Cuatro laicas adolescentes que tuvieron fama de santidad
Por Yasmín Oré / Fuente: https://catolicasvirtuosas.blogspot.com/
Hace unos días se celebró la beatificación de Carlo Acutis, un adolescente de 15 años que vivió en nuestros tiempos y que a pesar de su corta edad, practicó las virtudes y la continua asistencia a los santos sacramentos. Por ello, también veo necesario conocer la biografía de estas cuatro chicas adolescentes que murieron con fama de santidad que vale la pena leer, con el fin de imitarlas o pedir su intercesión:
Beata Laura Vicuña
Nació el 12 de abril de 1891 en Santiago de Chile. Sus padres eran José Domingo Vicuña y Mercedes Pino. Su padre era un simple soldado que cumplía sus funciones de manera entregada.
Luego del nacimiento de la segunda hija, Julia Amanda Vicuña, José Domingo (el padre) falleció, dejando a su esposa y a sus hijas sin fondos, sin un futuro claro u horizontes que pudiesen seguir, además del riesgo que implicaba llevar el apellido Vicuña. Por ello decidieron ir a Argentina para ocultarse durante un tiempo, mientras terminaban los conflictos en Chile. Mercedes y sus hijas se establecieron en las proximidades de Neuquén. Luego, se trasladaron a orillas del Río Quilquihué en el boliche que él poseía, donde se encontró con Manuel Mora. Este personaje maltrató a la madre de Laura, presionándola para que la atendiera como una esposa, pero sin mediar un compromiso formal entre ambos. A cambio de ello, él costearía los estudios de sus hijas, y ella permanecería con él. Es así como Laura ingresa al colegio "Las Hijas de María Auxiliadora", que pertenece a la Congregación Salesiana, donde fue instruida tanto en lo cultural como en lo cristiano. Durante una de sus vacaciones escolares, Laura sufrió dos violentos ataques por parte de Manuel, quien buscaba doblegar su voluntad. Como no logró su objetivo, Manuel Mora se negó a seguir costeando los gastos de los estudios de las niñas. Sin embargo, el colegio solucionó el problema permitiendo que Laura siguiera estudiando gratis. A pesar de esto, Laura pensaba que la situación de su madre no había mejorado, sintiendo que no había hecho nada por ayudarla.
Un día, y recordando la frase de Jesús: "No hay muestra de amor más grande que dar la vida por sus amigos", Laura optó por pedir a Dios la salvación de su madre a cambio de su propia vida. A los pocos meses cayó enferma, empeorando su salud conforme avanzaba la enfermedad. En una visita de su madre, Mora la agredió dejándola herida en su cama.12 La vida de Laura se iba apagando: “Señor, que yo sufra todo lo que a ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve”.
Antes de morir, Laura le pidió a su madre:
Muero. Yo misma se lo pedí a Jesús, hace dos años que ofrecí mi vida por ti, para pedir la gracia de tu conversión. Mamá, antes de morir ¿tendré la dicha de verte arrepentida?
Doña Mercedes, con los ojos en llanto, le respondió diciendo:
Te juro en este momento que haré cuanto me pides. Estoy arrepentida. ¡Dios es testigo de mi promesa!
Laura dijo al sacerdote que la asistía, y luego a su madre:
Padre, mamá promete en este momento abandonar a aquel hombre; sea usted testigo de su promesa [...] ¡Gracias, Jesús!, ¡Gracias, María!, ¡Adiós, Mamá!, ¡Ahora muero contenta!
Así, el 22 de Enero de 1904 fallece a la edad de 12 años.
Su proceso de beatificación fue impulsado por la atribución a Laura de un milagro en favor de la religiosa perteneciente a la Congregación de las Hijas de María Auxiliador. Esta religiosa estuvo afectada por problemas en sus pulmones, provocando que fuese bastante delicada de salud. El 3 de setiembre de 1988 fue beatificada por el papa San Juan Pablo II, en medio de las celebraciones del centenario de la muerte de San Juan Bosco.
