Lo cuenta el hijo de Mario Giacomelli
La batalla de bolas de nieve que ayudó a la fe del fotógrafo
Una exposición en Roma evoca, entre otras obras del artista italiano, su célebre serie «Yo no tengo manos que me acaricien el rostro».
(1925-2000) fue uno de los más importantes fotógrafos italianos del siglo XX y algunas de sus obras en blanco y negro, de un asumido neorrealismo, forman parte de la iconografía clásica de los fenómenos retratados. Es el caso, por ejemplo, de sus instantáneas sobre Lourdes.
Una de sus series más célebres es la que bautizó como Yo no tengo manos que me acaricien el rostro, donde captó la diversión en la nieve de un grupo de seminaristas en su ciudad natal, Senigallia, en el centro de Italia (Ancona, en las Marcas). Figura en el catálogo de una exposición de noventa trabajos que se le tributa en estos días en el Museo de Roma en el Trastévere, y este sábado L´Osservatore Romano desvelaba algunas circunstancias en que se captaron y, sobre todo, la existencia de una instantánea que Giacomelli no llegó a revelar, pero que era su favorita.
Las fotos se tomaron en 1962 y 1963. Mario quería mostrar cómo vivían los jóvenes del seminario, en un lugar cerrado, alejado de los atractivos del mundo exterior y con grandes renuncias. "Las fotos que estaba obteniendo no le satisfacían", recuerda su hijo Simone: "Pero un día una nevada lo cambió todo. Vio a los chicos jugar felices con la nieve. Y en aquellas imágenes captó la realidad de un mundo distinto a como lo había imaginado. Comprendió que uno puede realizarse creyendo fuertemente en algo, aunque sea a costa de algunas renuncias. Para él, que se enfrentaba a diario con un mundo en el que estaba perdiendo confianza, fue un alivio".
Mario Giacomelli. |
De la amplia serie de imágenes que captó su objetivo en aquellas fechas, hubo una que Giacomelli no llegó nunca a exponer y permanece inédita, pero que según Simone era su favorita y la llevaba siempre consigo.
"Retrataba a un joven seminarista durante la primera visita de su padre, a los pocos días de su ingreso en el seminario. El chico estaba llorando, desesperado. No entendia por qué le habían enviado allí y le pedía al padre volver a casa. Pero el hombre, probablemente un campesino pobre que había pensado en meter a su hijo en el seminario para librarle de la miseria y asegurarle un futuro mejor, permanecía impasible, con la mirada dura, sin un signo de compasión. Aquella escena afectó a mi padre. Probablemente expresaba lo que él habría querido transmitir"- "mi padre era un trágico", aclara Simone en otro momento de la entrevista-, "pero no tuvo valor para revelarla. Tal vez porque era demasiado íntima, o por respeto a esas dos personas en situación tan dramática". Se guarda, pues, sólo una prueba, que nunca se ha impreso. Simone aclara que nunca se supo si el seminarista había llegado a ordenarse sacerdote o no.
El sentido de lo sagrado
Su hijo explica que Mario Giacomelli mantenía una relación "sanguínea" y "llena de dudas" hacia lo sagrado. Mantuvo una buena amistad con el padre David Maria Turoldo (19161992) -religioso siervo de María, de línea progresista-, tenía una "fe profunda" e iba a misa todos los domingos, cuenta Simone: "Vivía lo sagrado como algo que plantea preguntas sobre la vida. Y buscaba las respuestas en la vida cotidiana, incluso en los protagonistas de sus fotos".
Como aquellos seminaristas que, inconscientemente, le hicieron ver un poco más clara la realidad de la vida consagrada a Dios.