Del poeta talaverano Pedro Jiménez de Castro
Stabat Mater...
Pedro Jiménez de Castro (1886-1938) publicó hace 90 años este poema. Apareció en El Castellano de Toledo el 27 de marzo de 1929, con motivo de los días de la Semana Santa. A su temprana muerte diversos diarios de la época lo reseñaron en sus páginas: Las letras talaveranas están de luto: ha muerto el poeta Jiménez de Castro, que durante más de un cuarto de siglo fue primerísima figura de los escritores, no solo talaveranos, sino toledanos, como demuestra la admiración y la aureola de que se vio rodeado sobre todo en los años de su mayor actividad literaria. Lo recordamos hoy, en estas horas de luto y esperanza, de la mano de María Santísima, nuestra Madre.
STABAT MATER
¡Miradla! Puesta de hinojos
ante el árbol del tormento
vierten lágrimas sus ojos,
contemplando el sufrimiento
del sol de su pensamiento.
¡Está sola! El Hijo amado
pendiente está de la Cruz;
ve su cuerpo amoratado,
sus dulces ojos sin luz
y transido su costado.
Y escucha el infame grito
de la maldita locura…
del pueblo que, sin delito,
condenó a su Hijo bendito
a tan horrible amargura.
¡El pueblo que su doctrina
con júbilo recibió
por lo hermosa y lo divina,
y gozoso le aclamó
cuando en la ciudad entró!
¡Pobre Madre! ¡Cuán profundo
es el pesar que padece!
¡Y en su corazón se acrece
viendo que el impío mundo
de Ella no se compadece!
¡Cuán acerbo es su dolor!
¡Cuán honda su soledad!
¡Y cómo el triste clamor
por el Hijo de su amor
se pierde en la inmensidad!
¡Pobre Madre! Qué amargores
su alma pura está bebiendo,
al ver a su Amor muriendo
y oír a los pecadores
de su Hijo maldiciendo.
En su loco desvarío
la plebe sigue gritando
y Ella, con acento pío
dice, al pueblo contemplando:
¡Ved si hay dolor como el mío!
¡Su dolor! Es tan inmenso
como inmensos son los mares;
tan profundo es, tan intenso
que el orbe queda suspenso
al mirar esos pesares…
Ella, la Madre más buena
la más santa, la más pura
rumia paciente la pena
que su alma invade, y que llena
su corazón de amargura…
¡Y nadie presta consuelo
a su corazón llagado!
Solo la tierra y el cielo
visten de luto y de duelo
por la muerte del Amado.
Que entre nubes se hundió el sol;
zigzagueó la centella,
y tras de la hermosa estrella
surgió el pálido arrebol
de la luna clara y bella…
Y en tanto, el pueblo deicida
ciego en su torpe delirio,
al que es Luz, Verdad y Vida
en su costado una herida
abrió para más martirio…
Herida de la que brota
sangre pura, inmaculada,
y de la que cada gota
es una rosa encarnada
por el amor perfumada.
¡Pobre Madre! Sola está
al pie del santo madero.
¿Y habrá corazón tan fiero
que a su lado no vendrá
con cariño hondo y sincero?
Yo en tu pena y tu dolor,
Madre, te acompañaré;
yo que, mísero y traidor
cuando demente pequé
a tu Hijo crucifiqué.
Yo que atravesé su frente
con punzadoras espinas
y que sus manos divinas
clavé con furor hirviente
y herí su pecho inocente.
¡Perdóname, Madre mía,
mi profunda ceguedad!
Hoy en tu amarga agonía,
en tu triste soledad,
a tu lado estoy, María.