A propósito de Newman
La enquina de la Inglaterra anglicana podría equipararse así, como razón de pauta, con el calcinamiento espiritual y material de pueblos como el español, literalmente arrasados por una ingeniería social satánica y definitivamente anticrística.
Con motivo de la visita del Papa Benedicto al Reino Unido ha podido confirmarse la deriva de cierto catolicismo oficioso, observando algunos detalles aquí y allá; así como varios comentarios a la beatificación de J. H. Newman desde medios eclesiásticos.
El Papa, pese a su edad y al apretado programa, ha mostrado un buen hacer que refleja atención minuciosa a los avisos del Espíritu, y quizá también percepción del profeta Zacarías como clave de una eclesiología prevenida. Prueba de ello fueron sus consejos a los episcopados insulares:
“Aseguraos de presentar en su plenitud el mensaje del Evangelio que da vida, incluso aquellos elementos que ponen en tela de juicio las opiniones corrientes de la cultura actual”.
“Oponeos a un contexto de creciente escepticismo...”.
“Que se dé una renovada dedicación en los pastores cristianos a la vocación profética”.
“Aprovechar para una catequesis más profunda sobre la Eucaristía y una renovada devoción en la forma de su celebración...”
Recomendaciones todas ellas proféticas, como las palabras dirigidas a los notables reunidos en Westminster - insumisos por unas horas - quienes finalmente tuvieron que reconocer que la celebración de la Navidad, en la antigua “isla de los santos” probablemente no suponga un ejercicio de intolerancia...
Se ha visto al Papa saludar cortésmente alguna sacerdotisa anglicana – evidentemente, no podía hacerles un feo - así como soportar varios trágalas litúrgicos: Acólitas en procesión y monaguillas fuera de lugar. Hay que preguntarse cual será el mensaje pretendido por los responsables: Si se trata de mostrarse adelantados, mal asunto... Porque esa “meta” está excluida irrevocablemente (Juan Pablo II Inter insigniores, 22 mayo de 1994) Supondría enmendar el Evangelio. Por ello, incluir féminas en los escalones subalternos de la liturgia, además de enviar un mensaje subliminal equívoco, es poco justo para la mujer, porque ella tiene en la Iglesia sus propios roles, menos escénicos y más dignos de nuestra admiración. Preocupante, en todo caso, que éstas coreografías británicas hayan enviado un mensaje capcioso a todo el orbe.
La equiparación homologante de los sexos, en todos los ámbitos, es mecanismo central del engranaje anticrístico. Significa, en síntesis, que un prejuicio tan inmanente como forzado prevalece sobre la disposición divina y, en concreto, sobre las pautas fundacionales de la Iglesia. Afortunadamente, el Vicario de Cristo sabrá encontrar el momento y los medios para la rectificación, como en otros casos más complicados.
En torno al beato J.H. Newman también han aflorado, en distintos medios, equívocos enormemente significativos. Conviene tratar, al menos, dos vertientes de ésta mixtificación hagiográfica:
En primer lugar, Newman propuesto como doctor en “adaptación del laicado” para la integración en el sistema. Este es un fenómeno que viene de lejos, desde que, en los años cincuenta del siglo pasado, un sacerdote italiano, pletórico de buenas intenciones, imaginó que podría triunfar donde la democracia cristiana había fracasado estrepitosamente. Su receta era sencilla: Radicalidad evangélica llevada hasta la abnegación, combinada con la aceptación entusiasta del engranaje democrático. El fallo estaba en éste último entusiasmo: Apuntarse con tanta ingenuidad al juego de los falsos pluralismos, de las laicidades supuestamente sanas y del respeto a las voluntades mayoritarias, significaba desconocer no sólo la experiencia de la Iglesia, sino, además, el triple veredicto de la naturaleza, de la realidad y del único Soberano verdadero. El resultado ha sido una tensión continua entre la caridad y ese entusiasmo contradictorio.
Para ésta operación, se creyó encontrar en las ideas del nuevo beato, sobre todo en su enseñanza sobre la conciencia, el recetario ideal. Newman, abanderado de un catolicismo excluido de la vida civil, proporcionaba una extensa casuística del comportamiento necesario para dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 21). Tesoros de dialéctica, encaminados a esquivar un principio de contradicción que ha permanecido, incluso en su propia obra, irreductible: La ley positiva no puede escindirse de la naturaleza, pero tampoco desligarse ambiguamente de la conciencia religiosa y moral. A los cristianos nos resulta difícil, incluso por imperativo práctico, participar en sistemas emancipados del proyecto divino.
