Fernando Vaquero ha coordinado «Catolicismo: ¿fin de ciclo o ciclo final?»
«La incultura religiosa masiva y una catequesis buenista y sentimentaloide» aceleran el globalismo
Catolicismo: ¿fin de ciclo o ciclo final? es el sugerente título del número especial de la revista Naves en llamas, que dirige Raúl González Zorrilla y edita La Tribuna del País Vasco, sobre el momento presente de la Iglesia.
El encargado de coordinar a la veintena de colaboradores ha sido Fernando José Vaquero Oroquieta, a quien interrogamos sobre esta iniciativa.
Fernando Vaquero (izquierda de la foto), en un acto de presentación en Vitoria, en mayo de 2019, de una de sus obras. Le acompaña Raúl González, director de Naves en llamas.
-¿A partir de qué momento de la Historia tiene sentido plantear una cuestión como la que encabeza este número de la revista?
-Es un lugar común, en cualquier debate sobre transhumanismo, agenda LGTB, globalización, etc., afirmar que la modernidad murió, que estamos en una fase que algunos denominan posmodernidad y cuyas características y camino nadie precisa. No obstante, entre otras cosas se asegura que los “grandes relatos” están en vía de desaparición; particularmente las religiones “tradicionales” en Occidente.
»Por otra parte, en conversaciones con amigos sacerdotes o laicos implicados, también he constatado la convicción de transitar un “cambio de ciclo”, sin que seamos capaces de determinar qué está pasando realmente, más allá de algunas ideas: la emergencia de voces proféticas, caso de fray Santiago Cantera, frente a la aparente pasividad de muchos obispos; el supuesto traslado del corazón del catolicismo al Tercer Mundo; la constatación de la desaparición del estado de Cristiandad; el desconcierto ante tantas declaraciones francisquistas; etc.
»De ahí que, sumando unas y otras cuestiones, de muy diverso calado y naturaleza dispar, nos propusimos abordarlas en un monográfico de la revista; partiendo, eso sí, de la constatación de que nuestro mundo no sería tal de no ser por la Iglesia, aunque su huella aparentemente esté difuminada y casi irreconocible.
-¿Han partido de algún planteamiento concreto sobre la Iglesia?
-Señalemos una premisa: no se trata de una iniciativa confesional, o de naturaleza evangelizadora, si bien el 80% de los participantes, quienes lo hemos hecho de manera altruista, somos católicos; empero las sensibilidades varían muchísimo (autodenominados “progresistas”, tradicionalistas, miembros de los “nuevos movimientos”, sencillos parroquianos, “católicos culturales”).
»Más que provocación o excusa para la venta, el título pretende ir al origen de ese desasosiego que se percibe entre tantos católicos ante la indiferencia, cuando no la hostilidad, de unos coetáneos para quienes el “hecho religioso” apenas es un ejercicio de “frikismo” o una orientación personal casi residual, y las homilías de las misas se reducen en muchos casos a consejitos de buen comportamiento ciudadano.
Colaboran en este número especial: Fernando José Vaquero Oroquieta, Raúl González Zorrilla, Ángel David Martín Rubio, Adriano Erriguel, José Antonio Ullate Fabo, Carmelo López-Arias, Francisco José Fernández de la Cigoña, Jesús Bastante, José Manuel Contreras Naranjo, Alain de Benoist, Julien Langella, Yann Vallerie, Esther Herrera Alzu, Jorge López Teulón, Pascual Tamburri Bariain, Alberto Buela, Francisco José Contreras Peláez, Josep Miró i Ardèvol, Carlos X. Blanco, Nuria Sánchez Díaz de Isla y Antonio Flores Lorenzo.
-¿Han llegado a una posición común?
-Cada autor, al igual que cada lector, parte de su experiencia, formación, intuiciones y creencias. A los autores no les hemos propuesto una respuesta taxativa al dilema que preside la revista, pero sí una reflexión desde su particular inclinación; ya sea la teología, la filosofía, la participación en la política, la militancia cristiana, la experiencia en la catequesis, la dimensión martirial, la crítica cultural, el periodismo especializado…
-¿Fin de ciclo o ciclo final? ¿Qué criterios deben definir la respuesta?
-Todo católico debe tener presente siempre la promesa del triunfo final de Cristo; una perspectiva, pues, escatológica. Pero deben tenerse en cuenta los “signos de los tiempos”, los desarrollos históricos, la mentalidad hegemónica, la batalla cultural y el tránsito concreto de la Iglesia en Europa.