Beata Chiara Badano
Chiara Badano nació el 29 de octubre de 1971, siendo sus padres Ruggero y María Teresa Badano en el pequeño pueblo de Sassello, Italia. La pareja esperó y rezó durante once años antes de poder tener a Chiara. La consideraban su más grande bendición. Mientras Ruggero trabajaba conduciendo camiones, Maria Teresa permanecía en casa criando a Chiara. Intentó enseñar a su hija a amar y servir a aquellos que padecen necesidad. Cuando estaba en jardín de infantes, Chiara ahorraba su dinero para donarlo a las misiones de África. En la escuela primaria, siempre solía regalar su almuerzo a algún compañero menos afortunado. Incluso cuando su madre comenzó a mandarla a la escuela con dos almuerzos, Chiara simplemente regalaba los dos. Chiara creció con una relación fuerte y saludable con sus padres, pero no siempre les obedecía y peleaba con ellos ocasionalmente. Ya a temprana edad, un poco más de 9 años, es atraída por la novedad de la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich (Movimiento Focolares).
Durante el verano de 1988, cuando tenía 16 años, Chiara tuvo una experiencia que le cambió la vida en Roma con el Movimiento de los Focolares. Le escribió a sus padres, «Este es un momento muy importante para mí: es un encuentro con Jesús Abandonado. No ha sido fácil abrazar este sufrimiento, pero esta mañana Chiara Lubich explicó a los niños que debemos ser la esposa de Jesús Abandonado».
A esa misma edad, la vida de Chiara sufriría un nuevo cambio, esta vez debido a la enfermedad. Chiara sintió un dolor punzante en el hombro mientras jugaba tenis. Al principio no le dio mayor importancia, pero cuando la presencia de este dolor se prolongó misteriosamente, se sometió a una serie de pruebas. Los médicos descubrieron que tenía una forma de cáncer óseo poco usual y sumamente doloroso, osteosarcoma.
A lo largo del tratamiento, Chiara se negó a tomar morfina para poder estar consciente. Sentía que era importante conocer su enfermedad y dolor de forma tal que pudiese ofrecer su sufrimiento. Dijo, «Reduce mi lucidez y hay una sola cosa que puedo hacer ahora: ofrecer mi sufrimiento a Jesús porque quiero compartir su sufrimiento en la cruz lo máximo posible». Chiara fue capaz de dar testimonio a sus padres, amigos y médicos del hospital de Turín. Uno de sus doctores, el Dr. Antonio Delogu, dijo, «A través de su sonrisa, y sus ojos llenos de luz, nos mostró que la muerte no existe; sólo la vida». Una amiga del Movimiento de los Focolares dijo, «Al principio pensábamos en visitarla para conservar su buen ánimo, pero muy pronto entendimos que, de hecho, nosotros éramos quienes la necesitábamos. Su vida era como un imán que nos atraía a ella».
Antes de morir, le dijo a su madre, «¡Oh Mamá, los jóvenes... los jóvenes... son el futuro. Ya no puedo correr más, pero cómo me gustaría poder pasarles la antorcha, como en las Olimpíadas! Los jóvenes tienen tan sólo una vida y vale la pena vivirla bien». Durante sus horas finales, Chiara realizó su última confesión y recibió la eucaristía. Acompañada por su familia, rezaron juntos «Ven Espíritu Santo». Chiara Badano murió a las 4:00 de la madrugada del 7 de octubre de 1990, acompañada de sus padres. Sus últimas palabras fueron «Adiós mamá, sé feliz porque yo lo soy».
En diciembre de 2009, el Papa Benedicto XVI reconoció el milagro de un joven italiano cuyos padres pidieron intercesión a Chiara para curarlo de meningitis, enfermedad que estaba destruyendo sus órganos. Los médicos no pudieron explicar su súbita recuperación. Chiara Badano fue declarada “Beata” de la Iglesia Católica el 25 de septiembre de 2010 en el Santuario de Nuestra Señora del Divino Amor.
Venerable Montse Grases
Montserrat Grases nació en Barcelona en 1941, en una familia católica de gran religiosidad, y que contaba con ocho hijos. Sus padres le enseñaron a rezar con confianza y a preocuparse por los demás. Desde pequeña, cada noche pedía: «Dios mío, haznos buenos, a Enrique, a Jorge y a mí». Con el nacimiento de nuevos hermanos esta oración se fue alargando. En la familia, Montse asimiló algunos de los rasgos de su carácter: la alegría, la sencillez, el orden, el olvido de sí y la preocupación por los demás.
