Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Argentina: zona de desastre episcopal

por Marcelo González

El 31 de mayo de 2010 con la organización y protagonismo de grupos evangélicos  y pentecostales se llevó a cabo la manifestación contra la ley de “matrimonio homosexual” con media sanción en la Cámara de Diputados y a la espera de confirmación en el Senado en los próximos días. Difícilmente se logre frenar, debido al apoyo casi unánime del oficialismo y de buena parte de la oposición, aunque es posible que se salga por la diagonal del plebiscito, lo cual no favorecería mucho a los homosexuales.

Una vista de la manifestación del 31 de mayo

Las presiones de los lobbies llamados “gays” resultan ideológicamente irresistibles a los políticos argentinos. No porque ellos participen en forma masiva de estas costumbres, sino por su cabal falta de formación moral y de sentido común. Para ellos son modelos inevitables de la “modernidad” o  de la “posmodernidad”, supuesto que esto último signifique algo. Además de provenir de presiones internacionales, atadas a la concesión de créditos, etc. los políticos saben que enfrentar a los homosexuales significa ponerse a la prensa en contra.

Estas son consecuencias de la laicización de la sociedad, del relegamiento de Cristo al ámbito privado, de las ideas que profesan muchos bautizados sobre un “catolicismo implícito”, es decir, una negativa a la confesión de la Fe en el ámbito público, pero no ya como actitud vergonzante, sino como “estrategia”.  La búsqueda, en definitiva, de la mitológica “nueva cristiandad” maritainiana.

Los obispos argentinos no pasaron de repetir vagas condenas  -¿condenas?- que en el mejor de los casos argumentaron sobre el respeto al orden legal vigente (Mons. Aguer). En otros apenas se limitaron a decir que el apoyo al “matrimonio homosexual” no representa el sentir de la Iglesia (Mons. Ñañez). El Primado, ausente. Nadie se atreve a repetir las condenas bíblicas a la homosexualidad por temor a que les caiga la “ley antidiscriminatoria”.

La impresión que deja el esfuerzo realizado por los evangélicos en favor de una buena causa es la de una profunda tristeza.

1) La jerarquía Católica no solo resignó la jefatura natural de este movimiento, sino que actuó discretamente en contra de la participación de los católicos, en muchos casos.

2) La desigual argumentación de los bíblicos no logró esclarecer siquiera el verdadero fundamento cristiano del rechazo a la ley. Se dieron argumentaciones tan caóticas como para no dejar en claro, en la cabeza de nadie, los principios básicos de la moral cristiana. Desde una postura legalista hasta el fundamentalismo bíblico, en ningún caso la moral bien sustentada.

3) Fue sin embargo la única movilización respetable contra la ley en la Capital Federal, aparejada a otras en distintas provincias, pero de las mismas características: organizadas por los evangélicos, rechazadas por los obispos e igualmente confusas en la argumentación.

4) Sin embargo, para el evangelismo es un triunfo proselitista. Un hijo mío que asistió y que ha recibido muy sólida formación católica me confesó que “de no haber sido educado como fui, hubiera tenido la tentación de hacerme evangélico” ante la defección de los católicos. Es la reacción normal de un joven de 20 años. Y de muchos más menos formados. La fuerza del testimonio pesa sobre los jóvenes, y no solo sobre ellos. Algunos sacerdotes católicos tímidamente entremezclados en la multitud, obispos ausentes o en contra, y los protestantes, con su música pegadiza y sus gritos vivando a Jesucristo... y defendiendo (mal) una buena causa... Pasmosa confusión para los católicos de a pie, sensación de abandono por parte de la Iglesia, de claudicación.

Dífícilmente esta manifestación logre frenar la espantosa ley. Pero si así fuera, el mérito quedaría para los evangélicos, y sin duda lograrían desgarrar más gente aún de la Fe Católica. Y aúnque la ley no se rechace, doble daño: este horror sigue, y los católicos cada vez confían menos en su clero.

Lo peor es que si la Jerarquía hubiese querido, hubiera puesto cientos de miles en la calle, porque tiene el poder para hacerlo; poniendo a la cabeza de ellos una docena de obispos... la ley se cae.  Los políticos temen a quienes tienen capacidad de movilización.

La Argentina es zona de desastre episcopal.

 

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