Celibato opcional
por Alfonso G. Nuño
Los reprobables casos de pederastia en el clero e instituciones de la Iglesia en Irlanda y Alemania han dado ocasión a los defensores del celibato opcional para volver a las primeras páginas. Indudablemente estos casos dan lugar a análisis desde muchos puntos de vista, no puedo tratar todos. Algo quiero destacar antes de empezar con la cuestión central de la presente glosa a esta realidad; es un problema que cuestiona profundamente no lo esencial de la Iglesia, pero sí el cómo de hecho está en este aquí y ahora y es una ocasión de renovación y reforma serias. Estoy convencido de que el Espíritu Santo está soplando fuerte para que nosotros, secundándolo, saquemos un gran bien. Vayamos a lo que ahora nos interesa.
La expresión que se suele utilizar es la que da título a estas líneas. Pero, claro, cuando se habla de opción hay que preguntarse quién es el que opta. Y aquí está una de las claves, no solamente de esta cuestión concreta, sino también de todo nuestro momento. Se suele dar por supuesto que quien opta es la persona concreta, la que tiene que decidir si quiere ser un sacerdote célibe o no. Mas esto permitidme que lo ponga en duda. Quien opta por el celibato es la Iglesia.
¿Entonces dónde está la libertad del hombre concreto? Aclaremos confusiones. Nuestra cultura –y estamos muy contaminados por ella, nuestras estructuras pastorales son muy permeables– tiende a absolutizar al sujeto individual. La vocación al sacerdocio –perdonadme si caricaturizo un poco– es algo que siente cada quisque, es algo suyo, entre él/ella y Dios, y los demás hemos de respetar su experiencia subjetiva que se convierte en un dato objetivo e incontrovertible para los demás; el siguiente paso es considerar que uno tiene un derecho, en este caso, a ser sacerdote. Y, como quiera que es algo mío, puedo decidir sobre ello, si quiero vivirlo en celibato o no, si durante un tiempo, por siempre, intermitentemente, etc.
¿Es todo el problema este, más que antropocentrismo, ego-centrismo? La vocación tiene evidentemente un componente subjetivo y personal. Hay una llamada –vocación– a la que libremente ha de responder alguien, pero esa llamada está mediada por la Iglesia. Si esto no se da, habrá ciertamente una experiencia subjetiva, pero propiamente no podemos hablar de vocación. Ahora bien, la llamada es a alguien y para algo.
Y aquí viene lo opcional del celibato. ¿A quién se llama? Se suele creer que hay una llamada al sacerdocio y luego, como algo sobrevenido que se puede aceptar con mayor o menor alegría, con mayor o menor resignación, el celibato, no pocas veces entendido como un peaje que hay que pagar. La liturgia es elocuente. Primero se hace la promesa de celibato y posteriormente se ordena al que ya es, en ese momento, célibe. La opción por el celibato es de la Iglesia en cuanto ella decide ordenar solamente célibes en el rito romano.
Evidentemente hay opción por el celibato en el candidato, pues hay una llamada a ser célibe y decide libremente serlo o no. Si no se tiene esa vocación –que como todas hay que discernir, cultivar y formar– es algo temerario aspirar al sacerdocio en el rito romano. Pero la opción no está en si el sacerdocio será en celibato o no, ni siquiera creo que debería consistir simplemente en aceptarlo como una carga impuesta para poder ser sacerdote. Creo que aquí debería de haber una seria reflexión. ¿Tienen los seminaristas vocación al celibato o es un añadido al sacerdocio? ¿La formación está pensada para célibes que son llamados y aspiran al sacerdocio o para aspirantes al sacerdocio que tendrán que ser irremediablemente célibes?
Creo que por aquí deben de ir los tiros. Habrá ciertamente muchas situaciones. Hay personas que han vivido su celibato y luego son llamadas al presbiterado, también quienes ven con claridad la lamada al celibato y sobre ella la del sacerdocio, otros son llamados a un celibato que desde el primer momento está vinculado a la vocación sacerdotal, asimismo hay algunos para quienes lo más evidente es la vocación al ministerio, pero bajo ella tendrá que estar la llamada al celibato. Descubrir esto en el proceso de formación es decisivo. Si no, el celibato será una cuña extraña, una tasa a pagar para poder ser sacerdote.
Otra cuestión será si la Iglesia debe seguir optando en nuestro rito únicamente por célibes o si es oportuno ordenar también a varones casados. Pero lo que no es debatible es si los sacerdotes tienen la opción a ser o no célibes.
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