Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Sobre los dulces brazos del Amado

Sobre los dulces brazos del Amado

por Sólo Dios basta

Entrar al Carmelo Descalzo supone dejar atrás muchas personas y realidades: familia, amigos, comodidades, móvil, redes sociales, fiestas, vacaciones y todo aquello que forma parte del día a día de una joven que ha terminado hace poco sus estudios universitarios y decide ser carmelita descalza. Primero tiene que sentirlo en la oración. Luego empezar a discernirlo por medio de la dirección espiritual. Mientras tanto hay que dejar que todo repose. Siguen las señales que confirman la vocación. Todo empieza a encajar. Llega el momento de comunicarlo en casa y también a los más cercanos e íntimos. Y al final poner una fecha de entrada al monasterio. Esto puede durar más o menos tiempo. Depende de la propia historia vocacional. Unos procesos son más prolongados en el tiempo que otros. Eso no importa, lo que de verdad interesa es que aquella chica que siente la llamada a ser esposa de Cristo dentro de un monasterio de carmelitas descalzas diga que sí, se decida y comience a dar pasos para que pronto se abra la puerta reglar que da entrada a la clausura monástica.

Cuando llega el momento, la despedida de todos los que quedamos fuera es algo muy emotivo, íntimo y que queda en eso, en un decir adiós, pero luego nos vemos en el locutorio. Los que más sufren son los familiares directos, que saben que los abrazos ya no se van a repetir salvo raras ocasiones. Los que sin ser familia también se dejan arrastrar por el momento, dejan correr lágrimas por sus rostros llenos de amor por esa joven que quiere seguir los pasos de Santa Teresa de Jesús en la soledad, silencio y oración de un claustro carmelitano. ¿Nos dejamos algo? ¡Pues sí! ¡Algo muy importante! ¡La bendición! El capellán de la comunidad, un carmelita descalzo que suele visitar la comunidad y  algunos religiosos amigos dan la bendición a la joven que de rodillas recibe ese abrazo espiritual  del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las hermanas se encuentran al otro lado de la puerta. En dos filas esperan que la postulante atraviese ese umbral que le abre a una nueva vida. En medio la más joven porta una cruz. La escogida por Dios lanza una última mirada a todos los presentes antes de dejar el mundo y besar con gran gozo el suelo de su nuevo hogar. La puerta se cierra. Los familiares y amigos comentan lo que viven por dentro y lo que ha sido la relación con ella hasta llegar el día de ingresar en el monasterio. Siguen las lágrimas. Es normal y bueno. Significan que se quiere mucho a esa chica. Otros no lloran pero no por ello dejan de vivir el desgarrón de haber dado el último abrazo a esa joven tan llena de Dios.

Pasan los minutos. La situación se va calmando. Las risas y alegrías vuelven a ser algo normal; como momentos antes, cuando todos hablan con la que quiere ser monja. El ambiente cambia mucho. Ahora hay que esperar a que la elegida por Dios salga al locutorio, unida a todas sus nuevas hermanas, con su nueva vestimenta: el uniforme de postulante carmelita descalza.

Mientras afuera se habla y se espera, la joven es llevada a su nueva habitación, la celda del noviciado que le han asignado. Allí se cambia y se viste de marrón. El locutorio empieza a estar más concurrido según pasan los minutos. ¡Y llega el momento! Se descorre la tela de la reja y aparece la nueva postulante con una alegría que ilumina la sala. De nuevo la emoción desborda a todos los presentes. No se puede evitar. ¡Es pura gracia de Dios! ¡Es el amor de Dios! ¡Es la vocación a la que llama Dios!

La familia ha crecido. Una nueva hermana ocupa el locutorio al otro lado de la reja. El punto de vista es totalmente distinto. Ahora está con sus nuevas hermanas. Ya no está fuera como una visita más que quiere conocer a la comunidad porque está pensando entrar a vivir como carmelita descalza. Todo eso ha pasado y ha sido visto a la luz de la oración y del discernimiento. Los familiares, amigos y sacerdotes saludan a la postulante y a la comunidad. Los diálogos son de todo tipo, pero en todos está presente el cariño, el amor y el deseo de que todo vaya de bien en mejor.

Los amigos empiezan a despedirse hasta que vuelvan a visitarla con calma pronto. Se va quedando la familia más íntima. Llega la despedida final. La bendición cierra el encuentro. Comienza una nueva vida para esa chica que se ha sentido llamada por Dios a vivir una entrega total, generosa y fiel dentro del Carmelo Descalzo. ¡Es algo muy grande! ¡Emociona! ¡Llena el alma! El locutorio se queda vacío. Las monjas se retiran. Los que han quedado en la sala se dirigen al patio de entrada del monasterio. Suenan las campanas. Puede que sea la hora de ir a rezar al coro. En ese lugar tan especial va a pasar muchas horas intercediendo por tantas personas y causas que lleva en su corazón. También por todo aquello que a lo largo de su vida va a presentar al Señor desde ese rincón tan importante en todo monasterio: el coro bajo donde las religiosas elevan a Dios su oración.

El monasterio se queda atrás. Los familiares y amigos vuelven a sus casas. Aprenden bien el camino para cuando llegue el día de la visita. Las monjas acogen con delicadeza, ternura y amor sincero a esa joven que a partir de este momento se llama Carolina María de Jesús y San José. Su vocación es fruto del año dedicado a San José. ¡Sin duda!  Ha querido que el Carmelo de Tricio (La Rioja) cuente con una hermana más pasada la Navidad. El día ha llegado: 22 de enero de 2022.

Con Dios nada hay imposible, la vara de San José florece incluso en lo más crudo del invierno, cuando en el mundo hiela, pero en el corazón de la nueva postulante no hay nieve, ni hielo que le aleje de la plena felicidad: ¡Jesucristo! ¡Se encuentra llena del amor de Dios! ¡Enciende su corazón entregando todo al que ha puesto la mirada en ella!  ¡Está llamada a vivir una experiencia única en lo  más íntimo del alma! ¿Cuál? La que San Juan de la Cruz describe con sutileza en su Cántico espiritual:

 

 

Entrado se ha la Esposa

en el ameno huerto deseado,

y a su sabor reposa,

el cuello reclinado

sobre los dulces brazos del Amado.

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