Con unas compañeras de escuela, visitaba a los pobres de los suburbios, daba catequesis a niños y, en ocasiones, les llevaba juguetes o caramelos. Por ejemplo, cuando cooperaba en las cuestaciones de la Cruz Roja, era la que colocaba más banderitas, porque se presentaba puntualmente y colaboraba hasta el final.
Al llegar a la adolescencia, su madre la animó a frecuentar un centro del Opus Dei, donde se ofrecía formación cristiana y humana a chicas jóvenes. De este modo natural, se esforzó por mejorar su carácter, ser más piadosa y acercar a los demás al amor de Dios. Poco a poco se dio cuenta de que Dios le dirigía una llamada personal y, el 24 de diciembre de 1957 tras meditarlo con calma y pedir consejo, solicitó ser admitida en el Opus Dei. Experimentó un inmenso gozo espiritual en la entrega generosa al Amor: era un don del Espíritu Santo que la acompañó hasta el final y que supo contagiar a su alrededor.
Durante una excursión con un grupo de amigas en La Molina, en el invierno de 1957 a 1958, se cayó. A pesar de no dar importancia a la caída fue al médico, pero el dolor siguió aumentando hasta que medio año después, en junio de 1958, le fue diagnosticada sarcoma de Ewing en la pierna, una enfermedad incurable y mortal a corto plazo. Hizo 30 sesiones diarias seguidas de radioterapia. La enfermedad le provocaba dolores intensos que asumía con fortaleza, alegría y resignación. Montse transmitía paz en la enfermedad y la muerte, porque pensaba en la cruz de Jesús y en María santísima. Cuando ya no podía salir de casa, recibía numerosas visitas. Lo extraordinario de Montse en esas circunstancias era precisamente su normalidad: evitaba ser el centro de atención o que la compadecieran; al contrario, se interesaba por las necesidades de los demás. Los que estuvieron cerca de ella fueron testigos de su progresiva unión con Dios y de que transformaba el sufrimiento en oración y en apostolado.
Murió en Barcelona el 26 de marzo de 1959. Según los testigos, murió serenamente mientras decía: "Virgencita: ¡Cuánto te quiero! ¿Cuándo me vendrás a buscar?".
El 26 de abril de 2016, el Papa Francisco, con el voto favorable de la Congregación de las Causas de los Santos, autorizó que se publique el decreto por el que se declara venerable a Montse Grases.
Venerable Alexia Gonzales-Barros
Nació en Madrid el 7 de marzo de 1971 y fue la menor de siete hermanos. Sus padres, Francisco y Moncha, vivían la fe cristiana con naturalidad. Desde los 4 años fue alumna del colegio Jesús Maestro, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, donde se la recuerda mucho y en cuya capilla solía rezar a diario. Al cumplir 8 años, hizo su primera comunión en la iglesia de Santa María de la Paz, en Roma, y durante ese viaje familiar consiguió saludar a san Juan Pablo II y al beato Álvaro del Portillo. Durante el bachillerato, comenzó a acudir también a un centro juvenil del Opus Dei, donde participaba con sus amigas en las catequesis y en otras actividades de carácter cultural y espiritual.
A la edad de 13 años, se le diagnostica una enfermedad incurable llamada sarcoma de Ewing. Las operaciones y los procesos de recuperación iban acompañados de grandes dolores. Ella edificaba a todos con su paz y su capacidad de mantener y transmitir alegría en medio de la enfermedad. Ofrecía sus dolores y sufrimiento por la Iglesia y por sus familiares y amigos. Hasta los últimos momentos repetía con frecuencia aquella jaculatoria que solía usar cuando se encontraba ante el sagrario, para saludar al Señor: “Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras”.
Muere a la edad de 14 años. Desde 2004 su cuerpo descansa en la madrileña iglesia de San Martín de Tours. El sepulcro de Alexia se encuentra en el primer tramo de la nave lateral izquierda, bajo un óleo que representa a la Virgen adolescente, leyendo en compañía de sus padres, san Joaquín y santa Ana. Desde entonces acuden hasta allí numerosos amigos y devotos, para pedir su intercesión ante el Señor.
Fue declarada venerable por el Papa Francisco el 4 de julio del 2018.