Antífona de comunión C-DIV.2/Lucas 15,32
por Alfonso G. Nuño
[Ésta es la antífona correspondiente al cuarto domingo de cuaresma cuando se proclaman las lecturas del ciclo C. En este domingo, aunque estemos en el ciclo C, si se celebran los segundos escrutinios hay que leer las del ciclo A. También se pueden proclamar opcionalmente estas lecturas. En estos casos la antífona es otra.]
La alegría no engaña, no puedo forzarme a alegrarme por algo. Si ese es mi bien, me voy a alegrar porque voy a alcanzarlo. No sirve forzar una sonrisa. Si no me alegro, ¿por qué será? ¿Rutina, distracción, desapego, embotamiento de la atención,...? Muchos pueden ser los motivos. En cualquier caso, la ausencia de gozo puede ser una llamada. Acaso lo mejor no sea meterse en una rueda de pensamientos internos, sino tomarlo en consideración y, si aún no soy capaz de obrar sólo ante esta circunstancia, hablar con alguien que me ayude y me pueda enseñar.
Pero la antífona nos lanza más allá de un motivo individualista de alegría. Esa dicha debe de estar unida al gozo de que también para los demás se ha preparado ese banquete. Alegría porque yo no soy el único rescatado. Y, a la par, deseo de que sean cada vez más los que se sienten en torno al altar del Señor.
Deberías alegrarte, hijo, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado (Lc 15,32).Cuando nos acercamos a comulgar, tenemos motivos sobrados de alegría. Hemos vuelto a la casa del Padre, hay un banquete preparado para mí que celebra mi retorno, los mismos coros de los ángeles amenizan la fiesta y voy a alimentarme de divinidad, del Cordero inmolado.
La alegría no engaña, no puedo forzarme a alegrarme por algo. Si ese es mi bien, me voy a alegrar porque voy a alcanzarlo. No sirve forzar una sonrisa. Si no me alegro, ¿por qué será? ¿Rutina, distracción, desapego, embotamiento de la atención,...? Muchos pueden ser los motivos. En cualquier caso, la ausencia de gozo puede ser una llamada. Acaso lo mejor no sea meterse en una rueda de pensamientos internos, sino tomarlo en consideración y, si aún no soy capaz de obrar sólo ante esta circunstancia, hablar con alguien que me ayude y me pueda enseñar.
Pero la antífona nos lanza más allá de un motivo individualista de alegría. Esa dicha debe de estar unida al gozo de que también para los demás se ha preparado ese banquete. Alegría porque yo no soy el único rescatado. Y, a la par, deseo de que sean cada vez más los que se sienten en torno al altar del Señor.
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