Continuan las ideas expresadas en 1934 por el Cardenal Gomá
Cardenal Gomá: 1934. Antilaicismo (3)
El futuro cardenal Isidro Gomá en el Congreso Eucarístico de Cartago de 1930.
Lector: Cuando un pueblo no rinde culto a la justicia es inútil que se le llame civilizado: es un pueblo bárbaro, porque la justicia es el fundamento del orden y resplandor del orden de los espíritus es la verdadera civilización. Pues bien: el pueblo que falta a la justicia que debe a Dios, Señor y fuente de toda justicia, está incapacitado para toda otra justicia. El ocaso de los dioses ha coincidido siempre, en todos los pueblos, con la aurora de la barbarie, que no es más que la explosión social de los egoísmos humanos, incontenidos cuando no es Dios quien los sujeta.
Se busca hoy una civilización nueva por la revolución social. Mal camino ha emprendido la revolución haciéndose laica. La revolución social será moral o no será, ha dicho Péguy; y, como no hay justicia fuera de Dios, así tampoco hay moral.
He aquí el gran peligro a que ha conducido a la civilización la aventura del laicismo. La gloria de los pueblos se asienta sobre el espíritu; y sostén único del espíritu humano es el espíritu de Dios. Sobre Él, y por Él vivificada, ha llenado el mundo de gloria esta civilización cristiana, generadora de pueblos grandes, que nada ni nadie podrá sustituir, porque -es palabra del Apóstol- no hay otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo.
Tratándose de nuestra España el laicismo es, además, antinacional. Repitamos una vez más que el catolicismo es el pensamiento y el corazón de nuestra vida nacional y de nuestra historia. Por él lo hemos sido todo; sin él o contra él habremos de sucumbir sin remedio. Por esto la invasión legal del laicismo produjo en nuestra patria un dolor y una convulsión que aún duran. Es algo extraño a nuestro organismo nacional y como una espina que llevamos clavada en la carne viva. El día que no sintiéramos el dolor de la herida y el ansia de arrancarnos este clavo, sería el presagio de nuestra desventura y de nuestra ruina, porque lo es para un pueblo olvidarse de su historia y truncar la ruta de sus destinos.
Cabe aplicar a España lo que el mariscal Petain decía recientemente en un discurso pronunciado ante trescientos representantes de la intelectualidad francesa.
“El laicismo -decía el vencedor de Verdún- empezó por la negación de Dios y acaba negando la patria. Su materialismo endurece el corazón de los hombres, porque los hace egoístas. La falta de dinamismo y la indiferencia moral no son otra cosa que tristes consecuencias del laicismo… Si se hubiese de dar una batalla decisiva para salvar a Francia no serían los fusiles y cañones los elementos principales, sino que se ha de contar con la fuerza moral del soldado, el cual, inspirado en las doctrinas demoledoras del laicismo, es cada día más egoísta y menos aficionado al idealismo del espíritu, y esto jamás podrá conducir a la victoria”.