La Vigilia pascual (o velar y orar según san Agustín)
La Vigilia pascual (espero que para todos fuera maravillosa, única, impactante, espiritual) transcurre en la noche de Pascua, asiste todo el pueblo cristiano como las vírgenes (Mt 25) con las lámparas encendidas aguardando a que su Señor vuelva para el banquete de bodas. Adelantar la Vigilia a la tarde, como una Misa vespertina del sábado por la tarde es desfigurar su sentido y su naturaleza; no digamos nada de los siglos en que se adelantaba a la mañana del Sábado Santo, convirtiendo éste en Sábado de Gloria y realizando lo nocturno por la mañana. ¡Menos mal que Pío XII reformó la liturgia!
San Agustín valoraba muchísimo la Vigilia pascual, explicaba su sentido, animaba a vivirla con pleno sentido espiritual. Por ejemplo, el sermón 223 I habla de "Velar en la luz", y explica el simbolismo de la hora nocturna, de la oración, las lecturas y cantos.
Sírvanos sus palabras de mistagogia ahora que hemos vivido nuestra Vigilia pascual anual, con el deseo de vivirla otro año más, con más sentido, y convirtiéndola en centro del año litúrgico para la vida personal, así como para la vida de la parroquia o del Monasterio.
"Esta solemnidad tan grande y tan santa nos exhorta, amadísimos, a velar y a orar. En efecto, nuestra fe está en lucha contra la noche de este mundo a fin de evitar que nuestros ojos interiores se duerman en la noche del corazón. Para no caer en este mal oremos con las palabras leídas y digamos al Señor, nuestro Dios: Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte, no sea que pueda decir mi enemigo: "He prevalecido sobre él". Este enemigo es aquel que ha manipulado a los insensatos judíos, como si fueran sus propios instrumentos y armas, contra nuestro Señor Jesucristo; pero no prevaleció contra él. Los enemigos de carne se creyeron haber prevalecido, pero en ellos fue derrotado el enemigo espiritual. El espíritu impuro fue vencido con una víctima de carne pura, y en el mismo hecho de inflamar a los hombres para que hiciesen públicamente lo que quisieren, de forma oculta sufrió él lo que no quería, pues dando muerte a Cristo derramó la sangre mediante la cual habrían de revivir aquellos a quienes él dio muerte.
Pero ni sisquiera lo puede contar entre los muertos. Se dolió, en efecto, de ver asociados a la resurrección de Cristo a quienes quiso asociar a su muerte. En esta vida celebramos la muerte de aquel cuya vida esperamos para después de esta muerte. Así, pues, traigamos a la memoria la humildad de nuestro Señor Jesucristo mediante nuestra propia humildad.
Velemos humildemente, oremos humildemente, con fe devotísima, esperanza firmísima y caridad ardentísima, pensando en el día que ha de poseer nuestra claridad si nuestra humildad convierte la noche en día. Dios, por tanto, que dijo que la luz brillase en medio de las tinieblas, hágala brillar en nuestros corazones para hacer interiormente algo semejante a lo que hemos hecho con las antorchas encendidas en esta casa de oración. Adornemos con las antorchas de la justicia la auténtica morada de Dios, nuestra conciencia. Pero no lo hagamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros, teniendo su promesa en las palabras del profeta: Hará brotar como una luz tu justicia.
Y velando de esta forma no temeremos ni el pavor nocturno ni lo que ronda en las tinieblas, y, cuando pasen las peligrosas bestias de la selva reclamando de Dios su comida (Cf. Sal 103), no nos entregará como presa a ninguna de ellas quien por nosotros entregó a su Hijo único".