Una ecuación con tres incógnitas
por Alfonso G. Nuño
[Una entrada del blog Siete en familia dio lugar a que hiciera un comentario que luego publiqué como entrada, lo que trajo una serie de preguntas nada inconvenientes de Mrs. Wells que trato de contestar]
Parafraseando a V. E. Frankl, diría que estamos ante una ecuación de tres incógnitas; una de ellas es Dios, la otra la persona digamos discente (x) y la otra la docente (y). La mayor incógnita es Dios, pues pese a no ser voluble, sino siempre fiel a sí mismo, es misterio absolutamente libre; cómo quiera actuar y lo haga es siempre para nosotros sorprendentemente maravilloso e inmensamente desbordante para cualquier comprensión.
Al tener tres en juego, nos encontramos también con una gran variedad de lenguajes. Dios le dice algo a x, que habla con y, el cual le contesta, lo que lleva a x a decir a Dios; pero y, a su vez, también habla con Dios. El decir puede ser muy variado, por hechos y palabras. En el caso de Dios, están también las mociones espirituales, que pueden ser interferidas por un intruso en la conversación; digamos -s, el malo de esta película. De ahí la importancia que tiene en el camino espiritual aprender a discernir cuál sea el lenguaje de Dios; el verdadero maestro lo conoce por experiencia y lo sabe enseñar. Las tentaciones más sutiles son las más peligrosas y el riesgo de caer está siempre ahí presente; aunque el crecimiento en la virtud haga que las probabilidades disminuyan, éstas no desaparecen del todo nunca.
Quién y cómo tenga que ser y depende de la situación en que se encuentre x. En éste, hay dos elementos a tomar en consideración: sus características personales y dónde esté en su camino espiritual. Esto último es lo más decisivo y nos definirá, en un primer momento, la otra incógnita, es decir, y.
Hablamos un tanto promiscua e indiscernidamente de director espiritual o, si preferís, de modo genérico. Pero habría que distinguir y especificar un poco.
La persona que acaba de estrenar su conversión, bien sea tras un período de alejamiento de la fe, bien tras años de vivencia casi en hibernación de la misma o con una deficiente iniciación cristiana, más que un director espiritual lo que necesita es un catequista y realizar, con otros catecúmenos, el catecumenado de adultos. Éste entendido en el sentido pleno de la palabra, aunque habrá muchas veces que haya que conformarse con algún sucedáneo. Dicho esto último no peyorativamente; en una situación de carencias, a falta de café, la malta se saborea con gusto.
Una vez concluido este tramo del camino, lo propio será tener un confesor, si es que todavía el combate central está situado en la consolidación del primer grado de humildad o no se haya dado aún la llamada a caminar hacia el segundo grado de humildad. Es decir, el paso de la meditación a la contemplación, el camino hacia la apatheia. Entonces es cuando se precisa lo que, con propiedad y en sentido estricto, habría que llamar director espiritual.
Distinto al confesor, que, además de sus funciones sacramentales, se centra en el afianzamiento en la gracia habitual y aconseja en el plano moral, y del director espiritual, cuya misión principal está en la educación de la atención interior, del discernimiento de las mociones espirituales y el adiestramiento en la guerra invisible contra los logismoi, es lo que podríamos llamar el consejero. Es decir, alguien a quién permanente o esporádicamente pedir consejo en cuestiones puntuales sobre los más diversos asuntos. Por ejemplo, esta entrada.
Al catequista se lo suelen asignar a uno, el confesor y el director espiritual lo elige uno. Para todo siempre es necesario pedir luz a Dios para dar con el más adecuado para uno, es decir, el que Él quiera. Pero el director acepta. El director, en el sentido que estoy aquí empleando, probará al candidato, para ver si está o no en la situación indicada, si Dios lo está llamando de verdad a ir por ahí o es un engaño en el que está x.
Por último, decir que hay veces que lo aconsejable es una psicoterapia. En esto y tiene que ser humilde y darse cuenta de que no es su competencia. Pero que x necesite un psicólogo, no quiere decir que tenga que prescindir de y. La cura médica no es incompatíble con la cura espiritual.
Si después de esto a alguien no le queda algo claro, habremos avanzado algo. Si a alguien le han surgido más preguntas, habremos aprovechado el tiempo. Y si alguien no está de acuerdo, que nos preste su mejor criterio. Todo esto dicho y hecho esperando que el lector tenga sentido del humor, que es donde se ve si alguien tiene más sentido de la analogía que de la cuadrícula.
