Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Ben Laden o el totalitarismo del mal


Cuando «matar a un hombre» se ordena al fin «conservación de la justicia» es un acto de virtud, sentencia Santo Tomás de Aquino.

por Roberto Esteban Duque

Opinión

El sufrimiento causado por el mal exige redención, reparación de lo injusto. El 11-S no debía haber ocurrido nunca, como tampoco debieron suceder jamás los campos de concentración y de exterminio. El terrorismo de Al Qaeda piensa que todo es posible mediante la eliminación, siendo el hombre sólo un medio superfluo en la máquina de masacre organizada, en un sendero de rebelión, arbitrariedad y locura.

Es verdad que tal redención no puede venir por la ley del talión o la impía venganza de quien piensa que «todo vale» cuando se reclama el rescate del dolor injustificado infligido a un pueblo: nunca se puede elegir la muerte de un hombre como medio para un fin. Sin embargo, la muerte de los inocentes causada por el terrorismo no permite la exención de responsabilidad de tales acciones criminales.

Ni siquiera podemos caer en la tentadora propuesta de Hannah Arendt, para quien el mal sería algo banal, sin profundidad ni dimensión demoniaca. El nihilismo aparece en el umbral de este pensamiento arendtiano, que haría recordar el relato de «la serenidad de la muerte», incluida en El piano, de H. Lange, en el que el verdugo nazi y su víctima se funden en un abrazo tras la muerte, que todo lo sepulta y, por tanto, todo lo iguala. Al final del tiempo humano, tras todos los esfuerzos y penalidades, las grandezas y miserias, no pueden abrazarse, como en un provocador desafío, el bien y el mal, la justicia y la  ausencia de rectitud, la verdad y la mentira. Pregunten a los cientos de familias de los diversos atentados terroristas si posee o no identidad moral la reivindicación de una redención ante el mal sufrido.

La actuación norteamericana no es sólo cuestión de legítimos orgullos nacionales; significa más bien que no puede existir el derrumbamiento de unas reglas universales fiables, sin nada fijo ni permanente, como si Occidente hubiese sepultado cualquier principio o la abdicación de la responsabilidad de delitos se hubiese convertido en un fatum inexorable para el totalitarismo de quien piensa que todo puede destruirse impunemente, siendo imposible ya discernir entre el bien y el mal, o necesario prescindir de todo juicio, sin luchar por la propia integridad personal o colectiva.

Cuando «matar a un hombre» se ordena al fin «conservación de la justicia» es un acto de virtud, sentencia Santo Tomás de Aquino. Aunque Santo Tomás se está refiriendo a la pena de muerte, se podría aplicar a lo ocurrido con la muerte de Ben Laden. Es admisible discutir si EE.UU estaba o no en guerra declarada con Al Qaeda y, por tanto, «matar a un hombre» se convertiría en el segundo de los casos en un acto inconstitucional, debiendo ser capturado y llevado a la justicia, antes que aniquilado. Sin embargo, una verdadera ética política tiene que ser también una ética de instituciones, tratar de los medios que conduzcan a la realización institucional de la paz, la libertad, la dignidad humana y la justicia. La actuación política de EE.UU en la situación histórica concreta llevaba a la asunción de derechos que se pueden hacer valer frente a quienes los destruyen, y que por tanto fundan relaciones de justicia.

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