Martes, 24 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Vox y el arzobispo de Granada


por Carmelo López-Arias

Opinión

El arzobispo de Granada, Javier Martínez, sugiere la inconveniencia de votar a Vox. Quienes vayan a hacerlo considerando que esta opción política es “la más cercana a ‘la visión cristiana del mundo’” ignoran “lo que es el cristianismo”.

La “visión cristiana del mundo” se resume en una expresión de San Pablo que el Papa San Pío X convirtió en su programa: Instaurare omnia in Christo [Instaurar todo en Cristo] (Ef 1, 10). Instaurare es un verbo exigente, más exigente que el socorrido "inspirar". Y omnia incluye las instituciones políticas, que han de tener en Cristo –y no en la dignidad humana ni en los derechos humanos– su fundamento y finalidad. Lo explicitaron muy bien los Papas León XIII y Pío XI en sus encíclicas sobre la constitución cristiana del Estado y sobre la fiesta de Cristo Rey, respectivamente.

En lo que a la política se refiere, esta "visión cristiana del mundo" no está más ausente de los postulados de Vox que de los pronunciamientos episcopales sobre orientación de voto de los últimos cuarenta años. ¿Por qué es ahora, y solo ahora, cuando se le exige ese conocimiento a los votantes de un partido político, y solo a los de ese partido político?

La respuesta parece hallarse inmediatamente después: quienes tienen más interés en el éxito de Vox, afirma el arzobispo de Granada, “son precisamente los grupos dispuestos a todo con tal de fracturar al pueblo español y desarraigarlo total y definitivamente de su tradición cristiana… Por muy paradójico que parezca, votar a una cierta ‘derecha’ es votar a una cierta ‘izquierda’, hasta el punto de que esa ‘derecha’ parece a veces casi subvencionada”.

En esta inequívoca apelación al voto útil al PP (partido cuya cercanía o lejanía a la "visión cristiana del mundo" no parece suscitar pareja preocupación), no tiene sentido ni siquiera argumentar doctrinalmente sobre la sempiterna cuestión del mal menor o el bien posible. No es preciso llegar a ese punto porque la afirmación es demoscópicamente inexacta. Las encuestas están acercando los porcentajes de voto de Vox (al alza) a los de PP, Cs y Podemos (a la baja). Lo cual se cumplirá o no, pero por ahora rompe el argumento. No es descartable incluso que en algunas circunscripciones Vox sea el primer partido de la 'derecha'. ¿Cuál sería entonces el voto útil? ¿Cuál sería entonces la 'derecha' que parecería "subvencionada"?

Al final del texto, monseñor Martínez aduce contra Vox un ejemplo histórico, el de Charles Maurras y la Acción Francesa a principios del siglo XX. “Restaurar la cultura cristiana, pero sin la fe cristiana, sin Cristo”, produce efectos indeseados, sostiene: una condena de la Santa Sede y echarse “en los brazos de Hitler y Mussolini”.

Pero los hechos que monseñor Martínez da por descontados admiten otras interpretaciones. Lo mejor del pensamiento católico francés de la primera mitad del siglo XX se desenvolvió bajo el impulso de Maurras o en torno a su figura. La condena de la Santa Sede contra la Acción Francesa fue levantada años después. Y no es cierto que todos los maurrasianos se echasen en brazos de Mussolini o Hitler. La misma actitud de Maurras durante la ocupación admite tantos matices que sigue siendo objeto de controversia académica.

La analogía con Maurras sugiere además que Vox promueve una cultura cristiana sin fe cristiana. Es una acusación muy fuerte, cuando la práctica totalidad de los dirigentes de Vox o se confiesan cristianos o son católicos practicantes. Y parece contradecir la posición inicial de monseñor Martínez según la cual Vox no comparte una “visión cristiana del mundo”.

Esta alusión a Maurras figura en la parte más interesante de la carta del arzobispo de Granada, que se eleva de la coyuntura electoral a la filosofía social. Son párrafos ricos, con apreciaciones muy valiosas sobre la trascendencia de la religión y de la Iglesia sobre cualesquiera formas políticas y, al mismo tiempo, sobre la existencia y pertinencia de una forma cristiana de entender todas las cuestiones temporales.

“Pensar que se puede sostener esa ‘visión del mundo’ (o algunos aspectos selectivos de ella) sin la fuente de donde esa visión brota y se mantiene viva, ésa es la trampa más grande en que los cristianos llevan cayendo una y otra vez al menos desde el siglo diecinueve", asegura monseñor Martínez: "Pensar que se puede hacer una cultura cristiana sin Cristo, sin la gracia de Cristo, sin la pertenencia a Cristo y al pueblo nacido de la Pascua es un insulto, no a la fe cristiana, sino a Jesucristo”.

Aunque todo esto es verdad, no es toda la verdad. Falta la verdad en sentido inverso. La gran lección del siglo XIX respecto al orden sobrenatural, y del siglo XX respecto al orden natural, es que la cultura cristiana sobrevive difícilmente a un poder anticristiano, y que la fe individual sobrevive difícilmente sin el aliento de una cultura cristiana. Es lo que entendió muy bien el maurrasianismo, y de ahí su lema, Politique d’abord [Lo primero, la política]. No es que Maurras, que no tenía fe, considerase el orden político en sí mismo superior al religioso, pero intuía que, sin la conquista del poder, la subsistencia del orden cristiano (que sí quería) quedaba gravemente comprometida. La fe exige un entorno comunitario –en última instancia, político– para sostenerse a largo plazo: si no individualmente (siempre hay héroes y santos, y la gracia todo lo puede), sí colectivamente. El siglo XIX y el siglo XX han estado plagados de “renaceres católicos” (intelectuales y de santidad) tan brillantes como se quiera, pero que eran luz que iluminaba a mayorías cristianas menguantes en un contexto de minorías secularizadas crecientes... hasta que se invirtió la proporción. Lo que está sucediendo ante nuestros ojos ya es solo el desmoronamiento final.

Monseñor Martínez es uno de los miembros del episcopado español que más y mejor han comprendido la importancia de ganarle la batalla cultural a las ideologías anticatólicas, impulsando, por ejemplo, proyectos editoriales tan valiosos como Nuevo Inicio. En su carta, sustanciosa y concreta (lo que ya es de agradecer, porque son virtudes poco frecuentes en documentos episcopales de esta índole), nombra sin rebozo a algunos de esos enemigos de la Iglesia: la masonería, el liberalismo, el marxismo, el nacionalismo, el feminismo.

 Al menos cuatro de ellos aborrecen a Vox.

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