Roma - FSSPX: ¿Clima de Tensión o coincidencias positivas?
por Marcelo González
La Agencia católica APIC, en despacho del 20 de marzo hace referencias a las dificultades que se presentan para la continuidad de las discusiones teológicas entre la Santa Sede y la FSSPX. Según esta versión, la intransigencia de los tradicionalistas habría descorazonado a los romanos.
Comentando este despacho, la web Osservatore Vaticano desmiente la especie y afirma que el diálogo transcurre entre positivas coincidencias, a pesar de que al comienzo se haya pedido a la FSSPX que reformulara ciertas apreciaciones con mayor precisión, para descontaminarlas del lenguaje habitualmente confrontativo que ha dominado el discurso de la Fraternidad.
Dicho de otro modo, en la tribuna se habla con mayor imprecisión que en la comisión doctrinal y esa carga acusatoria muchas veces no precisada en sus fundamentos o fundamentada de un modo general, no sirve para la discusión exacta que se necesita en una comisión teológica.
Máxima discreción
Como casi nada se sabe de lo que pasa en estas reuniones, salvo que son ellas puntillosamente documentadas por medio de video, audio y versión dactilográfica posterior, debidamente aceptada por ambas partes, todo lo que se ha dicho es mayormente conjetura.
Sin embargo, a la hora de conjeturar es posible arrimar determinadas hipótesis plausibles. Y esto es lo que han hecho APIC por un lado y Osservatore Vaticano por otro: han visto dos posibilidades distintas y contrarias.
Mi opinión, también en grado de hipótesis, es que la situación es intermedia, con algo de lo que dice APIC y otro tanto del Osservatore, con más un plus que intentaré expresar.
No es plausible sostener que la FSSPX haya de “morigerar” sus críticas a los puntos ya expresados de doctrina en los que consideran el CVII ha incurrido en errores. Si es plausible y deseable que haya preparado sus exposiciones con la mayor precisión teológica.
Ahora bien, como el punto más irritante de esta cuestión no es una disputa sobre estátus canónico (sobre lo que se podría y se ha ofrecido de hecho, hacer concesiones de mutua conveniencia) ni sobre agravios personales, sino sobre unos principios doctrinales afincados, según Roma en la falsa interpretación del Concilio y según la FSSPX en la letra del Concilio mismo, es inevitable que una de las partes ceda algo fundamental de su posición o se rompa el diálogo.
A saber, o Roma reconoce que el Concilio falló en temas de doctrina y que hay que enmendar esta falla, o la FSSPX repliega la bandera doctrinal de toda su existencia y se conforma con una victoria litúrgica.
Sin embargo, el problema es más intrincado aún: porque por un lado Roma, o el Papa, ha dado pasos importantísimos para la restauración del culto, pasos prácticos valientemente sostenidos, pero, sin embargo, sigue sosteniendo también el enfoque general de la liturgia nueva, con salvedades. Descontados los abusos que son evidentes, para Roma, la Reforma, que necesita ser reformada, no ha introducido una nueva teología (la Teología del Misterio Pascual) sino enfatizado aspectos que ya estaban implícitos en la liturgia tradicional.
Es un sutil afinamiento de distancias que no llega a salvar el abismo: dice el papa “súmese el desorden litúrgico, las malas traducciones, los abusos, y réstese esta diferente forma de poner el acento en las cosas, y estamos en lo mismo”.
Sin embargo, la FSSPX y un conjunto de especialistas de distinta extracción han procedido de un modo mucho más cauteloso que los Cardenales Bacci y Ottaviani, quienes se conformaron con mejorar la definición de la Misa Normativa a cambio de arriar la bandera de la protesta litúrgica.
Hoy en día, la “Teología del Misterio Pascual” está demasiado estudiada y esvicerada como para reducirla a un problema de mala aplicación. En este sentido, la intransigencia de la FSSPX, en mi opinión, es absoluta.
Otros puntos menos cercanos aún
Pero los romanos son incansablemente optimistas, dicen los que saben, y el Papa está decidido a encontrar una solución. Aunque es el mismo Papa quien no se baja del Concilio, del laicismo “aceptable” ni de la “libertad religiosa”. Es decir, lo que podría ser no digo, convenido pero sí postergado, en cierto modo inevitablemente, porque no cabe esperar ni una derogación del Novus Ordo ni una avalancha (aunque sí un crecimiento importante) de la Misa Tradicional, hecha ya la reivindicación de la liturgia romana de todos los tiempos, no puede serlo en las materias de tanta gravedad como las que se han citado, máxime cuando el Propio Papa reafirma su valor en forma frecuente y lo sostiene con gestos indubitables, como la visita a la Sinagoga de Roma y más recientemente a la comunidad luterana de la misma ciudad
Por otra parte, en pro del buen término de estos encuentros, hay que analizar, por ejemplo, la actitud absolutamente intolerante (e intolerable) de ciertos grupos (cristianos o judíos) que después de la visita pontificia de enero, amenazaron al Papa con cortar toda relación si él insitía en prestarle oído a los lefebristas. “Ellos o nosotros”. De modo que si de intransigencia se trata, el Papa deberá optar, y esto implica una reformulación del rumbo, más allá del resultado informado sobre papel de las conversaciones doctrinales.
Además, en la interna eclesiástica entre neomodernistas extremos y conservadores, el peso de la FSSPX es un elemento político de balance que tamoco hace fácil las cosas al Pontífice, porque cortar estas conversaciones solo potenciaría la insolencia de los obispos en rebeldía, con el plus del “pase de factura” por lo actuado “sin resultados”. Un pase de factura hipócrita, porque bien lo celebrarían, pero que puesto en lenguaje romano será muy costoso de asumir: tanta concesión ¿para qué? Es lo mismo que le dicen al Papa los tradicionalistas respecto del diálogo interreligioso.
Así pues, mientras viva este Papa, seguramente no habrá ruptura hostil de las reuniones, por ninguna de las partes. De la parte Romana, por lo dicho recién. De la parte tradicionalista, porque estas reuniones constituyen la más alta tribuna en la que han sido escuchados sus reclamos. Los cuales, por el hecho mismo de ser escuchados y prolongarse en el tiempo, adquieren una legitimidad que difícilmente pudieran tener a los ojos de los católicos de otra manera.
Porque, en definitiva, una ruptura vuelve todo a cero dado que quien decide aquí es el Papa. El resto de la Iglesia solo puede aconsejar, exhortar, señalar, protestar o irse. Lo que no puede hacer nunca es decidir. La autoridad suprema, por misterioso designio de Cristo, se concentra en la voluntad de un anciano de 83 años, que ha visto demasiadas cosas en su larga vida como para arriesgar su salvación eterna por unas ilusiones de juventud.
A mi ver, hay reuniones para rato, o hay un pacífico tiempo de meditación, pero no ruptura.