Trabajar con alegría
Trabajar con alegría
Trabajar con alegría
El amor al trabajo lo aprendí desde la adolescencia, contemplando a mi padre que se ocupaba mañana y tarde en su tarea en un centro militar. Muchas tardes me iba yo con él a su oficina, y no había nadie, solo él atareado en las cosas pendientes de la mañana, o en pasar a limpio trabajos de mi colegio para que yo los presentara limpios y ordenados al día siguiente. Pero solo limpios y ordenados, porque el trabajo que me correspondía a mí no me lo perdonaba. Cada cual su tarea.
Entonces no había los medios fantásticos de ahora. Había que utilizar la vieja Olivetti que no te permitía rectificar con pulcritud el error mecanográfico. Con el tiempo fui comprendiendo el valor de un trabajo hecho con amor y espíritu de servicio.
Pasados los años, ya en el Seminario, sacerdotes amigos me enseñaron a trabajar, no solo con pulcritud, sino también con alegría. Supuso el descubrimiento del camino de santidad para cualquier cristiano, también –por supuesto- para el sacerdote. Y empecé a disfrutar de una doctrina que iba en esa dirección: imitar a Jesús que trabajó duramente con sus manos, y después con toda Su Persona hasta decir: “Todo está consumado”.
Me alegró en su día conocer las enseñanzas de San José María Escrivá sobre la santificación, del trabajo:
Si afirmas que quieres imitar a Cristo..., y te sobra tiempo, andas por caminos de tibieza. (Forja, 701)
Las tareas profesionales –también el trabajo del hogar es una profesión de primer orden– son testimonio de la dignidad de la criatura humana; ocasión de desarrollo de la propia personalidad; vínculo de unión con los demás; fuente de recursos; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que vivimos, y de fomentar el progreso de la humanidad entera...
–Para un cristiano, estas perspectivas se alargan y se amplían aún más, porque el trabajo –asumido por Cristo como realidad redimida y redentora– se convierte en medio y en camino de santidad, en concreta tarea santificable y santificadora. (Forja, 702)
Trabaja con alegría, con paz, con presencia de Dios.
–De esta manera realizarás tu tarea, además, con sentido común: llegarás hasta el final aunque te rinda el cansancio, la acabarás bien..., y tus obras agradarán a Dios. (Forja, 744)
Debes mantener –a lo largo de la jornada– una constante conversación con el Señor, que se alimente también de las mismas incidencias de tu tarea profesional.
–Vete con el pensamiento al Sagrario..., y ofrécele al Señor la labor que tengas entre manos. (Forja, 745)
Lo he meditado muchas veces, y siempre me ha hecho bien. El trabajo no es solo tarea a cumplir, sino camino de encuentro con Dios. Otra cosa sería el mundo, y por supuesto la Iglesia, si nos empeñáramos en hacer las cosas bien, por servir, por dar Gloria a Dios, aprovechando el tiempo. Cualquier trabajo es bonito y gratificante si se hace con amor. Jesucristo dijo que el Padre Dios siempre trabaja. Y Dios lo hace todo con alegría, con una sonrisa amable, hablando humanamente.
El otro día leí un cartel que decía: ¿Todavía no has sonreído hoy? ¿A qué esperas? El trabajo es más gratificante cuando lo acompañamos con una sonrisa sincera. La vida tendría otro talante. ¿Lo intentamos?
Juan García Inza