El laico y la voluntad de Dios
Amigos, comparto con ustedes una reflexión que capturó mi interés. Se trata de la parte final del capítulo 2 de “Mundo y Persona”, de Romano Guardini. Definitivamente invita a pensar:
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“La esencia de éste [del laico] no puede determinarse —como se hace a menudo— de una manera negativa, diciendo que es aquel que no tiene ordo. En verdad, el laico es la forma primera y fundamental del creyente.
Mientras que el sacerdote sirve directamente a la revelación, el laico se encuentra, de manera especial, en relación con el mundo, con este mundo que es creación de Dios. La responsabilidad por el mundo es su cometido cristiano.
Como cristiano no sólo tiene que protegerse de los peligros del mundo y así “salvar su alma”, sino que la salvación del alma tiene lugar cuidando el cristiano de que el mundo se justifique ante Dios. Para ello, el cristiano tiene que ver cómo es el mundo y resistir a sus posibilidades. La voluntad de Dios no flota sobre el mundo, sino que se encuentra en él y consiste en que el mundo sea como es.”
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Este capítulo 2 se llama “El ser creado en el mundo”, y en él, Guardini trata de encontrar un difícil equilibrio entre dos extremos, ambos claramente errados. El primero de ellos, darle tanta consistencia al “más allá” que la consistencia de este mundo se diluya: estamos tan de paso que esto no es en absoluto “the real thing”. La virtud del cristiano sería la de “soportar” el mundo evitando corromperse en él; tratar de cruzar el río saltando de piedra en piedra sin mojarse en absoluto siquiera los pies.
El otro extremo sería el de considerar que lo natural es tan consistente que es capaz de justificarse a sí mismo. Se podría hablar de “lo natural” sin hacer referencia alguna al hecho de que es creado.
Ni uno ni otro, plantea Guardini. El ser humano está de paso, pero para llegar al otro lado tiene que sumergirse en el río. Un río cuyas corrientes e ímpetu responden a leyes naturales —y uno debe regirse por ellas cuando está en él—; pero que, por ser río, es creatura de un Creador al fin, y no debe desconocerlo, ni mucho menos pretender ocupar su lugar.