Cirilo de Alejandría? Porque amaba a la Iglesia y luchó con todas sus fuerzas para defender sus dogmas principales. ¿Por qué San Agustín, San Bernardo, San Juan Damasceno, San Beda, Santo Tomás de Aquino? Porque estudiaron los textos bíblicos con un profundo amor y fidelidad a la Iglesia. ¿Por qué a Santa Teresa de Jesús? Porque es Doctora de la Iglesia.
La tendencia a prescindir de la Tradición, iniciada de modo inquietante con Lutero, ha tenido graves y nefastas consecuencias. Interpretar la Escritura individualmente es como no ver en el bosque más que un solo árbol, como intentar meter el agua del mar en un barreño. Por el contrario, debemos sentir la vibración de los que a lo largo de la historia de la Iglesia han reflexionado, orado y vivido la lectura de la Escritura. Hemos de leerla con la humildad de los herederos de una gloriosa tradición de intérpretes, a los que debemos escuchar antes de elaborar nuestra interpretación, que en la mayoría de los casos es ramplona, vulgar y desacertada. Debemos interpretar la Escritura dentro de un coro y una orquesta que son la Iglesia misma, en sus más excelsos representantes. Y añadir nuestra voz o el sonido de nuestro violín, si es que no desafinamos mucho.