Es complicado ser ciudadanos del sistema sin retorcer nuestra alma – que se lo pregunten al juez Ferrín Calamita – y por ello resulta vano esperar “transformarlo desde dentro”. Porque estar dentro significa aceptar sus mecanismos inmanentes. Por el contrario, en la experiencia diaria vemos agotarse el plazo para cualquier transformación: Las legislaciones explícitamente antiteas, se consolidan sobre un océano de sangre inocente, mientras que muchos entusiasmos incorporados al sistema se deslizan por un tobogán de concesiones. Cualquier presencia pública que sea valiosa en tanto contribuya a sostener espacios de libertad para la Iglesia, ganaría mucho, por eso, si lograse sustituir esa adaptación entusiasta por una participación más crítica, capaz al menos de vislumbrar otros horizontes. Para ello, sería necesario únicamente recuperar la noción de orden de Sto. Tomás, dando prioridad a sus comentarios sobre la ética aristotélica... Habría que prestar, además, mayor atención al Newman que enarbolan. Al mismo que en su arenga final del primer sermón sobre el Anticristo, clamaba:
“¿Qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? Por tanto, salid de entre ellos y apartaos... De otro modo seréis cooperadores de los enemigos de Dios, y estaréis abriendo el camino para el Hombre de Pecado, el hijo de perdición...”.
Hace casi dos siglos, el nuevo beato reconocía la actualidad del Apocalipsis. Porque hemos sido advertidos de que ésta ciudad terminal engulle las mejores voluntades por su sola inercia, y hay que salirse de ella (Ap 18, 4)... Cuando menos salirse doctrinalmente...
En segundo lugar, al autor de los cuatro sermones de 1835 sobre el Anticristo lo vemos, con asombro, convertido en doctor de la indefinición de los tiempos y en adelantado, nada menos, del enfriamiento profético (¡!). Pero resulta que varios especialistas en Newman, como el teólogo converso del protestantismo Louis Bouyer y el padre Carlos Baliña, han afirmado que su concepción entera se sustenta sobre la conciencia de que ya en su tiempo se había iniciado la preparación del Anticristo. Toda su eclesiología se apoya en la certeza de estar presenciando los dolores iniciales de tal parto. El seguimiento por Newman de los Padres de la Iglesia en el terreno escatológico, al interpretar las Escrituras sobre el Anticristo (2 Tes, 2 ; Mt 11, 9 ; Mt 24 ; 1 Jn 2, 18 ; 1 Jn 4, 3 ; Dan 7, 24-26 y Dan 11, 36 - 38 ) es tan minucioso, que se encuentra la clave incluso en sus errores lectivos: Una traducción equivocada, un femenino por masculino, una explicación errónea añadida, etc. Porque Newman nunca dudó al describir los tiempos: “El peligro especial ante nosotros es el despliegue de la plaga de infidelidad que los apóstoles y Nuestro Señor han predicho como la mayor calamidad de los últimos tiempos de la Iglesia...” (The Infidelity of the Future, en Catholic Sermons) Por ello tampoco puede ser presentado el Biglietto Speech de 1879 como su norma perenne de interpretación y disposición pastoral, sino únicamente como pauta para una situación concreta. Se sacaría de contexto su palabra: Como el cristianismo “ha estado a menudo” en “lo que parecía un peligro mortal” del cual la Providencia siempre lo rescata, la Iglesia “no tiene más que hacer que continuar en sus propios deberes, con confianza y en paz, mantenerse tranquila (¡!) y ver la salvación de Dios... (¡!)”
La enquina de la Inglaterra anglicana podría equipararse así, como razón de pauta, con el calcinamiento espiritual y material de pueblos como el español, literalmente arrasados por una ingeniería social satánica y definitivamente anticrística. Lo culminante sería confundido, por falsa prudencia, con lo inicial. ¿Que diría hoy el cardenal Newman, si viese legislada la prostitución de la memoria, la sodomización del matrimonio, la corrupción de los niños en las escuelas y el genocidio de los más indefensos?
Conviene meditar pues la vertiente profética de una obra sumamente coherente. Recordar otras recomendaciones pastorales del mismo beato en su carta al duque de Norfolk: “Amonestar a los poderosos; excomulgar a los reyes - Newman se refiere a gobernantes como Napoleón, aunque excluya a Jacobo de Inglaterra: Era consciente de que figuras emparejadas pueden sufrir heridas de significado opuesto – predicar con voz tonante la verdad y la justicia a los habitantes de la tierra; denunciar las doctrinas inmorales, atacar la rebelión disfrazada de herejía...
Para él – como señalaba Bouyer – “un cristianismo instalado en éste mundo, que ha hecho la paz con éste mundo, tan poco dispuesto a superarlo como poco inclinado a malquistarse con él, no ha sido nunca otra cosa que un cristianismo de decadencia”.
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