Antífona de comunión TO-XIV.2/Mt 11,28
por Alfonso G. Nuño
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré –dice el Señor (Mt 11,28).
Jesús, presente en la Eucaristía, nos llama hacia sí. La procesión de la comunión es una respuesta a esa llamada. ¿Y a quién se la hace? Todos los que asistimos a la celebración estamos cansados y agobiados, pues somos pecadores. En cuanto nuestro corazón no está solamente en Dios, en cuanto no está nuestra vida puramente ordenada a la alabanza y servicio divino, nos resulta pesada y agobiante.
Ciertamente, al ser criaturas materiales, todo nos cansa y necesitamos de cuando en cuando recuperar fuerzas. Pero hay fatigas de las cuales no escapamos con un poco de sueño. La vida se nos presenta como algo por resolver, algo por dar sentido y contenido; la vida es un interrogante por responder. El gran cansancio es tratar de darle contenido y encontrar que la sed de divinidad que tenemos no se sacia.
Y es que con frecuencia esa sed infinita que solamente Dios puede llenar, intentamos satisfacerla con lo que no es Él y con nuestras solas fuerzas. Cuando no vivimos solamente para servirlo y alabarlo, nos llega la fatiga y la angustia, todo es cada vez más pesado y agobiante. Y, si además pertinazmente tratamos de solventarlo insistiendo en la misma dirección, entramos en una espiral de creciente angostura y pesadez.
Jesús se dirige a nosotros en cuanto cansados y agobiados, en cuanto necesitados. La comunión es aliviante; no es que sea solamente ligera, es que da liviandad, fuerza para cargar. Es contenido que da anchura, la cruz es peso que aligera.
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