De los tres atentados que sufrió Jesús antes de ser crucificado
por En cuerpo y alma
Si el horripilante final que tiene Jesús de Nazaret es sobradamente conocido por los lectores del Evangelio, y aún por muchos que no lo son, menos conocidos son los tres atentados que antes de ser crucificado sufre contra su vida, recogidos los tres en los evangelios. Uno nos lo relata Lucas, los otros dos, Juan.
El primero, aquél del que nos informa Lucas, tiene lugar al inicio de su manifestación. Es de hecho, en el Evangelio de Lucas, el acto iniciático del ministerio de Jesús. Tiene lugar en su propia ciudad de Nazaret, una vez que retorna a ella del desierto, en el que ha permanecido cuarenta días, y éstos son sus precedentes:
“Vino a Nazará [sic], donde se había criado; entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido, para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy’”. (Lc. 4, 16-21)
Las consecuencias de semejante sermón van a ser terribles:
“Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó” (Lc. 4, 28-30).
La segunda, que nos narra Juan, tiene lugar durante el segundo año de los dos que, según él, dura el ministerio de Jesús, concretamente en la fiesta de las tiendas o de los tabernáculos, el Sukot, siete días en torno a los meses de septiembre-octubre, medio año por lo tanto antes de ser crucificado.
Todo empieza con esta tensa disputa.
“'En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi palabra, no verá la muerte jamás'. Le dijeron los judíos: 'Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abrahán murió, y también los profetas; y tú dices: `Si alguno guarda mi palabra, no probará la muerte jamás.' ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?'.
Jesús respondió: 'Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: `Él es nuestro Dios', y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su palabra. Vuestro padre Abrahán se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró'.
Entonces los judíos le dijeron: '¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abrahán?'
Jesús les respondió: 'En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, Yo Soy'" (Jn. 8, 51-59)
El desenlace, parecido al habido lugar un año antes en Nazaret.
“Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo” (Jn. 8, 59)
Pocos días después, durante la fiesta de la Dedicación, de las luces o, en términos hebreos, la Hanuká (pinche aquí para conocerla mejor), otros siete días de fiesta, esta vez durante la segunda quincena de diciembre, en pleno invierno, también en Jerusalén, Jesús sufre un nuevo atentado contra su vida, con una nueva lapidación en grado, una vez más, de tentativa.
Esta vez las cosas suceden de la siguiente manera:
“Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: ‘Muchas obras buenas de parte del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?’ Le respondieron los judíos: ‘No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.’ Jesús les respondió: ‘¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la palabra de Dios -y no puede fallar la Escritura- a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: `Yo soy Hijo de Dios'? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre.’
Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos” (Jn. 10, 31-39)
Tres intentos que tienen en común la manera en la que Jesús los elude, etérea, silenciosa, casi como el que no quiere la cosa: “pasando por medio de ellos, se marchó”, “se ocultó y salió del Templo”, “se les escapó de las manos”…
Y bien amigos, sin más que desearle de nuevo que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, me despido de Vds una vez más, convocándoles, como siempre, en esta misma columna.
©L.A.
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