Algunos filósofos cristianos
En la primavera de 1995 tuve ocasión de conocer personalmente a José Gómez Caffarena (1925-2013) en la calle Claudio Coello, de Madrid. Era un piso amplio y luminoso que pertenecía a la Compañía de Jesús. Me recibió muy amablemente y me atendió con interés. La habitación en la que charlamos estaba llena de libros. Había libros en las estanterías, en los armarios, en mesas, en sillas; muy bien ordenados, eso sí. Libros en castellano, en inglés, en alemán, en francés, etc. En aquellos días me encontraba preparando mi tesis doctoral sobre Pseudo-Dionisio. Mi director de tesis me había recomendado hablar con algunas personalidades en el campo de la Filosofía y la Teología en España. Una de las cosas que recuerdo de esa entrevista es que Gómez Caffarena me repitió varias veces que no puede haber Teología sin Filosofía. Y me hizo ver que el mismo Pseudo-Dionisio era tan filósofo como teólogo. Me recomendó en particular leer a Urs von Balthasar y Henri de Lubac. De manera que, a partir de entonces, comencé a realizar cambios en mi trabajo de tesis. Una de las obras de Gómez Caffarena que leí con más interés fue Metafísica trascendental.
A José Luis López Aranguren (1909-1996) no lo conocí personalmente, pero tuve el placer de verlo y escucharlo en una conferencia que dio en Socuéllamos (Ciudad Real) en 1985. Cuando hizo su entrada en la sala, me llamó la atención su gran estatura y su extrema delgadez. Tenía una apariencia de fragilidad extraordinaria. Caminaba hacia el estrado con la meticulosidad de quien corre peligro de deshacerse. Habló allí de educación y cultura. Algunas de las advertencias que hizo se han cumplido: la desatención al mundo de la educación acarreará graves consecuencias. De Aranguren he leído la famosa Ética, que siempre me pareció una obra excelente e iluminadora. También leí con interés su libro Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. He visto siempre en Aranguren al cristiano que trabaja a favor de la sociedad en la que vive, aprovechando las posibilidades que ésta le pueda ofrecer. Porque, aunque las circunstancias de su vida no fueron fáciles, debemos concienciarnos de que las nuestras tampoco son especialmente benévolas.
Uno de los aspectos que me llama más la atención, en el caso de Aranguren, es que le debe mucho a Eugenio D´Ors. Este le ayudó a darse a conocer y sobre todo le puso en contacto con personas muy importantes en la cultura de su tiempo: Pedro Laín, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales. Aranguren tuvo en la Universidad de Madrid unos profesores extraordinarios, como José Ortega y Gasset, Manuel García Morente, José Gaos o Xavier Zubiri. Un claustro verdaderamente brillante en el mundo del pensamiento.
Mi primer contacto con Xavier Zubiri tuvo lugar en la Biblioteca municipal de Daimiel, mi pueblo. Allí, a los trece años, leí por primera vez Naturaleza, historia, Dios. Un libro que marcó el rumbo que yo debía seguir a partir de entonces en mi modesto quehacer filosófico. Estaba compuesto por un conjunto de artículos, aparentemente inconexos, que proporcionaba una imagen muy profunda de la filosofía y la ciencia contemporáneas, escrito con una potente erudición y una brillante lucidez. No hay que olvidar que esta obra se publicó nada menos que en 1944 y por la Editora Nacional. Fue muy bien recibida en la España de aquel tiempo. Por otra parte, su secularización y su matrimonio con la hija de Américo Castro le acarrearon algunos problemas, entre ellos el de no poder ejercer la docencia universitaria en Madrid. No obstante, se estableció en Madrid y consiguió trabajar con relativa tranquilidad, dando cursos privados sobre filosofía y ciencia, a los que asistió la flor y nata de la intelectualidad madrileña. El interés que despertaron estos cursos llegó hasta el extremo de que se redactaran reseñas en el diario ABC. Su segunda obra, Sobre la esencia, representa un escalón más en la elaboración de su propia concepción filosófica. No era tan asequible como la primera, pero tuvo una buena acogida en España. De pronto, surgió un verdadero filósofo y este, para suerte nuestra, era español. Es la suya una filosofía original, pero cimentada en un conocimiento exhaustivo de la Historia de la filosofía. Es decir, no surge en el vacío. Un gran aviso a navegantes.
Aunque resulte discutible la denominación de Filosofía cristiana (tal como defendió Gilson frente a Bréhier), lo que es indudable es que ha habido y hay filósofos cristianos. En España hemos tenido ejemplos egregios, como los que he mencionado. A ellos habría que añadir Don Miguel de Unamuno, que siempre anduvo preocupado, obsesionado por la perduración de su espíritu, su persona y su cuerpo, además de ser un escritor extraordinario. Sin él no sería concebible la formación de Ortega y otros filósofos. También hay que mencionar a García Morente, que terminó ordenándose sacerdote, Juan Zaragüeta, Julián Marías, Alfonso López Quintás, etc. En suma, un grupo excelente de filósofos que tuvieron en el cristianismo una de sus principales fuentes de reflexión.