Miércoles, 30 de octubre de 2024

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¿NAVIDAD O NAVIDADES?

¿NAVIDAD O NAVIDADES?

¿NAVIDAD O NAVIDADES?

por Por mí, que no quede

Estos días he tenido un sueño que me ha producido una desazón y angustia enorme. Estaba contemplando, en medio de un silencio elocuente, un humilde portalito situado en un rinconcito de una iglesia románica. El frío ambiental me obligaba a cruzar los brazos e intentar recogerme físicamente, como si fuera la expresión del recogimiento interior. Protegido por las piedras centenarias del templo, me envolvía una sensación de paz y seguridad.

De repente, un ruido ensordecedor proveniente del exterior inundó las naves del templo, seguido de una apertura inaudita de las puertas.  Como                   si fuera un alud, un numeroso gentío, acompañado de luces y sonidos, invadió el templo que ahora ya no parecía el mismo sino un habitáculo festivo como otros muchos que hay en cualquier pueblo o ciudad.  No pude más que buscar un hueco al lado del belén y observar lo que ocurría.

Luces de mil colores que se y encendían y apagaban, neones formando siluetas que a duras penas sugerían estrellas, copos de nieve, árboles alpinos o vete tú a saber qué. Una música festiva, algunos de cuyos acordes rememoraban antiguos villancicos, pero cuyas letras solo expresaban en el mejor de los casos, algunos pobres y tópicos deseos. La pequeña iglesia comenzó a llenarse de gente que cantaba y bailaba: unos disfrazados con vestidos rojos y barbas blancas, otros con cuernos de renos, incluso algunos disfrazados de estrella etc. Todos parecían contentos, aunque intuyo que no felices ya que no acerté a ver el brillo de los ojos en ninguno de ellos.  Cada uno llevaba uno o varios paquetes y bolsas como si hubieran ganados trofeos. Saltaban, cantaban y bailaban más atentos a hacerse notar que a expresar el motivo de su júbilo.

La turba avanzó como una lengua de lava, arrasando todo a su paso. Acerté a ver un lema iluminado que portaban: felices fiestas, pero no supe adivinar qué celebraban: la batalla del consumo, el fin del otoño o que la rueda astral permitía que los días empezaran a alargase.  Algunos parecían cantar, feliz navidad, pero sin mucho convencimiento.

Me invadió el temor a que arrollaran el portal. Afortunadamente, pasaron junto a él ignorándolo. Alguna mirada vi de soslayo con un cierto atisbo de nostalgia. Nadie se detuvo. El portalito permanecía sencillo, débil pero firme, como si un manto invisible lo cubriera impidiendo que el ruido rompiese el silencio, que la riqueza de luces acabase inundando la pequeña luz cálida que brotaba del fuego encendido o que la abundancia de paquetes, bolsas y regalos acabase con la pobreza y austeridad que desprendía el pequeño portal.

Una vez pasado el bullicio volví a contemplar el portal con ternura y agradecimiento. Un ambiente de silencio, pobreza, soledad e incomodidad imperaba la escena. Todo aquello que el ambiente exterior teme.

Pero en el centro, el Niño Dios daba sentido a todo, como si esas carencias fueran ceros que poniendo el uno por delante adquieren un inmenso valor. Miradas comprensivas, ausencias de quejas, entrega silenciosa, alegría confiada…, todo generaba una felicidad serena y confiada. El portal no tenía puertas, estaba abierto a todo el mundo.

Dios se hace Niño, eso es la Navidad, una locura de amor que rompe todos los esquemas de la razón y del mundo actual, por ello no es de extrañar que la sociedad haya destruido – deconstruido, dicen algunos-, la Navidad para crear unas nuevas “navidades”.

En el portal de Belén brillan los antivalores de la sociedad actual, la que hemos construido los hombres creyéndonos dioses. Sobra soberbia, narcisismo, violencia, resentimiento, envidia, consumismo, manipulación, engaños…

Belén es la encarnación de todas las virtudes que hacen al hombre mejor y que permiten una sociedad amable, alegre, justa y solidaria. Pero tanto ruido, tantas prisas, tantos sucedáneos de felicidad nos impiden contemplar la auténtica Navidad.

Entendí el mensaje de mi sueño: las navidades no podrán nunca acabar con la Navidad porque la Encarnación es para siempre. Hay esperanza: solo se necesitan contemplativos del portal que ayuden a transformar el mundo empezando por el rincón donde habitan.

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