Domingo, 22 de diciembre de 2024

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La felicidad es incompatible con la mentira

por Guillermo Urbizu


Del engaño y de la filfa no puede venir nada bueno. Nada. Pensamos muchas veces que sí, que en esa puntual ocasión o en tal otra. Que es una oportunidad única, que es razonable no desaprovecharla o que ya no se volverá a repetir algo así en la vida. En nuestra vida, tan vulgar, tan poca cosa. Una vez, una vez sólo. Que si las medias tintas, que si la verdad a medias (resulta que la verdad es siempre una exageración o depende del cristal con el que se mira). Que tampoco se nota tanto ni es para tanto, o que ya son manías de fastidiar el día. Que hay que ser práctico oye, sin tantas disquisiciones e historias, sin imponer nada a nadie. ¡La dichosa conciencia! Y se suele hacer de la vida, o al menos se intenta, una añagaza para salirnos con la nuestra. No, no con lo mejor o con la verdad o con lo bueno. Con la nuestra. Tampoco hay que darle tantas vueltas. Nuestra voluntad del momento, eso es, y ya está. Mío. Mía. Esa es la felicidad que más fascina. Pero no. Lo que está mal está mal, y además nunca trae buenos resultados para el mañana, y ya no digamos para el alma. La mentira es sumamente volátil y sobre ella no se puede construir ni un atisbo de alegría. Ni de nada mínimamente serio. ¿Acaso no lo veis? La mentira es un avería moral, una estratagema del diablo (he mentado al diablo, horror, pero yo me tentaría el interior y borraría del mapa esa sonrisa socarrona). La mentira es una superchería que nos hace comulgar con ruedas de molino. Transigimos. Es más cómodo y además hasta podemos presumir de ello. Transigimos más todavía. ¿Somos hombres de mundo o definitivamente mundanos? Y seguimos transigiendo. Ya se sabe, hasta puede llegar a ser un buen negocio. ¡La dichosa conciencia! Todos los hombres queremos ser felices, porque todos los hombres deseamos a Dios. En cuanto el deseo se trastabilla y se encabrita en la soberbia (que es la versión más pulida de la mentira) perdemos el norte de Dios y por lo tanto de la vida. El alma no puede vivir de mentiras, ni de espejismos, ni de conjeturas, ni de caricaturas, ni de viento. No puede ser vendida a la vorágine del placer y de la posesión, que es lo que prima. Algo pasa por dentro. Algo nos pasa cuando rechazamos con premeditación la verdad y el bien. No puedo llegar a imaginar que ciertos hombres prefieran el Infierno. Ay, si fuéramos todos más sinceros con nosotros mismos, si tuviéramos reaños para reconocer que nuestra vida merece otros sueños, y no toda esta algarabía de idioteces.
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