Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Amazonia: la ayahuasca y el camino de la Eucaristía


por Albert Cortina

Opinión

Tengo un amigo abogado que este fin de semana se iba a un retiro de ayahuasca en una casa rural a las afueras de Madrid. Por otro lado, una amiga mía, médico de Barcelona, me comentó que en octubre iba a hacer junto a otros caminantes y servidores de su parroquia un retiro de Emaús.

Ambos van al encuentro de Dios por caminos muy distintos. Los dos tienen grandes heridas por sanar en su alma y en su corazón.

La ayahuasca se ha convertido en la pócima de moda. Este brebaje de plantas amazónicas provoca un potente viaje sensorial inducido por un ritual chamánico que durante siglos ha sido utilizado por las poblaciones indígenas de Sudamérica con fines terapéuticos y espirituales.

Cada vez más profesionales, empresarios, artistas, terapeutas y todo tipo de seguidores de la New Age buscan en la ayahuasca un camino de autoconocimiento, un antídoto contra bloqueos emocionales, estados de ansiedad y/o adicciones. Entre los emprendedores, CEOs y gurús tecnológicos de Silicon Valley en California (Estados Unidos), la ayahuasca hace furor.

En España está creciendo la presencia de los chamanes formados en Sudamérica o venidos de allí, que entienden y difunden la ceremonia de la ayahuasca como una cosmovisión espiritual. También aumentan los chamanes occidentales que, junto con sus técnicas psicoterapéuticas, hacen rituales de ayahuasca vinculados al budismo, el yoga, el reiki o la Gestalt.

Los hay también pertenecientes a la Iglesia del Santo Daime, un movimiento religioso sincrético que mezcla el uso de la ayahuasca con algunas prácticas católico-cristianas. Para este culto, que surgió en el estado brasileño de Acre, en la Amazonia, en los años 30 del siglo XX, la ayahuasca es un sacramento. Los feligreses del Santo Daime van a su iglesia, se sientan como en cualquier otro templo, vestidos de una determinada manera, y en vez de recibir la Eucaristía toman un vasito de ayahuasca. En vez de cantar y rezar a Jesucristo y a la Virgen Maria, le cantan a la naturaleza, a la madre tierra y a la existencia.

En contraste a esa espiritualidad amazónica, en un retiro de Emaús se propicia el encuentro personal con el Dios-Amor. A través de la adoración al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, la invocación e inspiración del Espíritu Santo, la mirada amorosa, maternal y llena de ternura de la Virgen María, los cantos y alabanzas de los ángeles, el ejemplo de los santos y la empatía y amistad que se genera entre los diversos testimonios y participantes del citado retiro, a lo largo de ese fin de semana se produce un excepcional encuentro con Jesucristo y un conocimiento real del misterio de la Santísima Trinidad.

En un retiro de Emaús se experimenta y se hace vivencial que el Dios-Amor es quien sostiene nuestras vidas, que Él nos ama y que cuida de su creación.

A pesar de esa evidencia que nos aporta la fe, este verano hemos visto con horror cómo la Amazonia ha ardido en inmensas llamas debido a la mala actuación del ser humano, a su codicia, a su afán de control y de poder, así como a las múltiples negligencias individuales y colectivas. Constatamos con pesar cómo en esta etapa de la historia de la humanidad estamos incumplimiento nuestra misión y responsabilidad de custodiar la creación y de cuidar nuestra casa común. Así lo ha dicho el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’, documento que debemos leer con atención ya que nos advierte de los peligros del paradigma tecnocrático, del sistema socio-económico injusto y nos propone un estilo de vida más sencillo, sobrio y acorde con el Evangelio.

Sin embargo, el fuego que arde con mayor ímpetu no es únicamente el de la selva amazónica, sino el que se expande en nuestra interioridad, es decir, en nuestro corazón. La pregunta que debemos hacernos es si ese fuego interior se ha apagado con tanta exaltación del Ego, y ha debilitado nuestra vida espiritual dejando nuestro ser y esencia devastados y en cenizas como la Amazonia en estos días, o bien se ha avivado para potenciar nuestra espiritualidad y elevar nuestra alma y nuestro cuerpo a las mayores cotas de consciencia, ayudados por la fe, la gracia santificante, los sacramentos, y para alcanzar, de este modo, un auténtico encuentro personal con el Amor de los amores que nos espera siempre para compartir con Él la vida eterna.

Entre tanto fuego y cenizas llega a mis manos el documento Instrumentum laboris titulado Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral publicado el 17 de junio de este año por la Secretaria General del Sínodo de los Obispos y que ha de servir de base en el Sínodo para la Amazonia, un evento de extraordinaria importancia que la Iglesia católica celebrará en Roma, si Dios quiere, el próximo mes de octubre de 2019.

Ante el grito de la tierra y de los pobres los cristianos tenemos a un Dios que camina a nuestro lado y que ha cumplido su promesa en Jesucristo. El Dios-Amor no es un dios ausente, secuestrado en un cielo lejanísimo, o perdido entre los árboles de la selva, o confundido ontológicamente con la madre tierra y el universo.

No estamos hablando simplemente de una energía crística, cósmica o positiva, sin concreción, impersonal y abstracta. El Dios de la espiritualidad cristiana es un Dios Encarnado, implicado con la evolución del cosmos, la materia y la naturaleza. Un Dios tremendamente apasionado con cada hombre y con cada mujer ya que somos para Él personas singulares, excepcionales y diversas, creadas a su imagen y semejanza. Unos seres humanos dotados de dignidad y de libertad para escoger nuestro camino y el proyecto de vida que creamos nos conviene más.

No obstante, cabe preguntarse ¿hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre y a la creación? El Evangelio cristiano no deja lugar a dudas: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Un anuncio profético que nos confirma que Jesús camina con nosotros todos los días, como hizo con los discípulos de Emaús, porque nos ama profundamente y su Sagrado Corazón se mantiene incandescente, en llamas, aunque el nuestro se enfríe e incluso se apague entre cenizas.

Qué alegría nos darán nuestros pastores de la Iglesia universal a los católicos y qué gran anuncio de esperanza ofrecerán a la humanidad, si el Sínodo para la Amazonia muestra a esa región de Sudamérica y al mundo entero la riqueza de la espiritualidad cristiana, que es una espiritualidad del corazón, basada enteramente en la verdad, la bondad, la belleza, el perdón, la ternura y el amor.

Los padres sinodales que participen en octubre en el Sínodo para la Amazonia tienen una magnífica oportunidad para ofrecer el camino de la ayahuasca o el camino de la Eucaristía.

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