Dos adioses
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Jorge Manrique cobra hoy una doble fuerza: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir.” Todo un profesor de Literatura ha dejado este mundo en paz, en el silencio de una residencia de mayores enclavada en la zona jaenera de la Fuente de la Peña, done tenía como telón de fondo olivas y las alturas de los Zumeles. En aquellos parajes está la Casa de Ejercicios de Santa María de los Apóstoles en cuya capilla interior una mañana de primavera contrajo matrimonio José Luís Buendía López. Bendijo la unión el cura que coordinaba a los jóvenes encuadrados en el movimiento especializado de la Juventud Estudiante Católica. Estuve presente como uno más en la ceremonia.
Más tarde, tanto el desaparecido amigo como el firmante de estas líneas compartimos ratos largos en la vida universitaria granadina, gracias a José Luís conocí a don Emilio Orozco, ilustre profesor de la facultad de Letras ubicada en la calle Puentezuelas. Aquel catedrático fue el padre literario de nuestro amigo, así como un excelente articulista de las páginas de Opinión del diario IDEAL, que tiene usted delante de sus ojos. Llegaron los tiempos del primer Colegio Universitario de Jaén, en la vieja escuela de peritos, el traslado a las Lagunillas y el nacimiento de la presente Universidad. En todas las transformaciones estuvo el profesor del centro José Luís Buendía, quien compaginaba la enseñanza con la investigación y con sus aficiones: el flamenco, los toros y la mejor Literatura.
Cuando nos veíamos por la calle, o en actos culturales, siempre recibí el saludo sonriente de un hombre enamorado de la vida y de su ropaje literario. José Luís nunca abdicó de la amistad con los curas, cuando las mudanzas temporales mandaron a la cuneta viejos y estrechos conocimientos mutuos, el profesor Buendía nunca escondía su mano y sus palabras amables hacia un sacerdote amigo sabiendo ver que la amistad no tiene selectividad de ningún tipo.
Más de una vez compartimos un café o una cerveza dentro del Restaurante Bar Manila, situado en la calle Maestra, guardando la hornacina del Cristo del Amparo, cuya persiana ha bajado definitivamente al suelo para siempre. Hemos perdido el Manila. En aquel local había estado antes otro bar conocido como el Argentino. Cuando fue sustituido por la denominación de la capital de Filipinas, los aires modernos de la hostelería local tomaron posesión con plenos poderes. Porque los dos poderes: el municipal y el eclesiástico tomaron al Manila como refugio ante la lluvia, ensenada del descanso y del chisme, cueva de conspiraciones y ocurrencias consistoriales o eclesiales, y hasta sitio preferencial de obispos y prebendados, concejales y arrimados por la fuerza del carnet político local. Cierto día, dentro de su enorme imaginación me asestó el profesor Buendía: “Si algún día estas botellas embutidas en la pared del bar hablaran, cuantos secretos sabríamos del Ayuntamiento y del Obispado”. No le faltaba razón. Pero esto ya no importa, aunque podría ser el inicio de una interesante novela local en la misma calle donde hoy se pretende resaltar a los escritores que anduvieron, nacieron o vivieron por la calle Maestra durante largos años. Descanse en paz José Luís Buendía, ya nos nos veremos en el Manila, ahora nos citaremos en el mar donde todas las vidas van a parar antes o después, porque todos dejaremos esta ciudad querida sin saber ni día ni hora.
Tomás de la Torre Lendínez