Antífona de entrada TO-XI/ Sal 27(26),7.9
por Alfonso G. Nuño
Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Sal 27 (26),7.9).
La fidelidad de Dios no es lo mismo que la regularidad de las leyes físicas. En la causalidad del ámbito de funcionalidad natural, cuando hay una acción esperamos una reacción proporcionada que no está mediada por una decisión libre.
El fiel que se acerca a la celebración eucarística sabe que en el ámbito sobrenatural, en su reino, las cosas no son así. Lo que yo hago por mí mismo y con mis solas fuerzas no tiene fuerza para arrancar de Dios una determinada respuesta. Pero es que además la acción de Dios es absolutamente libre, todo cuanto hace tiene su origen absoluto en Él mismo.
Por ello, llenos de esperanza en su misericordia, le suplicamos, le pedimos, le rogamos. Y esa esperanza no es lo mismo que la confianza en la regularidad de las leyes físicas. La esperanza en la misericordia divina es posible porque Él previamente me ha capacitado para estar a la altura de lo sobrenatural que de Él, fuente y origen de todo bien, solamente puedo recibir como don.
El verdadero discípulo comienza la celebración desde la humildad de quien sabe que no puede y de quien todo, de la libre misericordia divina, lo espera.
El fiel que se acerca a la celebración eucarística sabe que en el ámbito sobrenatural, en su reino, las cosas no son así. Lo que yo hago por mí mismo y con mis solas fuerzas no tiene fuerza para arrancar de Dios una determinada respuesta. Pero es que además la acción de Dios es absolutamente libre, todo cuanto hace tiene su origen absoluto en Él mismo.
Por ello, llenos de esperanza en su misericordia, le suplicamos, le pedimos, le rogamos. Y esa esperanza no es lo mismo que la confianza en la regularidad de las leyes físicas. La esperanza en la misericordia divina es posible porque Él previamente me ha capacitado para estar a la altura de lo sobrenatural que de Él, fuente y origen de todo bien, solamente puedo recibir como don.
El verdadero discípulo comienza la celebración desde la humildad de quien sabe que no puede y de quien todo, de la libre misericordia divina, lo espera.
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