El misterio de Civitavecchia
El obispo, escéptico, cambió de opinión cuando la Virgen lloró sangre en sus mismas manos
Santiago Velo de Antelo fue uno de los primeros españoles en visitarla, y descubre cómo le fue llevada a Juan Pablo II, y lo que dijo.
El 15 de marzo de 1995, el entonces obispo de Civitavecchia-Traquinia (hoy ya jubilado), Girolamo Grillo, tenía en sus manos la imagen de la Virgen que, según afirmaban diversos testigos desde hacía semanas, había llorado lágrimas de sangre.
El 5 de febrero, en su diario, monseñor Grillo, al tener noticia de la primera lacrimación (sucedida el 2 de febrero), había escrito lo siguiente: "Qué indigna la historia de las Vírgenes que lloran. Siempre hay alguien que se burla permitiéndose el capricho de mancillar los objetos sacros. Pobres de nosotros, dónde hemos ido a parar. Hasta el párroco hace caso a estas estupideces. Mater Boni Consilii, ora pro me!".
Y ahora, un mes después, sin haber perdido su escepticismo (aunque algo escamado, porque el exorcista de Roma, Gabriele Amorth, le había sugerido que no fuese muy escéptico en ese caso), Don Girolamo, que guardaba la imagen en su misma casa para las investigaciones en curso, se aprestaba a rezarle una oración, instigado por su hermana.
"Pasados unos instantes -cedámosle la palabra, también tomada de su diario- mi cuñado (yo personalmente rezaba con los ojos cerrados me dice: ´Mira, mira, ¿qué está sucediendo?´ La Virgencita había empezado a llorar por el ojo derecho: un reguero delgadísimo, poco más ancho que un cabello... Mi hermana, viendo palidecer mi rostro, grita a voz en cuello pidiendo ayuda... Casi desmayado me abato en una silla y me socorre el jefe de Cardiología de Civitavecchia, Dr. Marco di Gennaro, el cual constata también la presencia de la lágrima todavía fresca".
El primer libro de investigación sobre el tema que se publica en España. |
A partir de ese momento, el obispo se convirtió en el gran valedor del fenómeno, y en el principal respaldo de su credibilidad.
La intervención de Juan Pablo II
Cuenta todo esto, con objetividad en los datos y trepidante ritmo de reportero, Santiago Velo de Antelo, politólogo y periodista, director de la revista Diplomacia y
analista político del Grupo Intereconomía. Se encontraba en 1995 en la Ciudad Eterna y fue uno de los primeros españoles en visitar el lugar del fenómeno, que entre nosotros sigue siendo hoy muy desconocido. Desde entonces no ha dejado de estudiarlo, y fruto de esos años de investigación ha publicado La Virgen que veneró Juan Pablo II (Homo Legens).
La lacrimación que presenció monseñor Grillo fue la última de catorce. La primera fue descubierta por casualidad por Jessica Gregori, una niña de cinco años, en una imagen que tenían en su casa, y que les había traído desde Medjugorje un sacerdote español, Pablo Martín, el párroco de la iglesia de San Agustín que frecuentaba la familia Gregori.
Tras quebrar su indiferencia, Don Girolamo, prosiguió la investigación que había iniciado sobre los hechos, y con su respaldo incluso Juan Pablo II solicitó que se la trajesen para venerarla. El 11 de junio, el Papa Wojtyla invitó a cenar a monseñor Grillo y posó una pequeña corona de oro sobre la cabeza de la Virgen y le puso un rosario: "Un regalo que me conmocionó y me hizo entender cuánto Juan Pablo II quería a aquella estatuita", cuenta el obispo en su diario. Luego estuvieron charlando y el Papa "habló sobre el significado de ese llanto. Tras la cena me ordenó que mantuviese esto en silencio y que un día yo debía contar al mundo que Juan Pablo II había venerado la imagen de la Virgencita de Civitavecchia. Le pregunté cuándo y me dijo que me daría cuenta yo solo".
Y fue el año pasado cuando, ya retirado, el obispo de Civitavecchia se dio cuenta de que había llegado la hora, y lo relató.
Los datos del caso
Velo de Antelo recoge en estas páginas todos los elementos de juicio sobre lo sucedido en la pequeña localidad al norte de Roma. Los datos sobre la sangre (se sabe que es masculina, un hecho chocante que los intérpretes del fenómeno atribuyen a la íntima conexión entre Jesucristo y la Virgen), la inexistencia comprobada mediante escáner de cualquier mecanismo interior, los mensajes que Jessica transmitió a monseñor Grillo de parte de la Virgen y que él guarda como secretos -aunque afirma que se van cumpliendo-, los que recibió también el padre de la pequeña o el misterio de la exudación que sufre la segunda imagen de Civitavecchia.
Segunda, porque la primera, que pasó de casa de los Gregori a la iglesia de San Agustín, fue luego secuestrada por la Magistratura italiana. Entonces el cardenal Andrezj Maria Deskur, gran amigo de Juan Pablo II (y probablemente a instancias de este último, sostiene Velo de Antelo) hizo fabricar una réplica que, desde el 7 de septiembre de 1995 y hasta hoy, experimenta una rara trasudación de una especie de bálsamo, que afecta a la estatuilla y también a la gruta donde se aloja, y que despide un intenso perfume.
La Virgen que veneró Juan Pablo II es una obra indispensable para quien quiera hacerse una idea de cuanto sucede en Civitavecchia, unos hechos cuya relación con Medjugorje y con la figura de Karol Wojtyla analiza Santiago Velo de Antelo, conformando una narración impactante.