Cristianismo como vanguardia global
por Guillermo Urbizu
Lo mires como lo mires. Estamos ahí. Cristo resucitado abandera la más moderna y dotada y eterna felicidad. Cuerpo místico de vanguardia. Ejercitados en la misericordia de Dios y diseminados por todo el mundo. Gente que trabaja bien (o lo intenta), que saca adelante a su familia, que juega un partido de fútbol con sus amigos, que no se extraña de nada, que lee la prensa sin pasar página al dolor del hombre, que prepara la comida en su casa de adobe, que… Gente de fe, honrada, que procura ayudar a su prójimo con un abrazo o una sonrisa. En las catacumbas o sufriendo cárcel, o en Wall Street o en un pequeño comercio de papelería en Sevilla. En el monasterio o en el rugido de la calle. Personas que rezan con sus obras, y con palabras que sin rubor hablan de Dios y pronuncian su amor en un himno que algunas almas perciben. En este tiempo de ira, amoralidad y amargura, el cristiano sabe que su vida es un don del Cielo; sabe que cada circunstancia que le ocurre es Providencia de Cristo; y sabe que vivir de cara a Dios, hoy igual que ayer y que mañana, escandaliza a los necios.
Enarbolamos la Cruz allá donde estamos. O vamos. El que la mire quedará sano del veneno de la desesperanza o del sinsentido que le asfixia el corazón y el futuro. Y verá la luz, a la velocidad del Amor, que redime, que inspira, que nos cura la vista del alma. El cristianismo es lo más moderno. “Mirad como se aman”. “La Verdad os hará libres”. Llama la atención ese dispositivo de oración que logra inusitados objetivos. Parecía imposible. Y la comunión de los santos, que resulta ser el más depurado Internet de carácter sobrenatural que pueda existir nunca. Avanzamos. Aún cuando nos parece retroceder. Aún cuando pecamos e, indignos, nos sentimos los peores. Pero la humildad es ya de por sí un milagro, y contritos nos confesamos al oído de Cristo, que nos absuelve con Su Sangre. Somos la vanguardia porque a nadie se le pasa por la cabeza perdonar al que le ha hecho daño. Al que le fastidia día tras día, y le amenaza, y le tortura. ¿Cuántas veces? “Hasta setenta veces siete”. O sea, siempre. Es de locos. De locos enamorados. Amarás, amarás, amarás. “Al prójimo como a ti mismo”. Y la caridad cristiana, que ayuda de verdad, que limpia las heridas, que consuela en la agonía o en las contradicciones, que da la mano, que escucha siempre, que se da sin quejas. La caridad no es presumida ni lenguaraz. Se da en silencio, y basta.
Los siete sabios de Grecia o la ley de las XII tablas o el Corpus Iuris Civilis de Roma, fueron algo realmente importante. Y lo siguen siendo. Pero la vida es otra cuando uno es consciente de la llamada universal a la santidad, o de los siete dones del Espíritu Santo (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) o de las bienaventuranzas (bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa). La historia es otra cuando en el año cero de nuestras vidas nace Cristo, y vive, y muere por nosotros, y resucita Él y nos resucita a todos. Somos la referencia moral del mundo cuando en nosotros habita la divina gracia. Por Él, no por nosotros. Cada cristiano, en su comportamiento cotidiano, puede y debe ser el mismo Jesús, redivivo. Es posible, es posible ser santo, no es ningún cuento. Yo lo he visto, lo veo, soy testigo. ¿Qué más revolucionario y progresista que este Amor? ¿Qué más vanguardista y global que la caridad y la castidad y la templanza? El presente y el futuro del hombre pasa por su conversión a Dios. O eso, o como los cerdos del pasaje del Evangelio, seguirá precipitándose por el precipicio, poseído por sus propios demonios.
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