Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
Natividad del Señor (C)
Hodie natus est nobis Salvator mundi. ¡Santa y feliz Navidad! En el Ángelus del 24 de diciembre del año 2000, san Juan Pablo II nos recordaba cuáles eran los dos secretos indispensables para vivir una Navidad cristiana. A pesar del frío que muchas veces llena los corazones, el Papa decía:
Por las calles y en las casas todo habla de Navidad. Luces, adornos y regalos crean una inconfundible atmósfera navideña. Ahora bien, los preparativos externos, si bien son necesarios, no deben, sin embargo, distraer la atención del acontecimiento central y extraordinario que se conmemora, es decir, el nacimiento de Jesús, don inestimable del Padre a la humanidad.
En la gruta, junto a Jesús está María, la Virgen Madre, que supo acoger con obediencia total la palabra de Dios. Está José, su casto esposo, obediente a los designios arcanos del Omnipotente, incluso cuando los acontecimientos se presentaban incomprensibles y difíciles de aceptar.
Esta escena, en su sencillez, constituye una invitación silenciosa a entender en su justo valor el misterio de la Navidad, misterio de humildad y de amor, de alegría y de atención a los pobres.
La contemplación del nacimiento de Jesús no puede dejar indiferentes a los cristianos. Mientras en las casas se dan los últimos retoques al nacimiento, y se predispone a transcurrir la Navidad en serena armonía familiar, que no falte un gesto de solidaridad hacia quien, por desgracia, tendrá que vivir estos días en la soledad y en el sufrimiento.
Cuanto más grande sea la alegría de esta fiesta, mejor sabremos compartirla no solo con la familia y con los amigos, sino también con quienes esperan de nosotros un recuerdo concreto.
Al final de la Santa Misa de la Natividad del Señor, como todos los años, tendrá lugar el tradicional mensaje de Navidad del Papa Francisco con la bendición “Urbi et orbi”.
Nosotros, en este día, solo queremos hacer una oración ante el Niño de Belén para reafirmar nuestro amor por Jesús, para darle las gracias por haberse hecho hombre por nosotros para salvarnos. Son palabras tomadas del siervo de Dios Francisco Javier Nguyen van Thuan, fueron escritas en la residencia obligatoria de Giang-xá, en Vietnam del Norte, el 19 de marzo de 1980. Con estas palabras nos unimos al sufrimiento de toda la Iglesia, que todavía hoy es perseguida, y a la alegría de la Iglesia universal porque Jesús nace para nosotros en Belén. Y nos unimos, en un compromiso firme ante Jesús, para ser única y enteramente de Él, para propagar su nombre a todas las naciones y para repetirle que sí, que queremos seguirle.
Señor Jesús, en el camino de la esperanza,
desde hace dos mil años, tu amor, como una ola,
ha arrollado a muchos peregrinos.
Ellos te han amado con un amor palpitante,
con sus pensamientos, sus palabras y sus acciones.
Te han amado con un corazón más fuerte que la tentación,
más fuerte que el sufrimiento y más aún que la muerte.
Ellos han sido en el mundo tu palabra.
Su vida ha sido una revolución
que ha renovado el rostro de la Iglesia.
Contemplando desde mi infancia estos fúlgidos modelos,
he tenido un sueño: ofrecerte mi vida entera,
mi única vida que estoy viviendo,
por un ideal eterno e inalterable.
¡Lo he decidido!
Si cumplo tu voluntad, Tú realizarás este ideal
y yo me lanzaré en esta maravillosa aventura.
Te he elegido y nunca he tenido añoranzas.
Siento que Tú me dices: “Permanece en Mí.
¡Permanece en mi amor!”.
Pero ¿podría permanecer en otro?
Solo el amor puede realizar este misterio extraordinario.
Comprendo que Tú quieres toda mi vida.
“¡Todo! ¡Y por amor a Ti!”.
En el camino de la esperanza sigo cada uno de tus pasos.
Tus pasos errantes hacia el establo de Belén.
Tus pasos inquietos en el camino a Egipto.
Tus pasos veloces hacia la casa de Nazaret.
Tus pasos gozosos para subir con tus padres al Templo.
Tus pasos fatigados en los treinta años de trabajo.
Tus pasos solícitos en los tres años de anuncio
de la Buena Nueva.
Tus pasos ansiosos que buscan a la oveja perdida.
Tus pasos dolorosos al entrar en Jerusalén.
Tus pasos solitarios ante el pretorio.
Tus pasos pesados bajo la cruz camino del Calvario.
Tus pasos fracasados, muerto y sepultado
en una tumba que no es tuya.
Despojado de todo, sin vestidos, sin un amigo,
abandonado hasta por el Padre
pero siempre sometido al Padre.
Señor Jesús, arrodillado, de tú a tú ante el Sagrario,
comprendo: no podría elegir otro camino,
otro camino más feliz, aunque, en apariencia,
hay otros más gloriosos.
Pero Tú, amigo eterno, único amigo de mi vida,
no estás presente en ellos.
En Ti está todo el cielo con la Trinidad,
el mundo entero y la humanidad entera.
Tus sufrimientos son los míos.
Míos todos los sufrimientos de los hombres.
Mío todo lo que no tiene paz ni gozo,
ni belleza, ni comodidad, ni amabilidad.
Mías todas las tristezas, las desilusiones,
las divisiones, el abandono, las desgracias.
Mío es todo lo tuyo, porque Tú lo tienes todo;
lo que hay en mis hermanos, porque Tú estás en ellos.
Creo firmemente en Ti,
porque Tú has dado pasos de triunfo.
“Sé valiente. Yo he vencido al mundo”.
Tú me has dicho: “Camina con pasos de gigante.
Ve por el mundo, proclama la Buena Nueva,
enjuga las lágrimas de dolor,
reanima los corazones desalentados,
reúne los corazones divididos,
abraza el mundo con el ardor de tu amor,
acaba con lo que ha de ser destruido,
deja en pie solo la verdad, la justicia, el amor”.
Pero, Señor, ¡yo conozco mi debilidad!
Líbrame del egoísmo, de mis seguridades,
para que deje de temer el sufrimiento que desgarra.
Soy tan indigno de ser apóstol.
Hazme fuerte ante las dificultades.
Haz que no me preocupe de la sabiduría del mundo.
Acepto que me traten como loco
por Jesús, María y José...
Quiero ponerme a prueba,
dispuesto a todas las consecuencias,
despreocupado de todas ellas,
porque me has enseñado a afrontarlo todo.
Si me ordenas dirigir mis pasos valerosos hacia la cruz,
me dejaré crucificar.
Si me ordenas entrar en el silencio de tu Sagrario,
hasta el fin de los tiempos,
me dejaré envolver por él con pasos aventurados.
Perderé todo, pero me quedarás Tú.
Allí estará tu amor para inundar mi corazón.
Mi felicidad será total...
Y por eso repito: Te he elegido.
Solo te quiero a Ti y tu gloria1.
Sí, Jesús. Más de dos mil años después de tu nacimiento te ofrezco mi vida. Perderé todo, pero me quedarás Tú. Y por eso hoy, con toda la Iglesia, repito: Te he elegido. Solo te quiero a Ti. Solo quiero tu gloria.
¡Santa y feliz Navidad! Que Dios nos bendiga y que este Año Jubilar haya servido para que cada vez y de manera más intensa nos entreguemos al Corazón de Dios para vivir en Él y para darnos por Él a todos los hombres.
1 FRANCISCO JAVIER NGUYEN VAN THUAN, Cinco panes y dos peces, páginas 78-82 (Madrid, 2000).