El Consejo de Jeff o La Confirmación de Santi
por Rafa Cervera
Ver llorar a un hombretón como Jeff Reinebold es impactante. Reinebold, ex jugador y ahora entrenador de fútbol americano, es un hombre no muy alto pero corpulento, cercano a los 50, muy atlético, jovial, extrovertido, luce un par de tatuajes…
Sucedió hace casi siete años. Estábamos tomando un café en Tarragona con Marcos Guirles –quien fuera entrenador español de los Barcelona Dragons-, después de unos clinics (cursos) que vino a impartir Jeff. De pronto, surgió el tema familiar y el hombre se desmoronó. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, mientras nos explicaba que había acompañado a su hija mayor en su graduación en la universidad de Notre Dame, en Indiana.
-Me la he perdido-, gemía con la voz quebrada. -Me he perdido toda su vida y el tiempo pasa tan rápido.
Una separación matrimonial cuando era muy joven y convertirse en un trotamundos que había entrenado en Maine, Texas, Holanda, Alemania o Hawái le habían privado de pasar tiempo con sus hijos.
Aprovechando la situación, le pregunté una cosa que llevaba rondándome la cabeza desde hacía varios meses.
-Jeff, Santi, mi hijo mayor, empezará a jugar a fútbol sala en el equipo de su colegio y, aunque por temas de trabajo dispongo de poco tiempo, no sé si haría bien entrenándolo…
-¿Cuántos años tiene Santi?- interrumpió Jeff.
-Ocho- respondí.
-Mira, Rafa, Santi sólo tendrá ocho años una vez en su vida. ¡Aprovéchalo!
Lo que Jeff no sabía en aquel momento es que me dio uno de los consejos más importantes de mi vida.
Empecé entrenando a un grupo de niños despistados que, al principio, no se enteraban de nada, bueno, o de muy poco. Una tarde estaba adentrándome en la táctica a desplegar para el sábado siguiente y la gran mayoría miraba absorta por encima de mí. De pronto, comenzaron a reír. Creí que se burlaban de mis consignas, pero no. Comenzaron a desternillarse ante un grupo de calzoncillos tendidos al sol, que se veían desde el improvisado patio de entrenamiento (el colegio estabas en obras). La concentración no era nuestro fuerte.
Por qué voy a negarlo, los inicios fueron difíciles. Ganamos nuestro segundo partido, en octubre, pero no volvimos a salir victoriosos de un encuentro hasta bien entrada la primavera. Todo en la vida es proyecto. Es esfuerzo y perseverancia. Aquellos niños despistados pasaron de ganar cuatro partidos el primer año, a obtener seis victorias el segundo, siete el tercero y nueve el cuarto. En cada uno de los dos primeros años de secundaria superamos la decena de triunfos y logramos llegar hasta los cuartos de final del campeonato escolar de Barcelona…
En lo humano y en lo espiritual, entrenar también ha sido una aventura. Cada partido se ha ofrecido a la Virgen (algo que recomiendo enormemente a cualquiera que lea esta sencilla columna y tenga trato con deportistas), rezando una Ave María, muchas veces dirigido por su capellán de más de media vida: el entrañable Padre Buenaventura Acero. Hemos jugado torneos en Madrid (no hemos ganado ninguno, pero que nos quiten lo bailado). Este equipo daría para escribir todo un libro. Nuestro portero, Willy, ingresó en el seminario el verano pasado. Hemos tenido vivencias impresionantes, conversiones… Pero, sobre todo, he visto crecer y hacerse adolescente a mi hijo al lado de sus amigos.
A bautizarse llevas a tus hijos. No hay duda. La Primera Comunión es un acto individual y consciente suyo, pero no deja ser sugerido por los padres. La Confirmación ya es algo completamente voluntario. Tu hijo decide hacerlo por voluntad propia y tú tienes la sensación de que ha valido la pena esta vida.
Este miércoles, aquellos que se reían viendo los calzoncillos secándose al sol recibieron el sacramento de la Confirmación de manos de Monseñor Martínez Sistach. Estaban Dani y Fede, que sólo jugaron un año, y Nacho, que luchó hasta marcar su primer gol; Louie, quien ahora juega rugby; los altísimos Víctor y Marc; el pequeño gran Alex Navarro, Cesc y Javi Romagosa, que ha llenado con creces el hueco que Willy dejó en la portería. Estaba Oscar, sin duda uno de mis favoritos, Iñigo, debutante esta temporada, e Ignasi, el primero que se ganó los galones de capitán. Y junto a mi suegro, elegido padrino por él como cristiano a imitar, estaba mi hijo, Santi.