Que Dios bendiga vuestra inmensa paciencia para conmigo.
Parafraseando a V. E. Frankl, diría que estamos ante una ecuación de tres incógnitas; una de ellas es Dios, la otra la persona digamos discente (x) y la otra la docente (y). La mayor incógnita es Dios, pues pese a no ser voluble, sino siempre fiel a sí mismo, es misterio absolutamente libre; cómo quiera actuar y lo haga es siempre para nosotros sorprendentemente maravilloso e inmensamente desbordante para cualquier comprensión.
Al tener tres en juego, nos encontramos también con una gran variedad de lenguajes. Dios le dice algo a x, que habla con y, el cual le contesta, lo que lleva a x a decir a Dios; pero y, a su vez, también habla con Dios. El decir puede ser muy variado, por hechos y palabras. En el caso de Dios, están también las mociones espirituales, que pueden ser interferidas por un intruso en la conversación; digamos -s, el malo de esta película. De ahí la importancia que tiene en el camino espiritual aprender a discernir cuál sea el lenguaje de Dios; el verdadero maestro lo conoce por experiencia y lo sabe enseñar. Las tentaciones más sutiles son las más peligrosas y el riesgo de caer está siempre ahí presente; aunque el crecimiento en la virtud haga que las probabilidades disminuyan, éstas no desaparecen del todo nunca.
Quién y cómo tenga que ser y depende de la situación en que se encuentre x. En éste, hay dos elementos a tomar en consideración: sus características personales y dónde esté en su camino espiritual. Esto último es lo más decisivo y nos definirá, en un primer momento, la otra incógnita, es decir, y.
Hablamos un tanto promiscua e indiscernidamente de director espiritual o, si preferís, de modo genérico. Pero habría que distinguir y especificar un poco.
La persona que acaba de estrenar su conversión, bien sea tras un período de alejamiento de la fe, bien tras años de vivencia casi en hibernación de la misma o con una deficiente iniciación cristiana, más que un director espiritual lo que necesita es un catequista y realizar, con otros catecúmenos, el catecumenado de adultos. Éste entendido en el sentido pleno de la palabra, aunque habrá muchas veces que haya que conformarse con algún sucedáneo. Dicho esto último no peyorativamente; en una situación de carencias, a falta de café, la malta se saborea con gusto.
Una vez concluido este tramo del camino, lo propio será tener un confesor, si es que todavía el combate central está situado en la consolidación del primer grado de humildad o no se haya dado aún la llamada a caminar hacia el segundo grado de humildad. Es decir, el paso de la meditación a la contemplación, el camino hacia la apatheia. Entonces es cuando se precisa lo que, con propiedad y en sentido estricto, habría que llamar director espiritual.
Distinto al confesor, que, además de sus funciones sacramentales, se centra en el afianzamiento en la gracia habitual y aconseja en el plano moral, y del director espiritual, cuya misión principal está en la educación de la atención interior, del discernimiento de las mociones espirituales y el adiestramiento en la guerra invisible contra los logismoi, es lo que podríamos llamar el consejero. Es decir, alguien a quién permanente o esporádicamente pedir consejo en cuestiones puntuales sobre los más diversos asuntos. Por ejemplo, esta entrada.
Al catequista se lo suelen asignar a uno, el confesor y el director espiritual lo elige uno. Para todo siempre es necesario pedir luz a Dios para dar con el más adecuado para uno, es decir, el que Él quiera. Pero el director acepta. El director, en el sentido que estoy aquí empleando, probará al candidato, para ver si está o no en la situación indicada, si Dios lo está llamando de verdad a ir por ahí o es un engaño en el que está x.
Por último, decir que hay veces que lo aconsejable es una psicoterapia. En esto y tiene que ser humilde y darse cuenta de que no es su competencia. Pero que x necesite un psicólogo, no quiere decir que tenga que prescindir de y. La cura médica no es incompatíble con la cura espiritual.
Si después de esto a alguien no le queda algo claro, habremos avanzado algo. Si a alguien le han surgido más preguntas, habremos aprovechado el tiempo. Y si alguien no está de acuerdo, que nos preste su mejor criterio. Todo esto dicho y hecho esperando que el lector tenga sentido del humor, que es donde se ve si alguien tiene más sentido de la analogía que de la cuadrícula.
Que Dios bendiga vuestra inmensa paciencia para conmigo.
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