El hombre vive de lo que trasciende
por Guillermo Urbizu
Asuntos trascendentes que necesitan ser trascendidos. De eso va en realidad la vida, o debiera ir. De lo que vemos y hacemos y queremos y escuchamos y acariciamos y pensamos; en definitiva, de lo que somos, elevados a la categoría misericordiosa e infinita del amor de Dios. La vida va de lo que intuimos que es la felicidad y de su constante búsqueda. Va la vida de la Vida que se prolonga más allá del dolor, de la enfermedad, de la pobreza y de la muerte. La vida va del misterio que somos: cuerpo y espíritu. Raciocinio y pasión. Contemplación y análisis. Va nuestra existencia de la duda y de esa inclinación hacia lo eterno. Va de las apariencias y de la conciencia más íntima del yo, y del otro. El hombre está llamado para trascender las cosas, desde lo más vulgar a lo más elevado. Estamos hechos de un radical inconformismo: no nos llena cualquier bobada. Será el alma. Será. ¡Es! Vivimos inquietos e inciertos. El placer nos aboca a una nostalgia de algo más pleno. Escribió Chesterton que “el mundo apenas tolera lo que no sea una moda o un olvido”. El mundo, ese conglomerado de insustancial esparcimiento que se desvive por nada. Pero el hombre, cada uno, sabe que su vida quiere ser algo más que esa abulia. Porque es insoportable vivir sin trascender la vida, la rutina, lo que se hace, lo que se tiene, lo que se es. El hombre es, y por lo tanto sueña, quiere sustanciarse en algo mejor, renovado. Añora la pureza original, sin querer reza mientras respira o incluso mientras blasfema o bosteza. La belleza nos conmueve (contemplar es mirar con amor): contemplamos el cielo, el mar, las estrellas, los ojos amados… O las obras de arte que salen de nuestras almas y manos. Sentimos la ternura del Hacedor, sentimos que toda esta maravilla no se puede perder así como así en la cronología de los calendarios, y que la Historia no es un destino ciego que va dando tumbos. Por eso recordamos y se nos llena a veces el corazón de melancolía. Por eso necesitamos de la literatura, sin ir más lejos. O de la música. Hay algo, hay Alguien, que nos da la vida, que “memoriza” nuestros actos y deseos, que nos escucha. La vida es un don, un privilegio cada uno de sus días. Y vienen las preguntas y las heridas, y la constatación de un hecho: no puede ser mi vida sólo su superficie, sólo esta servidumbre o un congénito desdén o los ruidos. Existe una profundidad, un buceo en Dios (de una u otra manera); y por lo tanto un constante descubrimiento. La vida nace en cada instante, pero no es sólo cuestión de tiempo. La vida no quiere morir, se empeña en todo lo contrario. Y es que el hombre vive para Vivir, vive de lo que trasciende. Arraigado en el corazón está el anhelo de lo que permanece, está nuestro destino eterno
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