Dios en mí se despierta tan temprano
José Miguel Ibáñez Langlois
¡Cómo cuesta ser puntual con Dios y guardar cierta decencia! Tengo que mirar el correo, que no se me pase comprar el pan y llamar a la compañía del gas. Y ahora recuerdo que debo leer esta novela de Vila-Matas o esa otra de Naguib Mahfuz, o quizá escribir sobre la primavera. Vaya, bien, voy, un momento, ya casi está. Te acostumbras a Dios. Acabas dándole poca importancia. Espera unos minutos. Y quizá olvidas ese momento de oración (como suelo), y es que el teléfono no para de sonar. Quizá esta tarde después de comer. O después de la siesta, camino del trabajo, puedo ir hablando con Él. Pero resulta que me encuentro con dos o tres amigos. El mundo es un pañuelo. ¡Cuánto tiempo hacía! Vamos a tomar un café. ¿Y Dios? Mi mujer bien, gracias a Dios. Algo es algo. ¿Qué hace tu padre? Podríamos quedar a comer un día. Esta semana. ¿Mañana? Venga, vale. Invito yo. Adiós. A Dios.
Encontramos hueco para todo. Y nos conformamos con algún pensamiento superfluo. O un buen sentimiento. Dios me quiere mucho y ya sabe que no lo hago a mala idea. Sólo faltaría. Transcurre la jornada. Las cosas de Dios se hacen pesadas. ¡Tanto por hacer! Las cosas de Dios resultan monótonas. Un momento, me llama mi mujer. Las cosas de Dios no urgen tanto como las demás. Igual me acerco a misa de 8. Igual. Puede, no sé. Rezo un misterio del Rosario mientras voy a hacer unas fotocopias. Por mis tres hijos. Jueves. Misterios luminosos. El Bautismo de Jesús en el Jordán. En la cuarta avemaría me despisto en el escaparate de una librería o en las piernas de una fugaz mujer. Un poco más adelante ya he perdido la cuenta. Vuelta a empezar.
Padre nuestro que estás en el cielo… ¿Sí? Un momento Señor, otro más. Es un familiar. La verdad es que ya estoy un poco mejor. Me alegra tu llamada. Lo siento, tengo que hacer unas fotocopias. Ya hablaremos. ¿Y Dios? ¿Y la Virgen? Esta mañana eran las 12:00. Lo he visto muy claro en los dígitos del ordenador. El ángelus. Las 12:00. Estaba escribiendo. Si paro se me va la idea, la inspiración, la musa. Y no he parado. Una completa indelicadeza. Y una bobada. He preferido lo mío a la Mística Rosa. Y me llamo cristiano, y me creo que amo. Soy un ingenuo y un mal hijo. ¿Me fata voluntad y me falta orden? Es muy cómodo ser cristiano a medio gas. ¿Y dónde queda lo de ser santo? Recomenzar, tomarme en serio el amor de Dios, que me está esperando. Volver, reconocer el fiasco. ¿Por dónde empiezo?
Miro el crucifijo sobre mi mesa. Miro a Cristo, ante mí crucificado. Linchado, escarnecido, agonizante. Cada dos por tres repito aquellas palabras del centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. No soy digno, soy un completo fracaso. Había quedado Contigo y no he acudido. Y sigo leyendo los libros, o abro la ventana buscando en la inopia cualquier frenesí. Más o menos poético. Y se me caen de la boca místicos comentarios o sagrados conceptos. Para presumir. ¿Por dónde comienzo? Es tan poco mi amor, es tan escasa mi fe. Te miro en el crucifijo. En su envés leo: “¿Me amas?”. ¿Te amo? ¿Te amo de verdad? Pasan los días y me confieso de mi medianía, de mi indecisión, de mi pereza. Pasan los días y no pongo los medios ni acabo de tomarte en serio. ¡Cómo será mi amor que hasta la oración me aburre! O es que sólo hablo de mí, de mí, de mí. ¿Y Tú? ¿Por dónde comienzo Dios mío? ¿Por cuál de Tus llagas me abismo?
Comienza Tú por mí. En mí. Será lo mejor. Para Ti. Comienza Tú, por favor. Recomiénzame. De cuajo, aunque me duela. Ábreme el alma a Ti. Y así ser más consciente de mí, de los demás, de todo. En Ti, desde Ti. Quítame esta ceguera, aparta de mí esta densa tiniebla. Eres Dios, no permitas que bostece en Tu presencia. No permitas que me aleje ni siquiera una legua camino de los sueños de Emaús. Absuélveme de mi ignominia Dulce Rostro pascual, quítame de encima y de dentro esta lepra de mentiras que me ahoga. Recomienzo de nuevo. Otra vez. Hasta alcanzar la eternidad en Ti de todo lo que veo. Yo Te adoro, Jesús, yo Te adoro. Tú llenas mis manos vacías, Tú guías mis pasos perdidos. Recomienzo. Porque el amor -Tu Amor- no es nunca en balde. Y lo necesito.