Sábado, 23 de noviembre de 2024

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El 7 de enero de 1935 lo publica "El Castellano"

Cardenal Gomá: 1934. Antilaicismo (1)

por Victor in vínculis

El cardenal Isidro Gomá y Tomás, gobernó la archidiócesis de Toledo del 12 de abril de 1933 al 22 de agosto de 1940.

El Castellano nació, de la mano del beato Ciriaco María Sancha, como Periódico semanal, literario y de enseñanza, como se mostraba en la cabecera del nº 1, publicado el 31 de enero de 1904, si bien fue cambiando su género a la información en general. En la portada del número 8284 del 31 de diciembre de 1935 mostraba el lema Diario católico de información.

El año en que Gomá será creado cardenal, aparece a página entera -el 7 de enero de 1935- el prólogo de su libro: Antilaicismo.

A este libro, lector, si no fuera por la costumbre que lo reclama, no le hubiéramos puesto ni una línea de prólogo. Basta la lectura del índice para hacerse cargo de su contenido; y hasta su título, un tanto exótico -Antilaicismo- para explicar su oportunidad. Pero requiere una leal explicación la forma en que el libro se publica y ya en las líneas que siguen.

Se ha realizado en España, durante un periodo de tres años una labor formidable de laicización. Laicizar es descuajar a Dios de toda actividad humana, relegarle a su cielo y declarar al hombre con suficiencia bastante, personal y socialmente, para pasarse sin Dios. Y ahí está la obra de la revolución que aún dura: un verdadero cuerpo legal del laicismo que en su periodo agudo produjeron los dirigentes del Estado; una literatura frondosísima que, en la tribuna, en la cátedra y en la prensa, ha hecho atmósfera para que no se asfixiara el laicismo legal en el seno de una sociedad profundamente religiosa como la española; el snobismo de los papanatas que se alinearon -nuevos borregos de Panurgo- a la voz de mando de los de arriba ¡¡somos laicos!! y, en la etapa más dura, que fue la del contacto estridente de la idea con el hecho que la contradice, el conflicto diario entre la conciencia y la ley, y la imposición por la fuerza, arbitraria muchas veces, excediendo no pocas el límite de la competencia legal, con que los ejecutores de la ley se impusieron, contrariándola, a la conciencia cristiana de nuestro pueblo.

En este duro periodo de choque entre el laicismo y el alma nacional, los Prelados de la Santa Iglesia tuvimos que cumplir con deberes penosísimos. Deber de magisterio, situándonos en la región serena de los principios, para demostrar que el laicismo, en sus distintos aspectos, es antifilosófico y antisocial, es decir, antinatural; deber de defensa de esta cúmulo de grandes cosas confiadas a nuestra custodia, que se condensan con el nombre de catolicismo antítesis del laicismo; deber de pastoreo pragmático, dirigiendo a nuestros fieles en la casuística, delicada y compleja, de la vida cristiana con la que se enfrentó el laicismo, para que sucumbiera el menor número posible de cosas y de hechos y, lo que es más sagrado, de almas en esta conmoción producida por la invasión de un huésped que no dudamos en calificar de antinacional. Llenábamos con ello un grave oficio de Obispos y de españoles.

Poco a poco, y en este orden de magisterio oportunista, debimos abordar, en la literatura pastoral, una serie de temas cuyo desarrollo, si no constituye un cuerpo de doctrina, forma un conjunto de monografías en que se analizan los aspectos principales del laicismo y se le contraponen las eternas verdades de nuestro catolicismo, tan profundamente filosóficas como llenas de luz sobrenatural con que Dios y su Santa Iglesia han querido iluminar todos los aspectos del pensamiento y de la vida de los hombres. A estas piezas, que podríamos llamar de defensa y de combate, hemos añadido otros estudios sobre puntos fundamentales de la doctrina católica –Iglesia, Papado, educación, Estado, familia, etc.- en que se vindican los derechos indestructibles del sobrenaturalismo cristiano. Así ha resultado una colección de temas que, si carecen de homogeneidad y articulación que se requieren en una obra concebida y desarrollada alrededor de una idea central y maestra, ofrecen, a los menos por contraposición al pensamiento laicista, una semejanza que consiente yuxtaponerlos en un bloque cuyos elementos informa la misma idea: Antilaicismo.

Tal es el libro. No se ha incluido en él ningún trabajo inédito; la mayor parte de los que lo componen han pasado por prensa más de una vez. Aun así no hemos titubeado en darlo a la estampa, porque a más de ser, como tantos otros, un libro testigo de los días de congoja que ha vivido la Iglesia y sus hijos, creemos que sus páginas podrán ofrecer alguna luz a cuantos se preocupan de los problemas de la vida cristiana. El tema primero del segundo volumen -discurso en la Fiesta del Día de la raza- podría parecer desplazado. Lo hemos incluido porque en el fondo es una vindicación de la fecundidad del espíritu católico, que puede trasformar un Mundo nuevo en un siglo, y que podemos contraponer a la estéril sequedad del laicismo, al tiempo que es una glorificación de las gestas de nuestra España católica, que dejará de ser ella y de ser grande el día que, entrando en los moldes de una legislación discorde con su espíritu, se hiciere definitivamente laica.

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