Lunes, 25 de noviembre de 2024

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De política, signos religiosos y otras confusiones

De política, signos religiosos y otras confusiones

por Duc in altum!

En varios países de América y Europa, diferentes candidatos y entidades políticas están incorporando a sus discursos y campañas, elementos religiosos que van desde frases hasta el uso del rosario. Es una tendencia que se está retomando del pasado y que pone en aprietos no solamente al Estado sino a la propia Iglesia, porque para sorpresa de muchos, tanto los textos constitucionales contemporáneos como los documentos del Concilio Vaticano II coinciden en que hay que mantener una sana separación. Es decir, evitar “confundir peras con manzanas”, cosa que en los últimos meses se ha diluido porque algunos sectores emplean un lenguaje más propio de los obispos que de los candidatos, generando una confusión en los roles. De ahí que hoy nos detengamos a reflexionar sobre el equilibrio que debe existir entre el derecho del candidato y/o servidor público a profesar públicamente su religión y el respeto al Estado laico que no es lo mismo que el Estado laicista. ¿Cuál es la diferencia? Benedicto XVI, con su notable capacidad para resolver dilemas éticos, la dejó muy en claro en un discurso que dirigió el 9 de diciembre de 2006, a un grupo de abogados católicos. El Estado laico (que Ratzinger llama, atinadamente, “laicidad positiva”), respeta la libertad religiosa y coopera con la Iglesia en causas comunes, como la construcción de la paz o el combate a la pobreza, mientras que el Estado laicista (laicismo) obstaculiza injustamente todo lo que tenga que ver con Dios o el culto. Para el Papa emérito, hay que aceptar el primero, oponiéndose al segundo que, efectivamente, daña el desarrollo de la fe en la sociedad.

Por lo tanto, como católicos, no hay que vulnerar la separación entre la Iglesia y el Estado, al no distinguir entre ambas concepciones de la palabra “laico”. Recordemos lo que, en el discurso antes citado, dijo Benedicto XVI, al respecto: “A la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida”. Ahora bien, entonces, ¿si un servidor público habla de Dios en un evento rompe con el estado laico? Por supuesto que no, siempre que evite hacer de la religión que profesa una corriente ideológica para intentar manipular a la sociedad. Por ejemplo, consagrando su gobierno a Cristo. En ese caso, estaría mezclando un acto cívico con uno litúrgico. Él puede consagrarse de manera personal, pero no hacerlo a nivel estructura gubernamental.  

Recordemos que la Iglesia no tiene la tarea de construir gobiernos confesionales, sino de encontrar el marco jurídico adecuado para poder estar en condiciones de proponer la opción de los valores del Evangelio a través de las personas y, por supuesto, de las instituciones educativas, sanitarias o similares que requiera. No hay que volver a mezclar a la Iglesia con el Estado o viceversa, pues traería consigo una nueva oleada de problemas, muchos de ellos vinculados a la corrupción, como sucedía en periodos equiparables al feudalismo. Siempre que la religión y la política se han mezclado, el resultado ha sido violento, fanático, y no porque la política sea mala, sino por el hecho de confundir objetos u ámbitos de acción.

Es justo inspirar algunos postulados políticos en aspectos antropológicos que el cristianismo ha estudiado como, de hecho, lo hizo Jacques Maritain, pero que no se desvirtúen cayendo en una ideología de izquierda o derecha, buscando legitimarse a costa de Dios.  

La nostalgia por el nacionalcatolicismo está presente y no es así como debemos de participar en la esfera pública, sino a través de la Doctrina Social de la Iglesia, porque la DSI está diseñada con una temática (y un lenguaje) que preserva lo que la fe católica enseña y, al mismo tiempo, propone de forma objetiva una visión ética y práctica acerca de los cambios que hay que hacer sin revindicar un tipo de absolutismo por parte de los creyentes en detrimento de la libertad para discutir temas legislativos. De ahí que cuando el Papa Francisco se manifiesta en contra del aborto, no lo hace en términos meramente religiosos, sino antropológicos. Es decir, se vale del lenguaje técnico de la DSI para dejar claro que la cultura de la vida no es un punto exclusivo de la Iglesia o que reciba algo a cambio. La Doctrina Social es la voz de la fe cristiana en el contexto laico. Usar una vía distinta sería inadecuado en cuanto a la forma e incluso al fondo. Por lo tanto, participemos pero dentro de la separación entre la Iglesia y el Estado.

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