Jueves, 26 de diciembre de 2024

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No confundir renovar con desmantelar

No confundir renovar con desmantelar

por Duc in altum!

Hay un ensayo de José Woldenberg titulado “Cartas a una joven desencantada con la democracia” (2017) bajo el esquema epistolar. Es decir, una ficción en la que el autor le explica a un personaje joven que, a pesar de las crisis e incoherencias políticas por las que ha atravesado México (el autor es mexicano) y el mundo, no hay que desmantelar las instituciones que, con tanto esfuerzo, se han ido construyendo (por ejemplo, los Institutos en materia electoral que se ocupan, entre otras cosas, de la organización autónoma de las elecciones), sino que la clave está en renovarlas. ¿A qué viene todo esto? Al hecho de que, en todos los sectores, también entre los que formamos parte de la Iglesia, en los últimos años, se ha desarrollado una especie de fobia o malestar con la dimensión institucional, dando paso a ciertas decisiones que han confundido la renovación con el desmantelamiento de estas, como si el problema fuera la estructura y no las personas que, en un momento dado, distorsionan y corrompen las cosas. Así, por ejemplo, escuchamos voces que piden que el Papa renuncie al Vaticano y la Iglesia pierda su actual organización; sin embargo, y lo sabemos bien, no se trata de eso, sino de reformar desde una visión centrada en el Evangelio, porque una comunidad internacional de millones de bautizados requiere de liderazgo y organización; aspecto que implica tener una sede específica como lo es el Vaticano.

También en la esfera política se van perdiendo en el camino muchos programas sociales e instituciones que funcionan. Por lo tanto, aunque es válido reestructurar, fusionar y suprimir, debe darse de forma inteligente y evitar la supresión de instituciones que, en realidad, garantizan el sistema de pesos y contrapesos que impiden los regímenes dictatoriales que, lamentablemente, fueron tan característicos a lo largo del siglo pasado. En el caso de la Iglesia, hemos de cuidar el patrimonio que se ha construido para la misión gracias al esfuerzo de muchos hombres y mujeres que, incluso de su propio “bolsillo”, han generado bienes que sirvan para la evangelización. No debemos comportarnos como herederos ingratos que, por mala conducta y/o errores administrativos, destruyen la herencia familiar. La esencia de la Iglesia es Jesús y no sus obras, pero es un hecho que las necesitamos para no perder el contacto con la realidad. Una Iglesia sin estructuras como las de una parroquia, colegio u hospital viviría en un mundo paralelo y la fe terminaría por quedar en una mera teoría. Por eso, se impone la tarea de evitar la mentalidad del desmantelamiento, tan contraria a la audacia de fundadores que han alcanzado la santidad. Impacta, por ejemplo, la obra de la madre Maravillas de Jesús (1891-1974). Ella, frente a la crisis de muchos conventos carmelitas, no se resignó, sino que los restauró movida, en primer lugar, por la fe y luego por la creatividad incluso en términos administrativos.

Con esto no estamos diciendo que sea inmoral reorganizar, fusionar y, cuando no queda de otra, cerrar, pero clausurar debe ser la última opción y lo cierto es que existen muchas opciones creativas para renovar sin desmantelar que es a lo que apunta nuestro ensayo al constatar la necesidad de buscar nuevas formas o vías para hacer del patrimonio eclesial una excelente oportunidad de nueva evangelización. Lo anterior, formando dirigentes y cuidando el historial de aquellos o aquellas que están en condiciones de asumir los roles de autoridad y decisión. Si no hay un buen administrador, ¡formémoslo desde la fe, el humanismo cristiano y las competencias profesionales aplicables! Opciones hay. El punto es tener la voluntad de encontrarlas y aplicarlas.

Lo institucional permite, por ejemplo, que la fe pase íntegra de generación a generación, pues dicha forma de organizarse logra que un catequista le pase la estafeta a otro, que un sacerdote mayor tenga relevo en otro que viene saliendo del seminario y así sucesivamente, porque la obra de Jesús tiene que continuar en todo tiempo, modo y lugar. Por eso, eliminar cualquier rastro de organización sería altamente contraproducente. El propio San Francisco de Asís (1182-1226), aún en medio de sus resistencias para generar las estructuras conventuales, aceptó que era insostenible que todos vivieran en el bosque como lo hacía él y, con ello, reconoció la necesidad de dichos espacios y la formalización de una constitución para la naciente orden de frailes que había fundado justamente para reconstruir la Iglesia tal y como Jesús se lo inspiró; reconstrucción, primero, espiritual y luego material. Tan es así que él puso manos a la obra incluso con ladrillos para renovar.

En conclusión. Muchas instituciones que tenemos han costado grandes sacrificios y, ahora, lo que toca es renovarlas con visión evangélica; es decir, movidos por el ejemplo de Jesús y evitar confundir renovación con desmantelamiento. La primera, es del todo necesaria y, la segunda, un error del pensamiento actual que vale la pena ir superando con la fuerza de la fe y del sentido común.  

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