El Papa, agnósticos y creyentes en Asís
Benedicto XVI: el odio y el terrorismo son una mala interpretación de la religión. Pero también «el "no" a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida»
por Andrea Tornielli
Benedicto XVI quiso que en la reunión de Asís, peregrinaje para la paz en memoria del primer encuentro que se celebró aquí hace 25 años gracias a la voluntad de Juan Pablo II, también participaran representantes de los que no creen en Dios. Y hacia ellos se dirigió el punto más alto del discurso que Ratzinger pronunció en la Basílica de Santa María de los Ángeles, rodeado de los líderes de las grandes religiones del mundo; explicó también que los “no creyentes” « buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios», pero no logran encontrarlo porque en este mundo «las religiones no son practicadas». El Papa insistió en que ni la violencia ni el terrorismo pueden ser justificados nunca, aunque en muchas ocasiones usen la religión y el nombre de Dios. También reconoció, como había hecho su predecesor, que incluso «en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia».
El Papa Ratzinger, que llegó como un peregrino más a Asís a bordo del tren “Frecciargento”, en compañía de los líderes de las demás religiones, tomó la palabra después de haber escuchado los discursos de diferentes exponentes religiosos y también el de una representante de los “no creyentes”, Julia Kristeva. Benedicto XVI recordó, sobre todo, el histórico encuentro de 1986. «Entonces –dijo el Papa–, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre». El Papa reconoció que las causas de la caída del comunismo son complejas, pero recuerda que «la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual». El año 1989 fue una «victoria de la libertad» y, sobre todo, una «victoria de la paz». Pero Ratzinger reconoce que después de aquel evento no llegaron ni la libertad ni la paz. «Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra», el mundo está lleno de discordia. Hay guerras y «el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación».
El Papa después presentó dos rostros de la violencia, diametralmente opuestos entre ellos. El primero de ellos es el terrorismo, que sin tener en consideración las vidas humanas inocentes, justifica «cualquier forma de crueldad». «Sabemos –afirmó– Ratzinger que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del “bien” pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia».
La crítica de la religión, explicó el Pontífice, desde el Iluminismo, «ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones». El Papa dijo que, como personas religiosas, «nos debe preocupar profundamente» el hecho de que la religión motive la violencia. Y la religión se vuelve «causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros». Pero esta «no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción».
Benedicto XVI tambi’en se planteó el problema de la verdadera naturaleza de la religión, preguntándose si no existe verdaderamente una común. «Debemos afrontar estas preguntas –añadió– si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos». Y es esta, justamente, la tarea del diálogo interreligioso.
«Quisiera decir, como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza», que es la de creer en un Dios padre de todos los hombres, todos hermanos y hermanas.
El segundo tipo de violencia que señaló Benedicto XVI es la que tiene una motivación exactamente opuesta: «es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad». El “no” a Dios «ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios».
El Papa no se refiere solo al «ateísmo de Estado», sino también a la decadencia del hombre, al «un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal». «El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo».
La parte más innovadora del mensaje papal tiene que ver con los “no creyentes”: «Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios». Son personas que no niegan simplemente la existencia de Dios, sino que sufren por su ausencia, y, «buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él».
Estas personas hacen preguntas «tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella».
Pero los “no creyentes” que están buscando « llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás». Estas personas buscan la verdad, buscan al Dios verdadero, «cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible».
Por este motivo, Ratzinger también quiso que los “no creyentes” se unieran al peregrinaje hacia Asís. « Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho». El Papa concluyó su discurso asegurando que « la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo».
Vatican insider
El Papa Ratzinger, que llegó como un peregrino más a Asís a bordo del tren “Frecciargento”, en compañía de los líderes de las demás religiones, tomó la palabra después de haber escuchado los discursos de diferentes exponentes religiosos y también el de una representante de los “no creyentes”, Julia Kristeva. Benedicto XVI recordó, sobre todo, el histórico encuentro de 1986. «Entonces –dijo el Papa–, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre». El Papa reconoció que las causas de la caída del comunismo son complejas, pero recuerda que «la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual». El año 1989 fue una «victoria de la libertad» y, sobre todo, una «victoria de la paz». Pero Ratzinger reconoce que después de aquel evento no llegaron ni la libertad ni la paz. «Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra», el mundo está lleno de discordia. Hay guerras y «el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación».
El Papa después presentó dos rostros de la violencia, diametralmente opuestos entre ellos. El primero de ellos es el terrorismo, que sin tener en consideración las vidas humanas inocentes, justifica «cualquier forma de crueldad». «Sabemos –afirmó– Ratzinger que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del “bien” pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia».
La crítica de la religión, explicó el Pontífice, desde el Iluminismo, «ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones». El Papa dijo que, como personas religiosas, «nos debe preocupar profundamente» el hecho de que la religión motive la violencia. Y la religión se vuelve «causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros». Pero esta «no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción».
Benedicto XVI tambi’en se planteó el problema de la verdadera naturaleza de la religión, preguntándose si no existe verdaderamente una común. «Debemos afrontar estas preguntas –añadió– si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos». Y es esta, justamente, la tarea del diálogo interreligioso.
«Quisiera decir, como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza», que es la de creer en un Dios padre de todos los hombres, todos hermanos y hermanas.
El segundo tipo de violencia que señaló Benedicto XVI es la que tiene una motivación exactamente opuesta: «es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad». El “no” a Dios «ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios».
El Papa no se refiere solo al «ateísmo de Estado», sino también a la decadencia del hombre, al «un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal». «El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo».
La parte más innovadora del mensaje papal tiene que ver con los “no creyentes”: «Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios». Son personas que no niegan simplemente la existencia de Dios, sino que sufren por su ausencia, y, «buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él».
Estas personas hacen preguntas «tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella».
Pero los “no creyentes” que están buscando « llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás». Estas personas buscan la verdad, buscan al Dios verdadero, «cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible».
Por este motivo, Ratzinger también quiso que los “no creyentes” se unieran al peregrinaje hacia Asís. « Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho». El Papa concluyó su discurso asegurando que « la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo».
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