Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Empezar el año como creyentes


por Hermana Beatriz Liaño

Opinión

Llega fin de año y en todos los hogares hay rumor de preparativos y ambiente de fiesta. Bueno, quizás en todos no, pero en la mayoría sí. En España, en casi todas las casas, se preparan platitos con doce uvas por persona. Cada miembro de la familia, si quiere disfrutar de un «buen año», tendrá que comerse sus doce uvas al ritmo de las doce campanadas de la medianoche, retransmitidas desde la madrileña plaza de la Puerta del Sol. Para algunos, la tontería de las uvas es solo un juego, una forma de reunir a la familia en un ambiente festivo. Para otros, el ritual de las uvas se ha convertido en una superstición, en una ceremonia pseudorreligiosa para invocar la «buena suerte»… Recuerdo un año en el que la presentadora que transmitía el acontecimiento confundió los cuartos con las campanadas que ya estaban sonando y dejó a todos los españoles con las uvas en el plato y con cara de espanto. ¡La que se lió esa noche! Pero, ¿qué quieren? El error de esa señorita sirvió para una cosa: para demostrar que no pasa nada por no comer las uvas en Nochevieja.

Hablaba hace un tiempo con una Hija de la Caridad. Es anciana en años, pero conserva la ilusión de la novicia más entusiasmada con su vocación. Nos contaba que, cuando ella era pequeña, hace ya muchas Navidades, no había uvas ni campanadas para comenzar el Año Nuevo, pero su madre -una mujer de fe sencilla, pero ejemplar- tampoco les dejaba acostarse esa noche a la hora acostumbrada. Mantenía a la familia en pie hasta la medianoche, y esa hora decía: «Vamos a comenzar el nuevo año que Dios nos da como creyentes». Y comenzaba a recitar el Credo. Sus hijas, el esposo y los abuelos se unían a la oración. Al terminar, se iban todos a la cama, porque al día siguiente había que madrugar para ir a misa de Santa María, Madre de Dios. Porque, ciertamente hay que decir que, entre las muchas cosas a reprochar a todo este jaleo de los cotillones de fin de año, una importante es la de haber arruinado la preciosa fiesta con la que los cristianos comenzamos el año: la Maternidad divina, el más importante dogma mariano

Me imagino que, mientras leen estas líneas, la pregunta que le viene a la cabeza a más de uno es: «¿Está mal entonces comenzar el nuevo año comiendo las uvas con la familia?» Yo no digo que esté mal, cuando se hace -como decía antes- como un juego que une a toda la familia. Pero sí es cierto que es un gesto sobre el que tenemos que reflexionar, porque -sinceramente- hay formas mejores de comenzar el año, ¿no es cierto? Somos creyentes, y nuestra fe tiene que impregnar de sentido sobrenatural todos nuestros actos. Lo bonito sería que cada familia encontrara su forma de cristianizar un momento tan cargado de simbolismo como es la llegada del Nuevo Año. 

El Santo Padre, por ejemplo, en la tarde del 31 de diciembre, en la Basílica de San Pedro, reza las primeras vísperas de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios que, como he dicho, celebramos el 1 de enero. Al final de esas vísperas solemnes, el coro canta el Te Deum, antiquísimo himno litúrgico que se remonta al siglo V de nuestra era. Es la acción de gracias de la Iglesia por excelencia, cantado esa noche en reconocimiento por todos los beneficios recibidos en el año que termina. Es una costumbre preciosa. Se termina el año con Nuestra Madre, maestra de agradecimiento. Y con Ella, maestra de confianza, lo empezamos, poniendo todo lo que está por venir en manos de la «omnipotencia suplicante»

Gracias a Dios, muchas parroquias y comunidades religiosas ofrecen alternativas cristianas al plato de uvas, ayudándonos a ponernos en manos del Dios providente y generoso que nos regala un año más que debemos llenar de obras buenas, de gloria y de alabanza a su Nombre. Son iniciativas a difundir, porque estas sí que son formas de comenzar «con buen pie» el nuevo año. Termina un año con todas sus luces y con todas sus sombras, jalonado de alegrías y tachonado de sufrimientos. Y se abre un nuevo año sobre el que se vuelcan sueños, proyectos e ilusiones, pero en el que nos acechan también miedos, temores y preocupaciones. ¿Con quién mejor que con el Señor para compartir estos momentos?

Como decía antes, cada familia y cada comunidad deben encontrar su propia forma de darle sentido cristiano al fin de año. Lo que es cierto es que «de lo que hay en el corazón, habla la boca» y, en momentos así, sale fuera lo que realmente tenemos dentro. Si nuestro corazón no es todavía auténticamente cristiano, nos saldrá el ramalazo pagano. Pero si nuestro corazón pertenece a Jesucristo, encontraremos la forma -como la madre de la Hija de la Caridad que contaba antes- para comenzar el año «como creyentes».

Publicado en Info Familia Libre.

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