»De ahí que sean particularmente relevantes las aportaciones del denominado tradicionalismo católico en este número, pues, ante tanta palabrería y sentimentalismo cotidiano, proporciona herramientas nítidas y “católicas” para centrar -aunque sea por oposición- el debate y las respuestas que, en definitiva, cada uno debe dar.
»Como contrapeso, hemos incorporados voces que denuncian el “desencantamiento del mundo”, su “desacralización”, en parte también, según su criterio, fruto de la acción de la propia Iglesia. Me refiero a las inquietantes aportaciones de los neoderechistas Alain de Benoist y Adriano Erriguel.
-Ha mencionado la Iglesia en Europa. ¿Puede sobrevivir Occidente sin la fe católica, a la cual está renunciando a pasos agigantados?
-Podríamos realizar un cierto ejercicio, propio de algunos autores recientes: ¿es lo mismo Europa que Occidente? Europa es inconcebible sin el cristianismo, a priori; no obstante, los cambios antropológicos están siendo tan rápidos y radicales que la dimensión trascendente del ser humano y la textura sacra de la sociedad están regresando a las catacumbas psicológicas del individuo y del imaginario social.
»Esta Europa que, salvo por sus grandes catedrales y en la vida discreta de pequeñas comunidades de fieles, no se reconoce a sí misma en un carrera ciega hacia delante, parece acercarse más a una libanización cotidiana que al Occidente optimista, ilustrado, progresista que nos “venden” las élites mundialistas por medio del consumismo, la educación estatal, la infantilización de las masas y los medios de comunicación.
-Abocados, pues, a una descristianización absoluta...
-En esa post-Europa a la que nos encaminamos, la Iglesia ¿será una más entre otras tantas realidades sociológicas de tintes comunitarios y cierto barniz religioso o mantendrá la capacidad de provocar “encuentros” y conversiones? Sólo Dios lo sabe. Por lo que respecta a los europeos que amamos Europa, nos debemos a la resistencia, al rescate de la identidad y a la adhesión a la Tradición.
-Le planteo ahora la cuestión inversa: ¿cómo sería una Iglesia donde "lo occidental" fuese residual, una Iglesia que ya no tenga su centro en el Mediterráneo?
-El cristianismo ha desaparecido casi totalmente de su solar original: Palestina, norte de África, Oriente Próximo. De no ser por el empeño casi suicida de unos cientos de miles de cristianos coptos, latinos, maronitas, greco-católicos, caldeos, etc., la Iglesia como pueblo ya habría desaparecido de allí completamente. San Agustín conoció el hundimiento de su mundo…
»El que la Iglesia desapareciera casi completamente de Europa, lo que sería un verdadero drama humano, no quiere decir que no tenga un futuro en otras latitudes. El que un argentino sea Papa hoy, es un signo de tales cambios.
-¿Somos capaces de concebir ese desierto de la fe sobre suelo europeo?
-Personalmente, la posibilidad me resulta dolorosísima. Pero las casi infinitas vicisitudes personales y colectivas de la Historia de la Salvación dependen en última instancia de Su voluntad. No obstante, aunque la Iglesia abandonara Europa, o Europa abandone a la Iglesia, continuaría marcada por la vida y santidad de millones de católicos europeos que la diseminaron por todo el mundo.
-¿Por qué el único documento que incluye este número como anexo es el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona?
-El islam plantea un enorme reto a Europa y a la misma Iglesia. Aunque el tema lo afronta mínimamente el neo-tradicionalista francés Julien Langella en una magnífica entrevista y en su texto sobre la “resistencia católica en Francia”, no pudimos incorporar una reflexión específica sobre la realidad del comunitarismo musulmán, su crecimiento en Europa, su abierta hostilidad al cristianismo, su militancia y proselitismo, la supuesta polémica Islam versus islamismo…
»De ahí que pensáramos en la recuperación del formidable discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, en el que proporciona claves potentísimas para comprender la naturaleza íntima del islam, el papel que le otorga a la razón, y su agresiva radicalidad frente “al otro”, también el creyente católico.
-Si la Europa futura no es cristiana, ¿será islámica en vez de atea?
-En una Europa descristianizada, el comunitarismo musulmán se propone desacomplejadamente como la alternativa religiosa frente al ateísmo, a la vez que se beneficia de las libertades civiles sin ceder en nada. Lo que está pasando estos días en Francia es el fruto de un laicismo planteado como una herramienta que debilite al catolicismo pero que, en su retorno, interpela al islam y le ha hecho “saltar” con agresividad e intolerancia ante unas normas “ajenas”.
