Reflexionando sobre el Evangelio
Entrad por la puerta angosta
En los Evangelios de esta semana hemos visto como Cristo señalaba la infinita misericordia de Dios, pero hacía falta recordar que Dios también es infinitamente justo. Para nosotros es imposible comprender cómo se puede ser al mismo tiempo misericordioso y justo. No lo comprendemos porque tendemos a entender la justicia como inmisericordia y la misericordia como complicidad. No podemos entender más allá de las experiencias humanas que hemos tenido. Tanto la misericordia como la justicia son virtudes trascendentes y trascendentales. En una palabra, hablamos de Misterio. A los sumo podemos asomarnos a este Misterio para sentir el vértigo de lo que nos sobrepasa.
¿Cómo, pues, dice el Señor en otro lugar (Mt 11,30), "mi yugo es suave y mi carga ligera"? No se contradice ciertamente, sino que dice esto por la naturaleza de las tentaciones y aquello por el afecto de los que las sufren. (Crisóstomo, homil. 24 et 40)
¿Cómo podemos entender la justicia de Dios? Cristo habla de la puerta estrecha. Una puerta estrecha nos parece instintivamente algo inmisericorde. ¿Por qué estrecha cuando podría ser tan ancha como un estadio? No tengo respuesta a la pregunta. Tan sólo pido al Señor que me dé confianza y esperanza suficiente para no querer cambiar la Voluntad de Dios. San Cirilo nos habla de la puerta estrecha y señala a la santidad como objetivo de la misma:
La puerta estrecha significa los trabajos y la paciencia de los santos. Así como la victoria atestigua el valor del soldado en las batallas, así también se hace preclaro el que sufre los trabajos y las tentaciones con paciencia inquebrantable. (San Cirilo, in Cat. graec. Patr)
¿Santidad? ¿Qué es la santidad? Actualmente se considera que los santos los nombra el Papa porque han sido muy buena gente. Este entendimiento de la santidad es tristemente equivocado. La santidad es un camino que nos lleva hacia Cristo. De hecho, Cristo mismo nos habla de este camino cuando nos dice:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. (Mt 16, 24)
¿Dice algo de ser “buena gente”? ¿Dice algo de estar todo el día con la sonrisa impresa en la cara? Me temo que nada de esto aparece en los Evangelios. El camino de la santidad no es agradable, sino duro y estrecho. Pasa por negarnos a nosotros mismos para dejar que la Gracia de Dios vaya reconstruyendo la imagen y semejanza de Dios en nosotros.
Así como en la vida humana el camino que se aparta de la rectitud es muy ancho, así el que sale del que conduce al Reino de los Cielos se encuentra en una gran extensión de errores. El camino recto es estrecho y tiene pendientes peligrosas, tanto a la izquierda como a la derecha; como sucede en un puente, desde el cual se cae al agua inclinándose a un lado o a otro. (San Basilio, in Reg. brev. ad inter., 240)
El camino es duro y la puerta estrecha. ¿Esto nos debe hacer desesperar? Si contamos con nuestras fuerzas, no tenemos nada que hacer. Igual que los discípulos de Cristo, nosotros nos preguntamos: ¿Entonces esto conlleva que nadie podrá salvarse? Contamos con la promesa de Cristo: “... he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20) y con la Gracia de Dios que hace posible lo imposible:
Entonces, ¿quién podrá salvarse? Pero Jesús,mirándo los, les dijo: Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible (Mt 19, 25-26)
San Juan Crisóstomo nos deja claro que misericordia y justicia están siempre unidos en la acción de Dios. La dureza del camino y la estrechez de la puerta no van a detener a quien muere a sí mismo para nacer el Agua y del Espíritu
Porque cuando tomamos una cosa con gusto, la consideramos ligera, por muy pesada que sea. Y si bien es verdad que el camino de la salvación es estrecho a la entrada, sin embargo, por él se llega a la mayor anchura. Por el contrario el camino ancho conduce a la perdición. (Crisóstomo, homil. 24 et 40)