Bin Laden ha resucitado
Obama y sus validos creen haber matado al demonio que humilló la hegemonía de su imperio; en realidad, acaban de resucitarlo
Las condiciones más bien penosillas en las que sobrevivía el archivillano Bin Laden, incomunicado en su cochiquera paquistaní, nos hacen presumir que sus días de gloria como caudillo de la yihad habían quedado atrás. Pero también Aníbal, que hizo temblar la hegemonía de Roma, se convirtió, tras su derrota en Zama, en una pálida sombra de lo que antaño fue; mas no por ello Roma dejó de perseguirlo implacablemente, convirtiendo su vejez en un rosario de exilios e infortunios, hasta que por fin el cartaginés decidió suicidarse, harto de vivir en vilo.
Para el pueblo americano, Bin Laden era el monstruo que hizo temblar la hegemonía de su imperio, como Aníbal lo era para el pueblo romano; y la muerte de Bin Laden, como la de Aníbal, era una catarsis necesaria para los humillados, el único remedio capaz de exorcizar sus miedos y fragilidades. Los raptos de júbilo dionisíaco a los que se entregaron los americanos, cuando Obama anunció la muerte del archivillano, así lo demuestran (también sospecho que demuestran que Estados Unidos se halla en ese gozne psicológico en el que las naciones hegemónicas inician su decadencia, pero eso sería asunto para otro artículo).
Aquí quisiera referirme a la torpeza con que el Gobierno americano ha solventado este episodio. Algunos aspectos del mismo, como que los miembros del comando liquidador filmasen en directo la escabechina, para disfrute exclusivo de Obama y sus validos, le confieren unos ribetes sórdidos que me recuerdan aquella película de Michael Powell, El fotógrafo del pánico, sobre un psicópata que se excitaba retratando en directo la muerte de sus víctimas; pero aquí, más que torpeza, se detecta una depravación que da asco (en lo que se igualan con Bin Laden, que también disfrutó de su escabechina por televisión y en directo).
La torpeza del Gobierno americano se muestra en el modo empleado para deshacerse del cadáver, que no se le habría ocurrido ni al que asó la manteca. Empiezan por asegurarnos que los liquidadores de Bin Laden cumplieron con todos los ritos que exige un funeral musulmán. ¿Quién se puede creer semejante patochada inverosímil? Uno se imagina a los liquidadores de Bin Laden, tras el subidón de adrenalina, escupiendo sobre su cadáver, cagándose en sus muertos y en su jeta, pateándolo y haciéndole todo tipo se sevicias (después de todo, también Aquiles hizo lo suyo con el cadáver de Héctor); pero, ¿rindiéndole exequias fúnebres, y según el rito establecido en el Corán, para más coña?
Y todo para después arrojarlo al océano, con la excusa de evitar que su enterramiento se convierta en lugar de peregrinación... a cambio de ingresar al archivillano en esa categoría mítica de los muertos «desaparecidos en combate», al lado del rey Arturo, don Sebastián de Portugal o Adolf Hitler. Diríase que Obama y sus validos se hubiesen puesto de acuerdo para montar una chapuza magna que, en las próximas décadas, alimente las teorías conspirativas más rocambolescas, dejando chiquitas las que circulan sobre el magnicidio de Kennedy o el paseo de Armstrong por la luna. En las próximas décadas, no habrá programucho esotérico de televisión ni libraco sensacionalista que se precie que no nos anuncien el «avistamiento» de Bin Laden en la Cochinchina o en Las Hurdes. Obama y sus validos creen haber matado al demonio que humilló la hegemonía de su imperio; en realidad, acaban de resucitarlo. Y sospecho que el resucitado vivirá para ver su decadencia y caída.
www.juanmanueldeprada.com
Para el pueblo americano, Bin Laden era el monstruo que hizo temblar la hegemonía de su imperio, como Aníbal lo era para el pueblo romano; y la muerte de Bin Laden, como la de Aníbal, era una catarsis necesaria para los humillados, el único remedio capaz de exorcizar sus miedos y fragilidades. Los raptos de júbilo dionisíaco a los que se entregaron los americanos, cuando Obama anunció la muerte del archivillano, así lo demuestran (también sospecho que demuestran que Estados Unidos se halla en ese gozne psicológico en el que las naciones hegemónicas inician su decadencia, pero eso sería asunto para otro artículo).
Aquí quisiera referirme a la torpeza con que el Gobierno americano ha solventado este episodio. Algunos aspectos del mismo, como que los miembros del comando liquidador filmasen en directo la escabechina, para disfrute exclusivo de Obama y sus validos, le confieren unos ribetes sórdidos que me recuerdan aquella película de Michael Powell, El fotógrafo del pánico, sobre un psicópata que se excitaba retratando en directo la muerte de sus víctimas; pero aquí, más que torpeza, se detecta una depravación que da asco (en lo que se igualan con Bin Laden, que también disfrutó de su escabechina por televisión y en directo).
La torpeza del Gobierno americano se muestra en el modo empleado para deshacerse del cadáver, que no se le habría ocurrido ni al que asó la manteca. Empiezan por asegurarnos que los liquidadores de Bin Laden cumplieron con todos los ritos que exige un funeral musulmán. ¿Quién se puede creer semejante patochada inverosímil? Uno se imagina a los liquidadores de Bin Laden, tras el subidón de adrenalina, escupiendo sobre su cadáver, cagándose en sus muertos y en su jeta, pateándolo y haciéndole todo tipo se sevicias (después de todo, también Aquiles hizo lo suyo con el cadáver de Héctor); pero, ¿rindiéndole exequias fúnebres, y según el rito establecido en el Corán, para más coña?
Y todo para después arrojarlo al océano, con la excusa de evitar que su enterramiento se convierta en lugar de peregrinación... a cambio de ingresar al archivillano en esa categoría mítica de los muertos «desaparecidos en combate», al lado del rey Arturo, don Sebastián de Portugal o Adolf Hitler. Diríase que Obama y sus validos se hubiesen puesto de acuerdo para montar una chapuza magna que, en las próximas décadas, alimente las teorías conspirativas más rocambolescas, dejando chiquitas las que circulan sobre el magnicidio de Kennedy o el paseo de Armstrong por la luna. En las próximas décadas, no habrá programucho esotérico de televisión ni libraco sensacionalista que se precie que no nos anuncien el «avistamiento» de Bin Laden en la Cochinchina o en Las Hurdes. Obama y sus validos creen haber matado al demonio que humilló la hegemonía de su imperio; en realidad, acaban de resucitarlo. Y sospecho que el resucitado vivirá para ver su decadencia y caída.
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