-¿Tiene la Iglesia capacidad para frenar el avance globalista anticristiano?
-El mundo ha cambiado de una manera tan rápida y profunda que apenas somos conscientes de ello. Está en marcha un cambio antropológico que, alimentado por las tecnologías asociadas a las redes sociales, favorece una ideología del “descarte” también en las relaciones humanas, dejando de lado lo que no sea grato para el individuo. De tal modo, nos volvemos individualistas, impacientes, superficiales, egoístas; un cambio humano, fácil de seguir aunque de seguras consecuencias perversas, en línea opuesta a la ascesis cristiana.
»La Iglesia, dada la incultura religiosa masiva y los efectos de una catequesis buenista y sentimentaloide, ha contribuido a acelerar tales cambios. Modificar esta línea de evolución histórica se presenta, humanamente, casi imposible; pero Dios todo lo puede. Además, la Historia no está escrita, en la medida que los hombres somos libres y los “cisnes negros” siempre aparecerán.
-¿A qué se refiere con "cisnes negros"?
-Por ejemplo: el CoVid-19 se presenta como una moderna maldición que rompe seguridades, creencias, imposturas… La Iglesia, por medio de sus comunidades y del testimonio personal, siempre tendrá mucho que decir, en esta pandemia y en lo que venga, pues “nada humano le es ajeno”.
-¿Qué puede hacer un católico en la tesitura actual para ser útil en esa resistencia al globalismo?
-Vivir el cristianismo en primera persona, formarse, mantener la cabeza crítica, agruparse, apoyarse los unos en los otros. Frente al individualismo del descarte, las comunidades observantes pueden ser un faro para los demás. Cuando uno viaja a Francia, por ejemplo, puede contemplar la belleza de la liturgia tradicional, las familias con niños que la siguen, la calidez humana que transmiten…. La vida de siempre. Pero no hay atajos ni soluciones mágicas. No es cuestión ni de voluntarismo ni de planes, programas enrevesados, fruto de múltiples comisiones o planificaciones estratégicas. Testimonio, fidelidad y apertura al otro.
-Una de sus colaboraciones en la revista es sobre el Foro El Salvador. ¿Puede recordarnos qué fue?
-Foro El Salvador fue la iniciativa “a la desesperada” de un minúsculo grupo de sacerdotes, religiosas y laicos que dijeron ¡basta ya! frente a los silencios, acomodos y complicidades de una parte muy relevante de la denominada Iglesia vasca ante las imposiciones totalitarias del nacionalismo y de sus expresiones terroristas. Fue una “contestación” de naturaleza profética, por completo al margen de las instituciones diocesanas de entonces, de las órdenes religiosas y de cualquier movimiento o sensibilidad eclesial. Muchos nos sentimos agradecidos y finalmente reconocidos cuando tuvo lugar.
-¿Está todo escrito sobre el enfeudamiento de la Iglesia vasca al nacionalismo?
-Desde entonces se ha escrito bastante y bien: hay buenos libros, pero creo que todavía falta una narrativa del día a día de tantos cristianos que vivimos clandestinamente durante décadas a causa de nuestra profesión o creencias políticas, y la Iglesia, ¡nuestra Iglesia!, mayormente miraba hacia otro lado o incluso justificaba a los terroristas. Es el caso de todos los clérigos nucleados en torno a Herria 2000 Eliza y de algún obispo nefasto y de una frialdad inhumana como Setién.
-¿Se ha mejorado desde entonces?
-Se empieza a superar esa perversión, pero todavía hay muchísimo nacionalista, más o menos radical, en las estructuras diocesanas de las tres provincias vascas, tanto de laicos de la “vieja guardia”, como ancianos sacerdotes irreductibles en su “opción popular”; otra cosa es Navarra, donde su presencia siempre fue menor, pero no por ello, menos venenosa.
-¿Con qué impacto?
-La Iglesia vasca, en realidad, está desapareciendo a marchas forzadas. Y lo que va quedando, que es muy poco -en Vascongadas y Navarra ya hay muchos más ateos militantes que católicos practicantes-, en general está alejado de aquellos paradigmas de la “opción preferencial por la liberación del pueblo vasco” y demás aberraciones pseudoteológicas. En todo caso, es un drama humano sangrante, misterioso y profundo que a muchos nos ha marcado de por vida.