Antífona de entrada TO-XVI/ Sal 54(53),6.8
por Alfonso G. Nuño
Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre, que es bueno (Sal 54(53),6.8).
La Eucaristía es algo propio de creyentes y lo es también confesar la grandeza de Dios y sus obras, la bondad de su santo nombre. En este caso, la antífona da palabras al fiel para comenzar la celebración confesando lo que ha podido palpar en su vida. En Cristo, Dios se muestra como aquél que sale en nuestro auxilio; la existencia que no podíamos salvar de la perdición, del fracaso más absoluto, Él nos la ha rescatado y nos sostiene no en cualquier vida, sino en la divina.
Pero la vivencia de los beneficios divinos lleva al creyente a algo más que a declarar quién sea el autor de la vida de la que ahora goza. El agraciamiento divino despierta en nosotros la necesidad de agradecer, mueve nuestra voluntad a una oblación de acción de gracias. ¿Pero qué sacrificio puede estar a la altura del bien que se nos ha otorgado? Si hemos recibido, sin mérito ni posibilidad por nuestra parte, la vida divina, ¿no ha de estar nuestro reconocimiento y bendición a la altura divina? ¿Cómo puede ser esto posible?
La Eucaristía, huelga decirlo, es sacrificio de acción de gracias. Y nosotros tenemos la posibilidad de unir nuestra ofrenda a la de Cristo en la Cruz como culto de bendición a Dios. Solamente así nuestra acción de gracias es divina respuesta al don divino.
Cuanto más la fe nos hace patente el amor recibido, mayor es nuestro deseo de confesar y agradecer y, por ello, más necesidad sentimos de unirnos en acción de gracias a la víctima sacrificial que es el Señor Jesús para eternamente por el Hijo bendecir en el Espíritu al Padre, de unirnos con nuestro amén a la oblación de Cristo.
Pero la vivencia de los beneficios divinos lleva al creyente a algo más que a declarar quién sea el autor de la vida de la que ahora goza. El agraciamiento divino despierta en nosotros la necesidad de agradecer, mueve nuestra voluntad a una oblación de acción de gracias. ¿Pero qué sacrificio puede estar a la altura del bien que se nos ha otorgado? Si hemos recibido, sin mérito ni posibilidad por nuestra parte, la vida divina, ¿no ha de estar nuestro reconocimiento y bendición a la altura divina? ¿Cómo puede ser esto posible?
La Eucaristía, huelga decirlo, es sacrificio de acción de gracias. Y nosotros tenemos la posibilidad de unir nuestra ofrenda a la de Cristo en la Cruz como culto de bendición a Dios. Solamente así nuestra acción de gracias es divina respuesta al don divino.
Cuanto más la fe nos hace patente el amor recibido, mayor es nuestro deseo de confesar y agradecer y, por ello, más necesidad sentimos de unirnos en acción de gracias a la víctima sacrificial que es el Señor Jesús para eternamente por el Hijo bendecir en el Espíritu al Padre, de unirnos con nuestro amén a la oblación de Cristo.
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