Donde quiera que estés, Jeff, gracias por el consejo de aquella tarde.
Sucedió hace casi siete años. Estábamos tomando un café en Tarragona con Marcos Guirles –quien fuera entrenador español de los Barcelona Dragons-, después de unos clinics (cursos) que vino a impartir Jeff. De pronto, surgió el tema familiar y el hombre se desmoronó. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, mientras nos explicaba que había acompañado a su hija mayor en su graduación en la universidad de Notre Dame, en Indiana.
-Me la he perdido-, gemía con la voz quebrada. -Me he perdido toda su vida y el tiempo pasa tan rápido.
Una separación matrimonial cuando era muy joven y convertirse en un trotamundos que había entrenado en Maine, Texas, Holanda, Alemania o Hawái le habían privado de pasar tiempo con sus hijos.
Aprovechando la situación, le pregunté una cosa que llevaba rondándome la cabeza desde hacía varios meses.
-Jeff, Santi, mi hijo mayor, empezará a jugar a fútbol sala en el equipo de su colegio y, aunque por temas de trabajo dispongo de poco tiempo, no sé si haría bien entrenándolo…
-¿Cuántos años tiene Santi?- interrumpió Jeff.
-Ocho- respondí.
-Mira, Rafa, Santi sólo tendrá ocho años una vez en su vida. ¡Aprovéchalo!
Lo que Jeff no sabía en aquel momento es que me dio uno de los consejos más importantes de mi vida.
Empecé entrenando a un grupo de niños despistados que, al principio, no se enteraban de nada, bueno, o de muy poco. Una tarde estaba adentrándome en la táctica a desplegar para el sábado siguiente y la gran mayoría miraba absorta por encima de mí. De pronto, comenzaron a reír. Creí que se burlaban de mis consignas, pero no. Comenzaron a desternillarse ante un grupo de calzoncillos tendidos al sol, que se veían desde el improvisado patio de entrenamiento (el colegio estabas en obras). La concentración no era nuestro fuerte.
Por qué voy a negarlo, los inicios fueron difíciles. Ganamos nuestro segundo partido, en octubre, pero no volvimos a salir victoriosos de un encuentro hasta bien entrada la primavera. Todo en la vida es proyecto. Es esfuerzo y perseverancia. Aquellos niños despistados pasaron de ganar cuatro partidos el primer año, a obtener seis victorias el segundo, siete el tercero y nueve el cuarto. En cada uno de los dos primeros años de secundaria superamos la decena de triunfos y logramos llegar hasta los cuartos de final del campeonato escolar de Barcelona…
En lo humano y en lo espiritual, entrenar también ha sido una aventura. Cada partido se ha ofrecido a la Virgen (algo que recomiendo enormemente a cualquiera que lea esta sencilla columna y tenga trato con deportistas), rezando una Ave María, muchas veces dirigido por su capellán de más de media vida: el entrañable Padre Buenaventura Acero. Hemos jugado torneos en Madrid (no hemos ganado ninguno, pero que nos quiten lo bailado). Este equipo daría para escribir todo un libro. Nuestro portero, Willy, ingresó en el seminario el verano pasado. Hemos tenido vivencias impresionantes, conversiones… Pero, sobre todo, he visto crecer y hacerse adolescente a mi hijo al lado de sus amigos.
A bautizarse llevas a tus hijos. No hay duda. La Primera Comunión es un acto individual y consciente suyo, pero no deja ser sugerido por los padres. La Confirmación ya es algo completamente voluntario. Tu hijo decide hacerlo por voluntad propia y tú tienes la sensación de que ha valido la pena esta vida.
Este miércoles, aquellos que se reían viendo los calzoncillos secándose al sol recibieron el sacramento de la Confirmación de manos de Monseñor Martínez Sistach. Estaban Dani y Fede, que sólo jugaron un año, y Nacho, que luchó hasta marcar su primer gol; Louie, quien ahora juega rugby; los altísimos Víctor y Marc; el pequeño gran Alex Navarro, Cesc y Javi Romagosa, que ha llenado con creces el hueco que Willy dejó en la portería. Estaba Oscar, sin duda uno de mis favoritos, Iñigo, debutante esta temporada, e Ignasi, el primero que se ganó los galones de capitán. Y junto a mi suegro, elegido padrino por él como cristiano a imitar, estaba mi hijo, Santi.
Donde quiera que estés, Jeff, gracias por el consejo de aquella tarde.
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