Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Falibles, erradores y erreros

por Alfonso G. Nuño

Sólo Dios es infalible. Todos los demás cometemos errores. Ni siquiera el Papa lo es, aunque goze de infalibilidad cuando proclame, por un acto definitivo, la doctrina sobre fe o moral (cf. CEC 891). Benedicto XVI, gran aficionado a la música, cuando interpreta alguna partitura al piano, se puede equivocar en la ejecución. Errar es algo muy humano.

Y también muy hermoso. Sin embargo, con frecuencia esto nos saca de nuestras casillas, nos despierta la ira, la tristeza, la desgana,... Ciertamente fruto de nuestra soberbia salpimentada con una educación perfeccionista, que no perfeccionante. Hemos de procurar hacer las cosas lo mejor posible, lo que no quiere decir que tengamos la pretensión de hacerlas "perfectas". Si así resulta al final, bienvenido sea y alabado sea Dios.

Los errores no nos deben quitar la paz. Errar no es lo mismo que hacer algo mal a sabiendas. Errar es expresión de nuestra limitación como seres humanos y, por eso, es algo hermoso. Los fallos nos recuerdan que solamente somos hombres y no dioses. Por eso, ante los errores, primero que rectificar en la medida que nos sea posible, debemos de darle gracias a Dios por ellos, pues son una ayuda para salir de nuestra soberbia y aprender humildad, que es aprender a ser hombres.

La perfección no está en hacer las cosas impolutamente ajustadas a un modelo previo. El evangelio, no lo olvidemos, cuando nos habla de ser perfectos como nuestro Padre celestial lo es, no lo dice en un contexto de cuadrícula obsesivo-compulsiva, sino al hablar del amor a los enemigos (cf. Mt 5,43-48).

Para hacer algo sin defectos, no solamente necesitamos gran pericia, sino que se den unas determinadas circunstancias que escapan a nuestro control. Si hacer algo inmaculado es difícil, hacerlo todo así es imposible. Es mucho más fácil, aunque exceda a nuestra capacidad, amar a los enemigos, porque para ello solamente necesitamos humildad para acoger la gracia divina y obrar conforme a ella. Amar a los enemigos es también un imposible, pero de otro orden.

Si eres un esclavo del perfeccionismo, levántate por la mañana dándole gracias a Dios porque te da un nuevo día en el que errarás, en el que puedes ser hombre.

Por cierto, si quienes se dedican a herrar son herradores o herreros, el que yerra, errador o errero. Vamos que el mundo es una errería en la que Dios fue carpintero.
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