Lunes, 25 de noviembre de 2024

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La otra pobreza que casi hemos olvidado

La otra pobreza que casi hemos olvidado

por Duc in altum!

La pobreza material es un problema muy complejo que requiere de una respuesta articulada. Como Iglesia, nos toca contribuir al generar obras que busquen la transformación de los sectores vulnerables tales como colegios o centros comunitarios; sin embargo, frecuentemente nos olvidamos de la otra cara de la pobreza; es decir, aquella de la que nace la injusticia social con todas sus consecuencias. Estamos hablando de la falta de fe. En cierta manera, antes que responder a la material, la Iglesia tiene que ocuparse, mediante la evangelización, de la carencia de rumbo que golpea a todas las edades, porque es de la conciencia que puede surgir tanto lo positivo como lo negativo. En efecto, la pobreza tiene muchas caras que deben ser atendidas, pero la interior debe ser prioritaria para la Iglesia, porque cuando se responde a ella con el empuje de la fe, inmediatamente mejora la capacidad de respuesta frente a los que se encuentran en el subempleo o el desempleo, pues como decía Santo Tomás de Aquino, la acción es el desbordamiento de la contemplación.

En los últimos años, los católicos hemos crecido en la conciencia de comprometernos con la erradicación de la pobreza material, lo cual, no tiene nada de malo, pues forma parte de las exigencias del Evangelio; sin embargo, hemos de reconocer que en el afán de responder a ella, nos hemos olvidado de la otra pobreza, la de la falta de espiritualidad, oración y vivencia de los sacramentos, al punto de que algunos cristianos creen que la Iglesia en las zonas de misión solamente debe ocuparse de los servicios sociales y no del anuncio de Jesús para no “molestar” a nadie, lo cual, es un error, porque la primera tarea de la Iglesia es dar a conocer la fe como tantas veces lo señalaba Pablo VI a quien el Papa Francisco cita con frecuencia, mostrándonos la actualidad de su mensaje.

La asistencia social de la Iglesia debe continuar y de ninguna manera puede caer en actos discriminatorios, pues su aporte tiene que ser para todas las personas sin importar en lo que crean; sin embargo, no puede reducirse el sentido de misión a una ONG. De ahí la necesidad de hacernos presentes en medio de la otra pobreza que, de hecho, se vuelve palpable en tantos jóvenes que, aún teniéndolo todo desde el punto de vista material, se sienten tristes o en las personas que por no encontrar un sentido recurren a la droga y diversos mecanismos que terminan por acabar con sus propias vidas y que comenzaría a resolverse si alguien les hablara oportunamente de Jesús con el ejemplo y la palabra.

Actualmente, pareciera que dedicarse a un apostolado intelectual o entre personas que ejercen un liderazgo es algo malo, incorrecto y que debiera erradicarse para irnos todos a las periferias geográficas; sin embargo, no hay que olvidar que la Iglesia también tiene que estar con aquellos que deciden y que, muchas veces, se sienten solos y confundidos al no contar con un acompañamiento adecuado por parte de nosotros (los católicos). Sin duda, la Doctrina Social de la Iglesia apunta hacia esa dirección y esto, lejos de alejarnos de los más pobres, nos acerca a ellos generando una nueva generación de políticos y empresarios que sean más sensibles a las injusticias, sin olvidar que dicha apertura solamente puede venir del encuentro con Jesús. Por eso, no solamente debemos de ocuparnos del plano sociológico, sino existencial, marcado por la evangelización. De poco sirve una parroquia con mucha asistencia humanitaria si en la dimensión espiritual está en ceros, porque tarde o temprano tendrá que cerrar sus puertas. Debe tener tanto espiritualidad como acción social. Por esta razón, hablamos de la otra pobreza que es muy común en los países secularizados. Por ejemplo, en Alemania la Iglesia es muy solidaria con las obras católicas en lugares empobrecidos, lo cual, se aprecia y valora, pero muy pocos de los que aportan tales sumas asisten a Misa un domingo. De ahí la necesidad de que, sin olvidarnos de las carencias materiales, volvamos a prestarle atención a la vida interior.

No se trata de dejar una cosa por otra. Antes bien, conocer a Jesús, tratarlo en la oración y en los sacramentos, para proyectarlo con acciones concretas que respondan a la pobreza de forma efectiva. En otras palabras, ni fe sin justicia; ni justifica sin fe, porque eso nos reduce a una ONG. Toca, en primer lugar, dar a conocer a Jesús. Luego, como consecuencia, el ayudar a través de diferentes iniciativas. De esa manera responderemos mejor a todos los tipos de pobreza, pero ya no como activistas, sino como bautizados, lo cual, cambia totalmente el paradigma y amplia los horizontes.

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