El Papa acosado... ¿por escándalos?
por Marcelo González
A propósito del 5º aniversario de su pontificado y del coincidente cumpleaños del papa reinante, se batieron todos los parches de la prensa mundial con sonidos apocalípticos: “un papa acabado”, “acosado por escándalos”, “incapaz de gobernar”, etc. El lector ingenuo, el que lee título y portadilla y acaso uno o dos párrafos se lleva la impresión de que Benedicto XVI es un improvisado, que, además, sufre las consecuencias de su avanzada edad como la pérdida de lucidez intelectual y un cierto autismo.
A poco de ver el menú de críticas nos sorprende la extraordinaria univocidad de las acusaciones: en el tope ahora, “ocultamiento de casos de abusos”, ceder a las presiones de los sectores retrógrados, haber levantado las excomuniones de los lefebvristas y promover la misa en latín, haberse manifestado en contra de los profilácticos como contrarios a la moral y contraproducentes al fin que se les atribuye, haber declarado una especie de guerra cultural contra el Islam, no hacer lo que Hans Küng reclama como reformas necesarias para la Iglesia.
Una lectura sencilla y recta de los hechos da como resultado las siguientes conclusiones:
1) Benedicto fue quien propulsó la investigación enérgica de los casos de abusos, pero no aceptó la extorsión de los estudios jurídicos que montaron un magnífico negocio, particularmente en los EE.UU. sobre casos reales o presuntos, exprimiendo las arcas de los obispos. Es un tema que viene manejando desde que era Prefecto de Doctrina de la Fe, dicasterio que asumió la responsabilidad de investigar y castigar a los culpables, dándole al asunto una relevancia extraordinaria, puesto que el dicasterio competente sería naturalmente el del clero. Ya en 2001 él puso bajo su vigilancia personal estos asuntos y desde ese momento las denuncias de casos han disminuido. Lo que ha aumentado es el ruido mediático sobre casos reales o presuntos previos anteriores esas fechas y aún casos con más de 50 años de antigüedad, lo que, como se comprenderá, vuelve difícil la investigación, particularmente cuando los presuntos culpables han muerto. Difícil e inútil.
2) En cuanto a ceder a las presiones de los sectores “retrógrados”, asumiendo que esta denominación ideológica sigunifique algo más que una palabra descalificatoria, basta con leer la obra del Card. Ratzinger para ver que está poniendo en hechos lo que ha venido preconizando desde hace al menos dos décadas. La necesidad de detener los abusos litúrgicos (que parece a la prensa no le interesan en absoluto), las desviaciones doctrinarias pretextadas en el Concilio Vaticano II, devolver al sacerdote católico su identidad. Tender puentes a ortodoxos y anglicanos para salir del “dialoguismo” inútil e interminable en que se ha convertido el “ecumenismo” y pasar a los hechos concretos posibles. Claro, esto arruina el negocio de las comisiones de diálogo ecuménico de las que viven ingentes cantidades de parásitos. Además pone en blanco y negro que el diálogo ecuménico no tiene otro sentido que el retorno a la verdad plena de los que han caído en graves errores, como el cisma y la herejía.
3) Las concesiones a los tradicionalistas han sido: liberación de la Misa Tridentina, cosa con la que el Card. Ratzinger ha estado de acuerdo desde siempre. Y así ha votado cada vez que el Papa Juan Pablo II reunió cardenales para dictaminar sobre el tema. Levantamiento de unas excomuniones un tanto fuera de moda, atendiendo a que tanto a protestantes como a ortodoxos, por causas mucho menos graves, se les habían levantado. El establecimiento de un diálogo doctrinal, debido a los sectores tradicionalistas al menos como acto de ecuanimidad moral por los años en que todas las voces fueron escuchadas, menos las más tradicionales, que fueron silenciadas, a veces con saña.
Poner el acento en la liturgia y en la naturaleza del sacerdocio es vital para equilibrar la vida de la Iglesia. Sin un sacerdocio ministerial fuerte, lúcido y fervoroso solo puede esperarse un clero de burócratas y lamentablemente de viciosos, de los cuales, los que abandonan el sacerdocio al menos dejan de hacer y hacerse daño. Y los que quedan sirven para enlodar a los buenos sacerdotes y destruir la fe y la moral. ¿Como se podría prevenir más prudentemente el caso de los curas abusadores sino ejerciendo una vigilancia estricta de los candidatos y devolviéndoles a los clelrigos que quedan su identidad católica y su ideario de santidad? Pues esto ya lo hacía Ratzinger al imponer una normativa muy estricta para impedir el ingreso de homosexuales a los seminarios, y luego al lanzar una investigación, hoy todavía en curso, de todos los seminarios norteamericanos, y esto ya en funciones como Papa.
Cuando se lo acusa de rechazar los profilacticos, la anticoncepción, etc. se lo acusa de defender la doctrina moral de la Iglesia. Lo cual quiere decir, a los oídos de los católicos, que es una persecución por su firmeza en preservar lo que Cristo nos ha enseñado. Tampoco quienes invocan estas razones se acuerdan nunca de citar la opinión científica de los que realmente redujeron notablemente los índices de contagio del sida, como es el caso de Uganda, que ha sido acosada por dar este testimonio irrefutable de la verdad de las cosas. En Uganda se aplicó la doctrina de la Iglesia.
Finalmente, se pretende que el Papa adopte el programa de Hans Kúng como si el Hans Küng el Papa y no Benedicto. Es decir, se lo acusa de no hacer lo que opina un particular. ¿A qué gobernante del mundo se le imputa no llevar adelante las iniciativas de un particular con prensa? Aún desde el punto de vista meramente humano, simplemente de la lógica de la autoridad, ¿de qué modo podría el Papa fallar en su función de máxima autoridad de la Iglesia por no hacer caso a un opinólogo?
Pues esta escoria absurda constituye el núcleo de las acusaciones. Hay mucha calumnia insustentada por pruebas, ni siquiera indicios. Solo formulaciones y potenciales. Así pues, el papa debería renunciar, porque su desempeño sería el peor de la historia, y tendría la oposición de la mayoría de los católicos... en fin.
El Papa, a pesar de sus 83 años sigue con toda serenidad cumpliendo su plan de gobierno, madurado durante dos décadas y media de ocupar uno de los más altos rangos de la jerarquía vaticana y conocer al detalle la situación de la Iglesia en el mundo y su propia y desoladora división interna, que él se esfuerza por restañar y los medios azuzan con ferocidad.
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