La Cruz no es dolorismo
La Cruz no es dolorismo
por Duc in altum!
Decía San Juan de la Cruz: “No busquéis a Cristo sin cruz”. Es decir, “no pretendas vivir la fe sin las dificultades que forman parte de la vida”. No es exagerado decir que Jesús tuvo un buen sentido del humor y de la alegría. De hecho, es bueno recordarlo de vez en cuando, porque aunque pasó por la crucifixión, marcado por el dolor y la violencia, al final venció todo aquello y resucitó. Hay una escena de “La pasión de Cristo” (2004) dirigida por Mel Gibson, que lo ilustra perfectamente. Aparece Jesús bromeando con la Virgen. Se encuentran los dos en la carpintería de la casa. María, luego de preguntarle por el trabajo, le lleva una vasija con agua para que se lave las manos antes de comer y él la recibe entre risas, bromas y abrazos; es decir, con aprecio y profunda humanidad. Si bien es cierto que dicho pasaje no está narrado en los Evangelios, sin duda se acerca mucho a la realidad, porque los dos -madre e hijo- también sabían disfrutar del día a día. ¿A qué viene todo esto? Al hecho de que la Cruz no es algo dolorista o masoquista, como piensan algunos, sino un itinerario que, sin descartar los momentos difíciles, sabe apreciarlos como una serie de oportunidades para aprender, confiar y crecer.
La Espiritualidad de la Cruz no es una obsesión por el sufrimiento como si fuera algo deseable. Al contrario, vivirla, permite, aún cuando el panorama es gris tener motivos para mantener el ánimo, la fe y, por supuesto, la capacidad de adaptación, de salir de la zona de confort. Lo anterior, porque el Espíritu Santo entra en escena y le da un sentido cualitativo que evita que nos abandonemos a los límites de nuestras propias fuerzas cayendo en la depresión. Aceptar la cruz, implica reconocer que Dios nos acompaña y que solamente permite aquellas pruebas que podamos llevar. Es decir, le pone límites al dolor. ¿Cómo? Consolándonos en la oración y a través de las personas e incluso de las circunstancias que contribuyen a suavizar las cosas en lo que llegamos a la vida eterna.
No se trata de aguantarse, sino de buscar todas las vías éticas para salir del problema, del cuadro, del sufrimiento psicológico o físico, sabiendo que aquello que no podamos remediar, encontrará en el misterio de Dios una respuesta existencial que nos sostendrá. Y que, mientras esto sucede, toca ofrecernos junto con Jesús Sacerdote y Víctima en favor de los demás. No ofrecemos el “quedarnos de brazos cruzados”, sino que llevamos a cabo un acto de fe luego de haber agotado todas las opciones. Es ahí que el sentido de la cruz se vuelve camino de crecimiento y de salvación, porque el dolor que se ofrece cambia la historia, pues posee la capacidad de la incapacidad que se pone en las manos de Dios. Todo un salto de calidad en materia de fe que, por la acción del Espíritu Santo, transforma eficazmente la realidad personal y colectiva o social. Por eso, decimos con toda seguridad que la Cruz no es dolorismo, sino un camino abierto a la felicidad.