¿Qué más queréis hacerle a Dios?
Derribar cruces, arrojarlas al vertedero, fusilar a Cristo, volarlo por los aires. No se inventa nada nuevo porque el odio es estéril, y su delirio deicida aburre a los abismos; el odio cansa con su monótono runrún criminal. El odio es viejo y nunca podrá ser nuevo. Es más viejo que el hombre y que el mundo. El odio no evoluciona ni aprende. El odio se vacía sobre sí mismo.
Y así, después de insultar a Dios y de escupirle a la cara; después de golpearle, torturarle y destrozar Su cuerpo a latigazos; después de atravesarle con clavos y crucificarlo ante la mirada prepotente, ilustrada, farisaica, legal, aviesa, ladina, cínica y traicionera de la élite, y de los rebuznos histéricos de la masa animal -perdón, queridos animales del mundo animal-; después de colgar de un madero infame al Hijo de Dios, digo, después de tanta miseria humana, de tanto odio cobarde (el odio es siempre cobarde); después de todo eso, ya veis, hoy mismo, queréis aún reventar por dentro la Cruz y reducirla a pedazos, como hicisteis pedazos de carne humana a los cristianos, y lo hacéis, hoy mismo, en Siria y en Corea, y en Madrid y en Barcelona y en Nueva York y en Londres y en Nigeria. El globo del odio global.
El odio cansa en su repetición asesina y el Amor perdona. El Cristo os perdona y nosotros, cristianos enteros -todavía- tenemos que perdonar vuestra cobardía y vuestra idiotez: el destino de la Cruz es la destrucción, como el destino del Cuerpo del Hijo de Dios es ser hecho pedazos. Trozos infinitos de Su carne que nos alimentan, todos los días, y nos nutren del Amor que hace falta para perdonar vuestro odio.
Las cruces, los pedazos de las cruces, son semilla de la Cruz. La tierra recibe por igual la sangre de los mártires y los despojos de la Cruz. Sangre que clama al Cielo; y sangre que el Cielo devuelve como lluvia limpia de cristianos nuevos. Pedazos de cruces que son, bendito milagro, semillas de incontables cruces vivas.
-El odio, escuchadme, no aprende estas cosas: las cruces tenéis que arrancarlas de nuestro corazón.
Os gustaría matarnos a todos los cristianos. A todos. A unos os gustaría porque molestamos al demonio del dinero, mammón; a otros, porque molestamos al demonio del aborto, abyzou; a otros, porque moloch se enfada; a otros porque el velo del Templo se rasgó para siempre; a otros porque Alá no es el Dios verdadero; a otros porque el comité central del partido no es el Dios verdadero; a otros porque el hombre no es el Dios verdadero; a otros porque Wall Street no es el Dios verdadero -y tampoco lo es el ebitda-; a otros porque el satán no es el Dios verdadero, y menos aún el lucifer iluminado, estrellado, acompasado, miope. A la mayoría porque ni piensan, ni sienten, ni padecen, ni saben, ni contestan y a vivir, fulanita, que son dos días y uno pasó ya.
El caso es que los cristianos en general, y los católicos en particular, hacemos a veces un triste papel como plañideras.
¿Ustedes rezan, hacen penitencia -de verdad, dura-, trabajan -duro, también-, apagan la televisión y las redes sociales; y vuelven a rezar?
Y los solteros, ¿llenan los monasterios y los seminarios? ¿Hacen lo mismo las solteras y las viudas? Y los casados ¿tienen tantos hijos como quiere Dios Nuestro Señor, y los educan ustedes en cristiano? Y los curas ¿confiesan y rezan más, y exponen el Santísimo? Y ya saben, mucho mejor que yo, ¿cómo va lo del cilicio y las disciplinas? Y los monjes ¿siguen la regla, sin rebajarla? ¿Y las monjas?
Y todos, ¿vamos a ayunar, esto es, a pasar hambre? No se muere nadie de eso ahora en este occidente obeso.
Ora et labora. La Cruz del corazón en pie siempre, ni un paso atrás. Este es el martirio que hace fecunda la queja.
La lotería de que nos toque el otro, el rápido martirio del balazo, del bombazo o del alfanje, es un regalo, sí, que no merecemos.
Por quejicas. Por tibios. Por burgueses.
Por españoles, en cambio, si lo somos como manda Jesucristo, Señor Nuestro, nos llegará sin tardanza.
Allí donde estén, crean y esperen.
Devs lo vult.